Lo intentan, pero no lo consiguen.
Quieren convertirnos en seres tan grises como ellos. Desean evitar que nos impliquemos, que nos emocionemos, que disfrutemos con nuestro trabajo. Pretenden hacernos olvidar lo que nos aportan nuestros alumnos, y para ello, no han dudado en atestar las aulas, eliminar apoyos, despedir a compañeros... Pero no solo no vamos a cesar en nuestra lucha -ni en nuestra denuncia-, no solo no vamos a callarnos ante sus ataques contra la escuela pública -esa que prefieren descuartizar para alimentar la voracidad de los grandes bancos-, no, claro que no, sino que, además, vamos a seguir dándonos con toda nuestra energía a esos alumnos a los que no podemos permitir que les llegue el mensaje de sumisión y derrotismo que, desde el poder, pretenden inculcarles.
Por eso, este último mes de curso, me he lanzado a poner en marcha con mi tutoría de 4º de la ESO una experiencia didáctica que comparto aquí por si pudiera serle de utilidad a algún colega. He decidido dar un repaso a todo el temario de literatura de 4º -siglos XIX y XX- de un modo muy, digamos, teatral. Para ello, en primer lugar, los chicos han seleccionado los textos que más les han gustado de todos los que hemos leído juntos este año (cada uno trajo uno de ellos, de cualquier género). Después, los hemos agrupado entre todos siguiendo un criterio temático: el amor, la crítica social, el paso del tiempo... Y, a continuación, en grupos de cuatro están elaborando una presentación -un monólogo, un diálogo teatral, lo que sea: la condición es que resulte ameno y que sea muy creativo y personal- para encabezar esos textos que, después, recitarán, declamarán o interpretarán (según el fragmento en cuestión). También buscaremos músicas que puedan resultar adecuadas y serán ellos mismos -los alumnos- quienes las interpreten junto al compañero que deba declamarlos. Y, además, les he propuesto un concurso de escritura teatral (con guiones de no más de dos caras) de modo que la mejor escena será estrenada, por ellos mismos, el día que hagamos esta peculiar "función". Por último, intentaremos articular todo este trabajo en un montaje de no más de 40-45 minutos (un poco menos de una sesión lectiva) para que lo hagan ante el resto de compañeros del instituto y les transmitan -con sus palabras- un mensaje de invitación a la lectura.
No sé qué saldrá de todo esto (está siendo una pequeña locura coordinarlo), pero -pese al trabajo que me está suponiendo- estoy seguro de que merece la pena. Por un lado, nos sirve para hacer un repaso (activo) por todos esos textos y autores y, sobre todo, nos permite crear, trabajar la expresión oral y escrita, vencer miedos, aprender a colaborar en equipo y, más allá, nos da la ocasión de cerrar el curso con una actividad positiva y que se basa en el amor por la literatura, en el entusiasmo por las palabras que, en su opinión, hayan sido las más intensas de todas las que hemos trabajado en el aula.
Lógicamente, coordinar una tarea así sería mucho más sencillo si no tuviéramos treinta -o más alumnos- por aula. Si a los profesores no nos sobrecargaran de grupos, de número de estudiantes por grupo, y de horas de docencia directa. Si ese aumento de horas fuera, en parte, para coordinar proyectos, para analizar situaciones conflictivas, para mejorar la vida en el centro. No me importa trabajar más -soy, como tantos otros colegas, un masoca de la enseñanza al que le apasiona su trabajo- pero sí me importa trabajar en condiciones precarias que atacan, directamente, a mis alumnos y, en especial, a los que se encuentran en situaciones más desfavorecidas. Sí me importa que no estén conmigo mis compañeros interinos, que se prescinda de su experiencia, de su empuje, de su entusiasmo, de sus ganas de trabajar. Sí me importa que pisoteen la educación pública porque, en el fondo, les parece demasiado peligroso que los chicos piensen sin una maquinaria de represión ideológica -a ser posible religiosa y retrógrada- que controle ese pensamiento.
Por eso, precisamente, esta experiencia tiene como tema y motor el amor por la literatura. Porque nada nos hace tan rebeldes -y tan libres- como la lectura.
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