viernes, 27 de julio de 2012

No son ganado

No son mano de obra. Ni mercancías. Ni ganado. Son alumnos. Niños y adolescentes que se están construyendo a sí mismos y a los que hemos de darle todas las herramientas para que esa construcción sea lo más plena posible. Personas con situaciones familiares y socioeconómicas diversas, heterogéneas, con peculiaridades intelectuales, afectivas, psicológicas. Alumnos en los que hemos de fomentar todo lo bueno que hay en ellos para ayudarles a madurar y a desarrollar su pensamiento crítico.

Pero la nueva -y nefasta- ley que propone Wert va en la dirección contraria. Su idea es suprimir y segregar, condenar al ostracismo a quienes no tengan los medios para afrontar el sistema que se nos propone. Un sistema donde, además de contar con aulas abarrotadas y medios insuficientes, habremos de luchar con ideas que promocionan la estigmatización del alumno y que abandonan, por completo, la atención a la diversidad.

En el nuevo modelo, la atención a la diversidad no está dirigida a la integración, sino a la separación. La diversidad no será un factor que enriquezca las aulas, sino que se buscará el modo de segregar cualquier clase de diferencia para, en un modelo digno de novela preindustrial dickensiana (lean Tiempos difíciles), crear futuros obreros complacientes, sumisos y sin una formación cultural e intelectual mínima.

A partir de los doce años el sistema ya sabrá quiénes sobran. Y sí, sé que dicho así suena muy crudo, pero quizá debamos acostumbrarnos a emplear los verbos correctos -en vez de los eufemismos que nos proponen- para entender hacia dónde nos conduce esta sinrazón. 

En mi caso, no soy padre, pero si lo fuera estaría francamente preocupado. Lo estaría porque según la capacidad, la situación, el entorno de mi hijo, este tendría más o menos opciones. Y, si necesita ayudas, apoyos o refuerzos, no solo no los tendrá, sino que se le invitará amablemente a dejar de estudiar ciertas materias, a abandonar ciertos tramos del sistema (para qué darle la opción de superar obstáculos cuando podemos ahorrarnos su presencia en nuestras aulas) y a cultivarse en otras mucho más prácticas que le hagan, cuanto antes, una persona no necesariamente feliz, pero sí altamente productiva.

Como profesor, desde luego, estoy tan alarmado como triste. Pero precisamente ahora es cuando no pienso dejar este sistema. Porque es en este terrible momento cuando los docentes implicados con la educación debemos luchar, desde dentro, por convertirnos en el Caballo de Troya que permita huir a nuestros alumnos de este monte espartano desde el que nuestro ministro pretende despeñarlos. Una generación a la que quiere condenar a la pobreza intelectual y a la segregación como modelo de convivencia.

Por eso, porque lo que está ocurriendo es de una extrema gravedad, les recomiendo que, por favor, lean el estupendo artículo que la profesora Guadalupe Jover -publica hoy en El País: Negar la educación

Es necesario que todos sepamos lo que está ocurriendo. Lo que -si no lo frenamos antes- va a ocurrir.

miércoles, 25 de julio de 2012

El privilegio de la tiza

Soy un privilegiado. Sí, he tenido el privilegio de que me bajen el sueldo casi un 20% en dos años. Y hasta me han premiado riéndose de mí al decirme que el acto de quitarme una de mis catorce pagas no era una reducción, sino un "retraimiento". 

Soy un privilegiado que se dedica a un trabajo que le apasiona -la enseñanza- y que está asistiendo al acoso y derribo contra la escuela pública, un ataque continuo frente al que resistimos como podemos, con armas que tienen que ver con nuestra implicación y nuestro compromiso social, ese del que dicen que carecemos y cuando insisten desde su caverna mediática en que solo somos un montón de vagos que deben pagar la crisis de la que, al parecer, yo soy uno de los máximos responsables.

Como el verano no me invita a reflexiones demasiado generales, he preferido echar un vistazo en mi propio recorrido personal y profesional para ver hasta qué punto he expoliado al sistema y cómo me he lucrado, por encima de mis posibilidades hasta el punto de tener que ser uno de los que ahora paguen las consecuencias con un deterioro directo y significativo de mi situación personal.

Mi vida como privilegiado comenzó ya en la universidad, donde tuve el privilegio de trabajar como teleoperador (lo hacía fatal, lo admito), pizzero (esto tampoco fue muy glorioso) y profesor de inglés y alemán en una academia. No sé en cuál de los tres trabajos me explotaban más (lo que sumaba entre los tres ahora me parece, simplemente, irrisorio), pero era mi manera de no depender de la economía familiar y pagarme los estudios. 

