Ahora que todo el mundo habla de la excelencia educativa y que se aproxima, un año más la temida PAU, es un buen momento para preguntarse si, segregaciones aparte, se puede formar alumnos excelentes con un Bachillerato tan obsoleto y arcaico como el que tenemos, un Bachillerato basado en la acumulación memorística de contenidos –contarreloj, por supuesto- y en su posterior traslación quasi mecánica a un folio en blanco.
En el caso de las Humanidades y, concretamente, de la asignatura que imparto - Lengua y Literatura Española-, el curso de 2º de Bachillerato no puede ser más desmotivador para nuestros alumnos, pues les forzamos a ingerir un listín telefónico de obras y autores que ni tendrán tiempo de leer ni se les pedirá comentar en su examen, donde –al menos, en la Comunidad de Madrid- se prohíbe que el texto de la prueba de Selectividad sea de naturaleza literaria, no vayamos a fomentar por error la creatividad y el gusto por la lectura en nuestros alumnos.
A cambio, comprobaremos que, tras sus años de ESO y Bachillerato, nuestros chicos son capaces de analizar sintácticamente oraciones de cierto nivel mientras que tienen dificultades para captar la ironía en una columna periodística, les resulta excesivamente complejo resumir con propiedad un texto o, como he comprobado este año, desconocen el significado de palabras como pompa o boato. La culpa, diremos, es suya por no haber adquirido el hábito de la lectura, aunque quizá no estaría de más preguntarse si, durante sus años de Secundaria y Bachillerato, les hemos ayudado a adquirirlo. Si les hemos llevado a convertirse en receptores críticos y autónomos o si nos hemos limitado a pedirles que señalen sujetos, predicados y complementos varios en una continua vorágine morfosintáctica.
Habrá quien, pese a todo, insista en la que la excelencia consiste en la segregación. Y quien argumente que faltan medios digitales y pizarras interactivas. Pero la interactividad no falla en las TIC, sino en el día a día, en unas aulas ancladas –a menudo- en interminables y estáticas clases magistrales donde se recorren temarios imposibles para hacer pruebas preuniversitarias que nada demuestran –salvo quién tiene mejor memoria o mayor capacidad de aguante-, pero que, eso sí, servirán para que nuestros alumnos se jueguen su futuro en apenas unas décimas. Sin duda, estamos ante un ciclo formativo excelente, de principio a fin.