lunes, 17 de septiembre de 2012

Sudokus sintácticos

Nuestros alumnos son auténticos titanes del subrayado y el cajón sintáctico. Son capaces de agrupar sintagmas de todo tipo y naturaleza en oraciones de cualquier longitud. Podrán equivocarse, sí, pero saben perfectamente qué deben subrayar y conocen a la perfección cuanta etiqueta sintáctica y morfológica necesitan para pasar semejante prueba iniciática. Se diría que todo aquel estudiante capaz de subrayar adecuadamente un complemento predicativo pasa a ser merecedor de ganarse un lugar en nuestra sociedad adulta.

Sin embargo, intepretar un texto o defender una opinión razonada sobre un libro, una serie o una película son tareas que les resultan mucho menos sencillas. Quizá porque el enfoque de la Lengua y de la Literatura sigue siendo, a menudo, demasiado tradicional. Porque falla la metodología, porque los libros de texto están anclados en los manuales de décadas atrás, porque las clases están tan sobrecargadas de alumnos que resulta casi imposible plantear la clase como un debate en vez de como un insufrible monólogo.

Subrayar y hacer cajas es más práctico, desde luego. No requiere plantear dudas, ni preguntas, ni enfrentar puntos de vista para buscar consensos y lograr un aprendizaje activo y, sobre todo, reflexivo. Las cajas, a su modo, acaban convirtiéndose en una suerte de opio con la que calmar a los alumnos que las disfrutan -como si de un sudoku lingüístico se tratase- o con las que asustar a los que siempre tienen problemas para diferenciar el complemento directo del indirecto o el circunstancial del de régimen. 

A cambio, obviamos otras cuestiones más difíciles de evaluar y convertimos la lengua en una disciplina casi gimnástica y la literatura en una sucesión de apuntes -en Bachillerato se pueden medir por toneladas- que no acaban de arrojar ningún tipo de luz sobre los textos que deberíamos acercar a nuestros alumnos. ¿De qué sirve, por ejemplo, contarles todo cuanto sabemos de la literatura medieval en 1º de Bachillerato si no les contagiamos un ápice del morbo que encierra El libro de Buen Amor? ¿Para qué hablarles de moaxajas, zéjeles y jarchas si nos empeñamos en que analicen su métrica en vez de demostrarles la profundísima emoción lírica que se encierra en esos versos? Es cierto que no resulta tan fácil acercar ciertos textos a nuestros alumnos, pero ahí -precisamente- creo que radica nuestra tarea. Al menos, ese es mi objetivo cuando abordo los temas literario: transmitir mi pasión por esos texos y discutir con ellos por qué forman parte de nuestro canon. Qué hace que La Celestina o el Quijote sean universales, transgresores y profundamente modernos. Si no consigo eso, cualquier dato que mis alumnos puedan memorizar me parecerá inútil.

Y en cuanto a la lengua, ¿por qué seguimos planteándolo como poco más que un pasatiempo sofisticado? ¿Por qué no presentarla como un problema abierto y cambiante? ¿Por qué no fomentar la reflexión sobre el idioma, sobre sus misterios, sobre la relación entre lo que decimos y lo que pensamos? Claro que la lingüística puede ser -y es- fascinante, pero cuando sale de las cajas en las que la encerramos para convertirse en una ciencia llena de terrenos que investigar.

Esta mañana, en dos grupos de Bachillerato, he comenzado la asignatura de Literatura Universal planteando la pregunta de qué es un texto. Elemental, sí, aunque también abierta a muchas interpretaciones. Ha resultado curioso escuchar que una novela gráfica no es un texto, ni una película, ni siquiera una obra de teatro (si se representa, me decían, no lo es; pero si esa obra se lee, sí). Y han sido dos debates provechosos, áridos al principio -no están a costumbrados a que les demos la palabra ni la batuta en el aula- y profundamente ricos en su segundo tramo, con muchas voces aportando y construyendo su propia definición de qué es, en realidad, un texto. Qué consideran -qué consideramos- dentro de esa categoría. De ahí hemos llegado al subtexto, al intertexto... y a conceptos como intentar definir clásico o canon. 

En teoría, según el rígido -e inabarcable currículum oficial- tendríamos que haber empezado hoy mismo hablando de Gilgamesh y la literatura mesopotámica, pero ¿tiene algún sentido exponer sin preguntar antes? Cada día tengo más claro que educar no debería ser enunciar conceptos, sino provocar dudas. Y, aunque ni los libros de texto ni los currículos nos ayuden en exceso, la Lengua y la Literatura son dos materias especialmente adecuadas para ello.

1 comentario:

lamariposayelelefante dijo...

Completamente de acuerdo con tu opinión expresada en el post. Creo que la educación necesita de una reflexión profunda sobre cuál es su misión y su razón de ser. Parte del fracaso escolar (aunque sólo parte!!) descansa en el hecho de que las asignaturas se convierten en entelequias alejadas de la realidad, y cuya utilidad para la "vida real" es más que dudosa. Necesitamos menos memoria y más sentimiento y vivencias en nuestras clases. ¿Para qué destripar poemas averiguando su métrica sino somos capaces de emocionarnos con sus palabras?.

Enhorabuena por el blog Fernando, prometo pasarme a menudo a visitarte.