lunes, 5 de noviembre de 2012

Robar el futuro

Comparto aquí el enlace de mi nuevo post en el Blog Canal Educación, esta vez sobre la temprana marginación y expulsión de los alumnos que plantea la LOMCE. Copio un breve fragmento por si os apetece leerlo:

Por supuesto que es más sencillo prescindir de los alumnos que no se integren con facilidad en el sistema, de este modo, además, conseguiremos perpetuarles en la casilla social que les haya sido adjudicada en virtud de su nacimiento. Sin apoyos, sin refuerzos, sin los medios necesarios, estaremos condenando a estos estudiantes a convertirse en piezas marginales del sistema educativo y, por ende, de nuestra sociedad, restringiendo -y robando, con el permiso de una injusta ley- todas sus posibilidades de futuro. Para qué dar oportunidades, para qué facilitar medios, para qué mantener la educación pública como un posible -y vigoroso- ascensor social que permita la mejora personal y profesional de cualquiera que se esfuerce por conseguir ese cambio.




miércoles, 24 de octubre de 2012

Educar... o "inwertir"

Comparto aquí el enlace de mi último texto sobre los recientes desatinos de nuestro siempre diwertido ministro... ¿Educar sin invertir? Según él, es posible. Es más, hasta deseable... Os invito a leerlo y, sobre todo, a comentarlo. Cuantas más voces hagamos que se oigan, mejor.

viernes, 19 de octubre de 2012

Un nuevo lugar de encuentro

Desde hoy, además de seguir escribiendo en este rincón que hemos ido construyendo entre todos a lo largo de estos últimos dos años, también colaboraré con otro portal educativo donde intentaré seguir aportando ideas y, sobre todo, interrogantes sobre temas educativos. Su nombre, BlogCanalEducación.

Se trata de una iniciativa en la que se nos da la voz a diversos autores con el fin de entablar un diálogo y un debate permanente sobre temas que a todos -padres, alumnos y profesores- nos afectan. Personalmente, me alegra poder colaborar en un proyecto así, un lugar donde la educación será el tema sobre el que girarán todos y cada uno de nuestros artículos, con el único deseo de que se conviertan en un punto de partida para un enriquecedor intercambio de opiniones y, sobre todo, de experiencias.

Intentaré, eso sí, no dejar abandonado este otro espacio -tan personal y, por ello, tan próximo-, aunque todo eso no hay forma de saberlo aún. De momento, y para que podáis tenerme localizado, os dejo el enlace del primer artículo que he publicado con ellos y que supone el punto de partida de esta nueva aventura.

¿Nos vemos allí? Os espero.



jueves, 18 de octubre de 2012

Una escuela flexible


"El número de alumnos por clase no aumenta, se flexibiliza." Wert

Esta es una de las últimas declaraciones de nuestro actual Ministro de Educación. Y, aunque su afirmación pueda parecer un eufemismo disparatado, no se trata más que de una síntesis perfecta del objetivo que persigue: una escuela flexible. Y, para ello, lógicamente, lo primero que debemos flexibilizar es el sistema:

- Un sistema flexible, especialmente a la hora de eliminar materias y asignaturas. De este modo se podrá empobrecer convenientemente a nuestros alumnos al privarles de conocimientos de Tecnología, Plástica o Cultura Clásica, entre otros.

- Un sistema flexible cuando debamos recortar vías y opciones académicas, suprimiendo así Bachilleratos tan inservibles como el dedicado a la Música, la Danza y las Artes escénicas, disciplinas merecedoras -por supuesto- del más sonoro de nuestros desprecios.

- Un sistema flexible, cómo no, como para albergar la religión catequizadora en nuestras aulas y, a cambio, sacar de ellas los contenidos que puedan acercar a los alumnos a la ciencia actual o al pensamiento cívico y ético, tal y como sucedía en Ciencias para el Mundo Contemporáneo o en el temario de Ética y Educación para la ciudadanía.

- Un sistema flexible, por supuesto, para poder intensificar el fracaso escolar tanto como nos convenga, sacando amablemente del sistema a todos los alumnos que no consideremos aptos e invitándoles a cultivarse lejos de las aulas mientras se convierten en acrítica y productiva mano de obra.

Por supuesto, no basta con esto, sino  que también se pretende que padres, alumnos y profesores compartan esa misma flexibilidad:

- Alumnos flexibles, que puedan adaptarse a clases de treinta y tantos, capaces de sobrevivir sin apoyos, sin refuerzos, sin orientadores, que sepan mantenerse a flote en un sistema que les tratará de expulsar a cada paso gracias a un sinfín de pruebas externas donde  no importará que aprendan a aprender, sino que logren saltar vallas estadísticas y censos varios.

