- supresión de las licencias remuneradas por estudios,
- supresión de las horas para desarrollar proyectos de centro (tales como bibliotecas escolares, gestión de nuevas tecnologías...) en pro del aumento de horas lectivas por profesor,
- supresión de desdobles y grupos de apoyo para los alumnos con dificultades,
- aumento del número de alumnos por aula,
- reducción drástica del número de orientadores...
Y todo esto sin contar con minucias como la segregación del alumnado a la que conduce el actual espejismo del sistema bilingüe (a eso mejor le dedicamos otro post: el tema lo requiere), la bajada de sueldo -sí, esa misma a la que nos hemos visto sometidos todos los funcionarios- o los dos millones de euros que se ha gastado la Comunidad de Madrid en una campaña inútil y demagógica afirmando que apoyan (sin que nadie sepa aún cómo) a los profesores.
Pues bien, a raíz de estos hechos se convoca para la tarde del martes 30 de noviembre una concentración ante la Consejería de Educación, en la calle Alcalá. Dicha concentración es una iniciativa del sindicato CNT y, en un ejercicio de absoluta coherencia, otros dos sindicatos "rivales" convocan un acto informativo -el mismo día y a la misma hora, solo que en lugar muy diferente- sobre el tema del concurso de traslados (ver post anterior). Ni unos ni otros difunden bien su información y la poca que llega no causa efecto alguno en los claustros donde se explica el motivo de cada una de sus convocatorias.
El profesorado, que muestra su crispación en recreos y cafés, se encoge de hombros y, como hace frío, decide quedarse en su casa, que es donde más a gusto se está. Por supuesto, encontrarán rápidas justificaciones para su pasividad ("a mí los sindicatos no me representan", "no me enteré a tiempo", "me era imposible acudir", "no tengo nada que ver con CNT, mi causa es otra"...). No sé, cualquiera sirve. Gracias a todo ese arsenal de excusas, hoy delante de la Consejería no sumábamos, siquiera, veinticinco personas. Por supuesto, el sindicato convocante -había más policías que manifestantes- se ha encargado de pervertir el acto lanzando con su megáfono unas proclamas para las que yo no había sido convocado (es bonito concentrarse para protestar por la enseñanza pública y encontrarse con un panfleto espontáneo pro-anarquía, con ese tufillo reconcentrado a utopía demodé que se gastan algunos).
Lógicamente, si hubiéramos sido muchos más profesores, si hubiera habido más sindicatos, si hubiera algún tipo de sentido de unión o de solidaridad o de compromiso en este triste -apático y conformista- gremio al que pertenezco, esas consignas habrían sido ahogadas por las voces de quienes tenemos un grito común que lanzar. Un grito a favor de la educación, de la calidad de la enseñanza (esa que no miden los tests estúpidos de Esperanza Aguirre), un grito necesario y urgente, pero que se queda para la sala de profesores o para las guardias de recreo. Actuar requiere demasiado esfuerzo y, cada vez lo tengo más claro, muchos de los que han escogido la docencia lo han hecho precisamente para encontrar un lugar en el que ser tan pasivos como siempre desearon, encerrados en la reiteración monótona de contenidos y actividades sin más alma que la tinta borrosa y aburrida de sus apuntes de antaño.
Esta tarde no solo he sentido no solo tristeza. Sino también un profundo bochorno. Por falta de cultura democrática. Por falta de implicación. Por falta de rebeldía. Porque me agota la pasividad que me rodea y la capacidad para tragar con todo cuanto nos imponen. Supongo que en la consejería se habrán reído al comprobar lo barato que les sale atacarnos. E imagino que, ante la obviedad constatada, seguirán haciéndolo.