Hace ya tres años tomé una de las decisiones más masoquistas que recuerdo: me empeñé en defender la creación de la asignatura de Teatro como optativa de 3º de la ESO. Entre el abanico que se nos ofrecía, esa no era más que otra de las opciones, así que bien podría haberme callado, o haberme cruzado de brazos, o haber permitido que se hubiese impuesto cualquier otra posibilidad de la que no tendría por qué haberme ocupado. Sin embargo, mi pasión por el teatro y mi absoluta fe en su potencial educativo me llevó a implicarme hasta el punto de comprometerme a impartirla si, finalmente, se aprobaba su creación.
Hubo quien me avisó de que era una asignatura que, pese a sus escasas dos horas semanales, acabaría quemándome pero, como casi siempre, esa advertencia tenía que ver con los alumnos y con cómo se tomarían aquellas clases como una suerte de recreo, de modo que todos mis esfuerzos para sacar adelante cualquier proyecto resultarían inútiles. Por supuesto, erraron en sus profecías, porque el teatro es una de esas materias donde más se pueden trabajar conceptos como responsabilidad, trabajo en equipo, colaboración, coordinación, etc, etc, etc, de modo que -sumando eso al aspecto lúdico de la actividad- es raro que no se consiga un resultado, cuando menos, interesante. Y lo que es mejor: un proceso claramente formativo. Porque se trata del proceso y del aprendizaje, ¿verdad? No de que ganen un Tony a la mejor interpretación...
Pero mentiría si dijese que aquellos que me auguraban días de intensa quemazón no estaban en lo cierto... Solo que nada tendría que ver dicha quemazón con los alumnos que, no dejaré de repetirlo, siguen siendo lo mejor de mi día a día. Y es que es difícil mantener el optimismo cuando todo -en lo práctico- son obstáculos. En primer lugar, no sé cuántos centros españoles tienen escenarios mínimamente dignos para sus actividades teatrales y musicales. No hay ni rastro aquí de la tradición de teatro escolar británica, americana o francesa (y luego nos quejamos de que no haya espectadores..., como si alguien se molestase en formarlos), así que normalmente se trabaja en un salón de actos que, como es obvio, sirve para todo tipo de usos en un centro escolar. Así pues, de vez en cuando (por no decir a menudo), el profesor de teatro ejerce el nomadismo aulario con sus pupilos, vagando de clase en clase en busca de un hueco donde poder ensayar, pues el salón de actos está ocupado -lo que no deja de ser lógico, por otra parte- por un examen, o por una conferencia, o por una charla, o por cualquier otra cosa que impide que la asignatura tenga un espacio propio.
Normalmente, las dos horas no son suficientes, pero como el grupo acaba comprometido, todos -alumnos y profesor- acaban renunciando a recreos y séptimas horas para conseguir que el montaje esté listo en la fecha prevista, esa que se ha negociado previamente con un centro cultural (si se tiene la suerte de poder negociarla, que tampoco es siempre fácil) y que, en este caso, al menos cuenta con el apoyo de la directiva del centro, a quienes agradezco -no se imaginan cuánto- que peleen por darnos un espacio donde representar.
Curiosamente, ahora queda lo más -aparentemente- fácil y lo más -sorprendentemente difícil: conseguir público. Teniendo en cuenta que la función se lleva a cabo en horario escolar, resultaría lógico pensar que no será complicado conseguir que los compañeros de los actores que van a subirse al disfruten con el trabajo de sus amigos. Pero lo cierto es que cada año me resulta más difícil reunir profesores dispuestos a llevar a sus grupos a ver esa función, pues todos -al parecer- estamos ahogados por currículos y exámenes, de modo que no podemos prescindir de una sola sesión de nuestra materia. Cada hora cuenta en el programa de enriquecimiento cultural y vital que les proporcionamos con nuestras imprescindibles asignaturas.
Así pues, tras dejar un solitario mensaje en la pizarra de la sala de profesores (algo tipo: si alguien está interesado en venir, que me lo diga), comienzo a mendigar -grupo por grupo- la asistencia de ciertos alumnos, donde solo cuento con ciertas complicidades -siempre hay gente estupenda en todos los claustros- aunque -tal y como he vuelto a comprobar este curso- lo que abunda sea la indiferencia o incluso la actitud despectiva ante lo que para muchos no es más que una maría, una pérdida de tiempo y una tontada que en nada es comparable a los doctos e insignes conocimientos que obtendrán los alumnos enjaulados, perdón, metidos en el aula.
Y no es que no entienda las restricciones de tiempo, lo abultado del temario, lo ahogados que estamos muchos para conseguir encerrar en un solo curso todo cuanto se supone que debemos enseñar.., pero lo que sí que no comprendo -ni comparto- es la actitud de pasotismo, de rechazo, de escaso interés, de nulo apoyo. Hay departamentos que son una excepción a esta triste regla y que rara vez no están ahí para animar a los chicos en cada una de sus pequeñas gestas cotidianas. Lo que me enfada -sí, me enfada- es que -para ser positivo- siempre tengo que fijarme en lo pequeño, en lo excepcional, en lo minoritario. Y esa sensación de soledad -y de aislamiento- es difícilmente vencible en el territorio salvaje -porque, a su modo, lo es- de la educación. Un territorio donde la alianza y el trabajo en equipo siguen siendo un tema tabú, una utopía. Tiene gracia que luego hablemos tanto de la excelencia y la cultura del esfuerzo, cuando el nuestro no va más allá de soltar nuestro rollo curricular en el plazo y el tiempo justo. Lo demás, eso parece, no interesa.
1 comentario:
Qué pena, la verdad. Ese tipo de actitudes (las positivas y las negativas) se fomentan con frecuencia desde la directiva. En los centros donde se da importancia a las actividades extracurriculares no se ponen obstáculos (encima, esta es curricular gracias a ti), aunque siempre haya dinosaurios que se quejen. Sin embargo, como te decían en fb, también he estado en esos donde no les dejaban ni un aula e incluso les proponían que estrenasen en el periodo vacacional, por supuesto sin su asistencia ni su apoyo.
También siento que los chavales hayan vivido un proceso con tantas trabas, les marca mucho esa decepción, pero supongo que la experiencia lo compensa y ¿cuántas veces has luchado tú mismo por tus obras con concejales y directores? la denuncia me parece muy necesaria.
Mucho ánimo y un beso enorme, enhorabuena por la labor
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