- Padres flexibles, dispuestos a solventar todas las carencias que sus hijos traerán consigo y que, de paso, también puedan flexibilizar su sueldo para costearles estudios y formación, ya sea la -ahora astronómica- matrícula universitaria, ya el curso de una lengua en la Escuela Oficial de Idiomas, ya el aprendizaje musical en un Conservatorio. Se preferirá a los padres flexibles con dinero, naturalmente, porque de sus hijos será la educación de la elite.

- Profesores flexibles, que multipliquen sus horas de clase, que inventen el modo imposible de atender a todos los alumnos que se adocenan en sus aulas gracias a las nuevas ratios, que puedan flexibilizar tanto su tiempo como sus conocimientos, impartiendo materias de las que muchos no son siquiera especialistas. Flexibles para hacer la vista gorda cuando sepan que el sistema está marginando a los que menos tienen, a los que menos pueden. 

En definitiva, esta escuela flexible que nos propone Wert es una escuela que acata, callada y en silencio, su degradación. Que asume la desigualdad cultural y social como una realidad contra la que se puede luchar. Que no alza su voz a favor de la educación, ni de la cultura, ni de la democracia. Una escuela que, de momento: las manifestaciones de hoy lo demuestran, está muy lejos de ser real, porque la voz -de alumnos, de padres y de profesores- sigue sonando más fuerte -y más firme- que nunca.

lunes, 1 de octubre de 2012

Una reforma antieducativa

La reforma que se nos avecina no se puede calificar de educativa. Porque no se puede considerar que sea educativo suprimir el Bachillerato de Artes Escénicas, ni acabar con asignaturas como Ciudadanía, Ética, Ciencias del Mundo Contemporáneo o Cultura Clásica. A cambio, sin embargo, se mantienen intactos los privilegios de la iglesia católica, de modo que seguiremos financiando -con dinero de todos- la existencia de colegios que segreguen por sexos y mantendremos, cómo no, la asignatura de religión en nuestras aulas. De este modo, los alumnos de la escuela pública podrán seguir cursando esta catequesis a la que invita -barra libre de adoctrinamiento- el Estado o bien podrán cursar, en su lugar, otra optativa no evaluable -nótese el sinsentido de esta negación- como la ineficaz y desquiciante MAE (no, no se molesten ni en interpretar las siglas: son tan inútiles como la materia a la que dan nombre).

Se mantiene la religión en las aulas, sí, y se proscribe la ciencia contemporánea, porque es peligroso que nuestros alumnos conozcan la realidad del mundo en que viven. Luego, eso sí, nos rasgaremos las vestiduras cuando se agrave -aún más- la fuga de cerebros, cuando seamos un país a la cola mundial en I+D, cuando sigamos condenados a un atraso que, gracias a reformas como esta, acabará siendo tristemente endémico.

Tampoco se mantiene la optativa de Cultura Clásica en 3º de Secundaria porque, a fin de cuentas, qué interés puede tener conocer las raíces de toda la cultura occidental. De qué puede servir a nuestros alumnos saber quién fue Homero o qué supusieron las Metamorfosis de Ovidio para el arte y  la literatura universal. Después, claro, nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos que las librerías se ven obligadas a cerrar, como si reformas como esta no contribuyesen a condenar al ostracismo a las Humanidades.

Por supuesto, se elimina toda materia que permita educar en la convivencia, el respeto y la reflexión. Porque está bien que nuestros alumnos aprendan a rezar -así pueden pedir milagros tan interesantes como convertirse en afamados crupiers de tal o cual eurocasino-, pero no es tan positivo que debatan, ni que trabajen la tolerancia, la comprensión de la diferencia y la lucha contra tabúes, prejuicios y lacras tan peligrosas como la misoginia, la xenofobia o la homofobia. Para evitar semejante aberración, se suprime la Educación para la Ciudadanía, convencidos de que en un país con un índice alarmante de muertes por violencia de género no es preciso abordar cuestiones como el machismo en nuestras aulas. Claro que no: eso lo traen todos los alumnos ya de serie. No hay más que mirar a nuestro alrededor -presten especial atención a la sección Sucesos de cualquier periódico- para comprobarlo.