Después, el siguiente privilegio fue una beca de trabajo en una conocida editorial en la que creo que cobraba como unos 300 € mensuales (entonces eran pesetas: esas a las que parece que vamos a regresar) por hacer un trabajo aburrido y cero motivador en el que apenas aprendí nada de mi oficio, aunque sí mucho del mundo de la empresa.

De ahí, gracias a una ETT (sí, una de esas Empresas de Trabajo Temporal que florecieron como champiñones en la era Aznar), obtuve mi primer trabajo serio: traductor e intérprete en una empresa de herrajes para muebles. Fascinante... Ahí tampoco había pagas extras (por lo de la ETT, que vampirizaba prorrateando), así que ahora que tampoco la tengo, gozo del privilegio de haber retrocedido como 10 años atrás en mi propia historia.
 
Un año y pico después, como lo de traducir manuales sobre cerraduras no era, precisamente, mi vocación, comencé como lexicógrafo en una gran editorial. Allí estuve dos años gozando del privilegio de coordinar a un equipo de 11 personas en un proyecto de envergadura -evitaremos nombres: el tiempo lima rencores y solo lo bueno permanece- donde me pagaban casi tanto como cuando era becario. Cuando se me ocurrió pedir un aumento, el responsable de RRHH me miró con condescencia y me dijo que teniendo en cuenta mi circunstancia (con eso se refería a mi orientación sexual), debía considerarme "un privilegiado" (sí, ya por entonces entró en mi vida esa palabra) "por trabajar allí y ser el responsable de ese proyecto". Como ese privilegio -y su homofobia- me tocó mucho las narices, di el salto a otra empresa tras decirle lo que "mi circunstancia" y yo opinábamos de él.

En la siguiente editorial -aún más grande que la anterior- empecé a trabajar como autor de libro de texto y, por esos azares que uno nunca acaba de explicarse- se despertó mi vocación docente a la vez que mi labor como autor teatral y novelista empezaba a verse reconocida. En esos años comenzaba a publicar, a estrenar, a moverme en el campo de la creación y, a la vez, sentía ganas de compartir mi pasión por la literatura con los más jóvenes fuera de los márgenes del libro de texto.

Así que, en esta ocasión, conté con el privilegio de comprarme un temario inmenso para opositar a Secundaria y Bachillerato. Acudí con una maleta -literal- a recogerlo y dispuse de unos nueve meses -mientras trabajaba y seguía con mis labores creativas- para meterme esa maleta en mi cabeza. Como no había sido interino, ni tenía puntos, ni nada de nada, estaba condenado a sacar un diez en las dos pruebas si quería optar a plaza, de modo que gocé del privilegio de renunciar a mi vida personal durante un año -ni pareja, ni amigos, ni familia- para sacar ese dichoso diez y conseguir entrar en las aulas.

Desde entonces, sí que soy un privilegiado. Privilegiado porque amo educar, porque el cariño de los alumnos no se paga con nada, porque creo firmemente en lo que hago. A cambio, he visto cómo cada año empeoraban mis condiciones y, sobre todo, las de mis alumnos. De nuevo aulas con cuarenta adolescentes. Sin medios para los chicos y chicas con problemas. Sin desdobles. Sin atención a la diversidad. Y con medidas que pretenden que, en el futuro, solo puedan estudiar quienes tengan el dinero para pagarlo.

Por eso, cuando miro hacia atrás y veo que jamás me he hipotecado, ni comprado tres coches, ni especulado en nada, cuando repaso todo eso no acabo de entender por qué tengo yo -como tantos millones de personas- que pagar esta maldita crisis.

Y cuando ciertos indeseables columnistas insultan el trabajo de los funcionarios, me pregunto cuál será su nivel de compromiso con lo que hacen, porque en mi entorno ese compromiso es altísimo y, a pesar de cuanto nos roban y nos seguirán robando, no hemos cejado ni un segundo en nuestro trabajo y en nuestro servicio a la sociedad.

En eso, lo admito, sí que soy un privilegiado. Porque tengo el privilegio de trabajar con gente a la que admiro, de sentirme parte de ese movimiento real y generoso que es la Marea Verde y porque desde las aulas puedo trabajar para seguir inculcando una mentalidad crítica en mis alumnos. En esos jóvenes a los que quieren robarles el mañana y que sé que van a construir -pese a quien pese- un hoy que sí merezca la pena. 

