Además de destacar por su empeño en destrozar lo que nos quedaba en pie del sistema educativo -justo lo que nos hacía falta en plena crisis-, nuestro actual Ministro de Educación es un experto en generar polémicas estériles. Se ve que toda la experiencia que le falta como responsable de Cultura, le sobra como tertuliano mediático, de modo que no falla cuando se trata de levantar una ingente polvareda para que todos desviemos la atención y nos centremos en comentar su último desatino.
Su último hallazgo ha sido poner en duda la sentencia del Tribunal Supremo, según la cual el Estado no ha de subvencionar centros educativos que llevan a cabo una segregación sexista. Lejos de aceptar algo tan obvio, el ministro se ha permitido el lujo de afirmar que se limitarán a cambiar la ley para blindar esos centros y poder financiar -con dinero público, sí, ya saben: el de todos- ese ejercicio de discriminación que ataca los principios constitucionales más básicos (¿le sonará eso de no discriminar por razón de nacimiento, sexo, raza, religión...?).
Pero el problema no solo reside en este indefendible paso hacia atrás -y no, no sirven teorías pedagógicas y ultracatólicas de usar y tirar que desmonta la práctica de cualquier docente y la experiencia de cualquier alumno-, ni siquiera en la terrible misoginia que late detrás de ideas como estas -de nuevo, la mujer se convierte en esa Eva fuente de pecado que distrae a los inocentes Adanes en su aprendizaje-, ni en el peligrosísimo retroceso de la educación en valores, o de la propia educación sentimental de nuestros alumnos -¿se imaginan volviendo a la represión, los miedos y los tabúes franquistas que tan bien retrató Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la posguerra?-; no, lo más grave es que gracias a esta polémica, hemos pasado todos a criticar solo los conciertos de los colegios que segregan por sexos.
En el fondo, la táctica es perfecta, pues -implícitamente- parece que defendemos los conciertos de los colegios que no segregan. Nada como focalizar toda nuestra atención en un punto para que dejemos de ver el auténtico problema: la existencia de colegios financiados -en parte- con dinero público y que responden a una ideología muy concreta y, en su mayoría, de marcado carácter religioso.
Por supuesto que los padres tienen derecho a llevar a sus hijos al centro que prefieran y educarles con los valores que consideren oportunos, pero un Estado aconfesional no puede ni debe pagar una educación religiosa y a la carta. El Estado debe facilitar una educación universal y gratuita, sí, pero inspirada en su Constitución, sin adoctrinamiento religioso alguno. Ya es indefendible que la educación religiosa se mantenga en las aulas públicas -impartida por un profesorado que, frente al resto de sus compañeros, no ha pasado proceso de oposición alguno-, pero lo es aún más que el dinero público sirva para pagar la transmisión del ideario de ciertas órdenes y congregaciones religiosas a través de esa poderosa arma -¿por qué se creen que la defienden con tanta saña?- que es la educación.
¿Colegios concertados? Claro, en ese caso tendríamos que concertar colegios no solo de orientación católica, sino de cualquier otro tipo de orientación religiosa e ideológica. Imaginen si sería viable que el Estado subvencionase todas y cada una de las formas que cada padre desease para sus hijos. A cambio, claro, estamos quitando dinero a la única escuela que sí es de todos, la pública. Porque, y eso es otro concepto que no acabamos de asumir, el dinero no sale de partidas independientes, ni de cajones cerrados e incomunicados entre sí: el dinero que destinamos a un modelo de escuela se lo quitamos a otro, así de fácil.
¿Escuelas con identidad religiosa? Por qué no. Cada padre es muy libre de elegir el modelo que desee. Pero desde el momento en que esa es una elección personal ha de ser privada. Lamentablemente, ningún gobierno -no, tampoco los de izquierdas: con la iglesia siempre les ha faltado valor- ha acometido esta profunda y necesaria reforma. Y así seguimos, asistiendo al desmantelamiento de la educación pública mientras se continúa financiando a la iglesia y fortaleciendo, tanto directa como indirectamente, su poder.
Ahora, si quieren, seguimos hablando de si los chicos han de estar o no con las chicas, que seguro que es un tema mucho más ameno, relajado y divertido. Está claro que no hay nada como tener gente no competente al frente de un cargo importante: sus cortinas de humo son el mejor modo de ocultar el verdadero incendio.
1 comentario:
totalmente de acuerdo, pero los partidos no suprimirán los conciertos cuando los votantes de sus hijos (aparte de los suyos) acuden a estos centros y reciben la educación que quieren a mitad de precio
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