Y como la reforma vela por el tiempo de nuestros estudiantes, se prescinde de materias que les distraen com la Ética (¿qué puede aportar la reflexión filosófica en una sociedad donde solo se aspira a que la mano de obra sea lo más barata y sumisa posible?) y se restan horas a las que, según nuestro actual ministro, no sirven para nada, como Tecnología (¿para qué presentarles una materia como esta en un mundo que, como todo sabemos, no tiene nada de tecnológico?) o Plástica (¿pero a estas alturas alguien cree que el arte nos forma o construye como personas?, por favor, si es que somos todos unos auténticos ingenuos).

Afortunadamente, tenemos un ministro hipercualificado -su trayectoria como tertuliano televisivo bien lo demuestra- que se ha dado cuenta de que lo que se necesita es ahogar a los alumnos con más horas de lo mismo, suprimir todo aquello que pueda acercarles a la cultura, a la ciencia o a las artes -la educación que construye y que fomenta el crecimiento personal es perjudicial para un gobierno al que le disgusta tanto el pensamiento libre- y, por supuesto, afianzar bien nuestras auténticas raíces asegurando que la religión sigue en su lugar habitual. Y es que está claro que tras una reforma tan nefasta como la que se está llevando a cabo, vamos a necesitar un auténtico milagro para salir del atraso, la zafiedad y la profunda ignorancia a la que nos están abocando.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La ley del más fuerte

"La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía."

Así comienza la LOMCE, con una frase que resume -de forma contudente- su objetivo. No voy a entrar en el absurdo que supone seguir instalados en un sistema donde hay más reformas y contrarreformas que éxitos educativos, ni siquiera en la acendrada costumbre de que esos cambios ignoren a quienes vivimos a pie de pizarra la realidad del aula. No, para qué entrar en cuestiones tan evidentes, cuando el peligro -en este caso- es mayor del habitual.

Porque gracias a la LOMCE no solo recorreremos una nueva vía muerta para esa supuesta calidad educativa que tanto les preocupa, sino -más aún- un camino de obstáculos donde solo sobrevivirán quienes sean más capaces y, sobre todo, quienes tengan más dinero, medios y recursos para solventar su falta (o no) de capacidad.

La nueva ley considera que la diversidad no ha de ser integrada, sino segregada, de modo que un país, para ser competitivo, tiene que animar a los alumnos con dificultades a abandonar el sistema, demostrándoles -gracias a un sinfín de inútiles pruebas externas: todo muy sesentero, por cierto- su torpeza y su necesidad de automarginarse para no seguir causando gasto en una sociedad que ha decidido que solo los más fuertes tienen derecho a un lugar digno en la pirámide alimenticia.

La supresión de becas, la subida de tasas (las universitarias, por ejemplo, se han duplicado este curso), la obligatoriedad de continuas pruebas externas..., todo está encaminado a un fin perversamente darwinista: que sobrevivan solo aquellos alumnos con los suficientes recursos como para afrontar todo ese proceso. No sé qué pensarán las familias -¿todos los niños son genios?, es más, ¿todos los niños deberían serlo?-, pero si yo fuera padre estaría profundamente preocupado.

En el fondo, la frase inicial del anteproyecto deja bien claro el objetivo y las intenciones. Al menos, en este caso, no hay ambigüedad posible: la educación ya no será un camino para construirse como personas, ni para madurar, ni para aprender a convivir, ni para desarrollarse. No, la educación será un adiestramiento práctico para crear una mano de obra lo suficientemente manipulable, dócil y barata como para sustentar a quienes sigan instalados en el último piso de esa pirámide evolutiva. 

Para ello, la ley facilita el nombramiento a dedo de directores y, a su vez, de profesores, convierte al Consejo Escolar en un instrumento poco menos que decorativo y resta poder de decisión a los padres y madres (como si antes tuvieran mucho). En definitiva, se deja la puerta abierta a la subjetividad y al enchufismo, consagrando ese mal endémico nacional que es el contratar a los afines para asegurarnos un séquito que aplauda nuestros modos y jamás censure nuestros errores.

No sé si conseguiremos frenar este despropósito -¿cómo se puede dejar la educación en manos de un ministro con nula experiencia -y humildad- en un frente así?-, pero sí sé que este antreproyecto es el camino ideal para construir un país competitivo en la formación de futuros camareros y croupiers -hagamos de España un inmenso Eurovegas-, pero jamás un país competitivo en la cultura, ni en la investigación, ni en la ciencia. Seremos la mano de obra más barata, acrítica y dócil de Europa, eso sí, de modo que aunque sigamos sin estar en la vanguardia, nos consagraremos como la masa anónima -y empobrecida- que empuja en silencio la retaguardia.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Sudokus sintácticos

Nuestros alumnos son auténticos titanes del subrayado y el cajón sintáctico. Son capaces de agrupar sintagmas de todo tipo y naturaleza en oraciones de cualquier longitud. Podrán equivocarse, sí, pero saben perfectamente qué deben subrayar y conocen a la perfección cuanta etiqueta sintáctica y morfológica necesitan para pasar semejante prueba iniciática. Se diría que todo aquel estudiante capaz de subrayar adecuadamente un complemento predicativo pasa a ser merecedor de ganarse un lugar en nuestra sociedad adulta.