Por eso, porque sé que las ideas pueden cambiar el mundo -por mucho que ese mundo se empeñe en ir hacia atrás- me siento un maldito privilegiado. Tengo el privilegio de la tiza. Y ellos, tan solo, los restos de un sistema podrido que, si siguen manejando así, acabará explotándoles en las narices.

jueves, 5 de julio de 2012

Nos leemos en septiembre

El próximo mes de septiembre comienza un curso duro y complicado. Un curso en el que tendremos que seguir luchando a favor de la educación pública. A favor, ante todo del futuro de nuestros alumnos. Por eso, ahora toca coger fuerzas... En mi caso, me espera un mes de julio lleno de trabajo literario (correcciones, pruebas, lecturas...), pues son tres las novelas que publicaré en 2013 y, además, una de ellas es mi primer texto destinado al público infantil y juvenil (concretamente, para lectores de 1º a 3º de la ESO). Además, espero poder reponer energías para regresar a esta lucha -bloguera., educativa y cotidiana- después del verano.

Me despido, pues, hasta principios de septiembre, y les aconsejo que, entre viajes, terrazas y salidas con los amigos, también dediquen tiempo a dejarse llevar por la literatura. O por el cine. O por el arte. O por el teatro. O por la danza. O, en definitiva, por cualquier lenguaje que les ayude a distanciarse, al menos durante unos instantes, de la sensación de gris y asfixia que quieren imponernos desde más de un ámbito con el taimado propósito de conseguir de nosotros una absoluta y resignada sumisión.

No olvidemos que nada nos hace tan rebeldes como leer -y ahí tienen a Don Quijote como prueba de ello: el idealismo es una locura necesaria que nace de la capacidad de imaginar un mundo mejor-, así que traten de robarle horas al verano para elegir un título, un lugar y un momento en el que rebelarse contra la prosa sórdida y hostil que tratan de inocularnos desde hace ya una larga temporada. 

Por eso la educación es tan peligrosa. Porque nos permite imaginar mundos mejores. Y nos da las herramientas para luchar por ellos.


domingo, 1 de julio de 2012

El teatro como herramienta

Entre las muchas -e intensas- experiencias que estoy viviendo con la publicación de Cuando fuimos dos, una que ocupa un lugar muy destacado en esa lista es haber compartido una cena más que especial -por la fecha, por la compañía, por su significado- con los impulsores y adalides de ÑAQUE, Cristina y Fernando. Era de prever que dos personas que fundan una editorial como Ñaque, pionera en la difusión del teatro español contemporáneo tenían que ser, sin duda, gentes extraordinarias. Lo que no podía prever era que en ellos, además de a dos grandes editores, iba a encontrar a dos buenos amigos.

Y es que su labor editorial no solo ha sido ejemplar en la publicación de textos de autores actuales -Mayorga, Pedrero, Ortiz de Gondra, Amestoy, Cabal, Alonso de Santos...-, sino también en la creación de una biblioteca de pedagogía teatral de la que, además, Fernando Bercebal es un magnífico autor. Mucho antes de tener la suerte de conocerles ya usaba sus manuales como unos de mis recursos didácticos en la clase de teatro de 3º de la ESO. Por eso, como pueden comprobar en esta foto, tengo su libro Un taller de drama plagado de post-its y anotaciones que, curso tras curso, no dejan de ampliarse, pues no solo aporta excelentes ejercicios que llevar a cabo en el aula, sino que cada uno de ellos  permite imaginar otros muchos más y adaptarlos al alumnado que tengamos en nuestras aulas.

Ahora, esa necesaria bibliografía pedagógica -son muchos los colegas que me preguntan dónde encontrar recursos útiles para sus clases de teatro en Secundaria- se ve ampliada con un nuevo título: Los límites del círculo. De momento, me he limitado a una primera lectura -Fernando escribe con tanta claridad y pasión que sus textos son siempre muy amenos- y en breve comenzaré -post-its en mano- la segunda. En cada capítulo hay todo un arsenal de herramientas para que esos límites del círculo se puedan romper en pro de la expresión que es, en el fondo, uno de los objetivos primordiales del teatro.

Ninguno de los dos libros es apto para quienes entienden el arte dramático como un lenguaje elitista y lejano, para quienes prefieren presumir de referencia y miran con condescencia el teatro cotidiano y directo, el hecho teatral desnudo e inmediato. No, si son de esos que se sientan en el patio de butacas a juzgar y nunca a disfrutar con el trabajo ajeno, mejor busquen otras lecturas con un poso snob que, en este caso, no van a encontrar. 
 
Ahora bien, no dejen de leer ambos textos si lo que quieren es encontrar herramientas para despertar la pasión por el teatro en sus alumnos, para trabajar con ellos el espacio, el movimiento, la expresión oral. Si lo que desean es poder convertir el teatro en  un instrumento útil para esos adolescentes que, además de aprender, pasarán un buen rato -se lo aseguro- en sus clases. A mí, y lo digo con unos cuantos años de experiencia como dramaturgo y como director teatral, las propuestas pedagógicas de Fernando -que es un pionero en esta materia- siempre me han ayudado mucho. Y, por supuesto, lo siguen haciendo.