Sin embargo, intepretar un texto o defender una opinión razonada sobre un libro, una serie o una película son tareas que les resultan mucho menos sencillas. Quizá porque el enfoque de la Lengua y de la Literatura sigue siendo, a menudo, demasiado tradicional. Porque falla la metodología, porque los libros de texto están anclados en los manuales de décadas atrás, porque las clases están tan sobrecargadas de alumnos que resulta casi imposible plantear la clase como un debate en vez de como un insufrible monólogo.

Subrayar y hacer cajas es más práctico, desde luego. No requiere plantear dudas, ni preguntas, ni enfrentar puntos de vista para buscar consensos y lograr un aprendizaje activo y, sobre todo, reflexivo. Las cajas, a su modo, acaban convirtiéndose en una suerte de opio con la que calmar a los alumnos que las disfrutan -como si de un sudoku lingüístico se tratase- o con las que asustar a los que siempre tienen problemas para diferenciar el complemento directo del indirecto o el circunstancial del de régimen. 

A cambio, obviamos otras cuestiones más difíciles de evaluar y convertimos la lengua en una disciplina casi gimnástica y la literatura en una sucesión de apuntes -en Bachillerato se pueden medir por toneladas- que no acaban de arrojar ningún tipo de luz sobre los textos que deberíamos acercar a nuestros alumnos. ¿De qué sirve, por ejemplo, contarles todo cuanto sabemos de la literatura medieval en 1º de Bachillerato si no les contagiamos un ápice del morbo que encierra El libro de Buen Amor? ¿Para qué hablarles de moaxajas, zéjeles y jarchas si nos empeñamos en que analicen su métrica en vez de demostrarles la profundísima emoción lírica que se encierra en esos versos? Es cierto que no resulta tan fácil acercar ciertos textos a nuestros alumnos, pero ahí -precisamente- creo que radica nuestra tarea. Al menos, ese es mi objetivo cuando abordo los temas literario: transmitir mi pasión por esos texos y discutir con ellos por qué forman parte de nuestro canon. Qué hace que La Celestina o el Quijote sean universales, transgresores y profundamente modernos. Si no consigo eso, cualquier dato que mis alumnos puedan memorizar me parecerá inútil.

Y en cuanto a la lengua, ¿por qué seguimos planteándolo como poco más que un pasatiempo sofisticado? ¿Por qué no presentarla como un problema abierto y cambiante? ¿Por qué no fomentar la reflexión sobre el idioma, sobre sus misterios, sobre la relación entre lo que decimos y lo que pensamos? Claro que la lingüística puede ser -y es- fascinante, pero cuando sale de las cajas en las que la encerramos para convertirse en una ciencia llena de terrenos que investigar.

Esta mañana, en dos grupos de Bachillerato, he comenzado la asignatura de Literatura Universal planteando la pregunta de qué es un texto. Elemental, sí, aunque también abierta a muchas interpretaciones. Ha resultado curioso escuchar que una novela gráfica no es un texto, ni una película, ni siquiera una obra de teatro (si se representa, me decían, no lo es; pero si esa obra se lee, sí). Y han sido dos debates provechosos, áridos al principio -no están a costumbrados a que les demos la palabra ni la batuta en el aula- y profundamente ricos en su segundo tramo, con muchas voces aportando y construyendo su propia definición de qué es, en realidad, un texto. Qué consideran -qué consideramos- dentro de esa categoría. De ahí hemos llegado al subtexto, al intertexto... y a conceptos como intentar definir clásico o canon. 

En teoría, según el rígido -e inabarcable currículum oficial- tendríamos que haber empezado hoy mismo hablando de Gilgamesh y la literatura mesopotámica, pero ¿tiene algún sentido exponer sin preguntar antes? Cada día tengo más claro que educar no debería ser enunciar conceptos, sino provocar dudas. Y, aunque ni los libros de texto ni los currículos nos ayuden en exceso, la Lengua y la Literatura son dos materias especialmente adecuadas para ello.