jueves, 3 de enero de 2013

Reformas y despropósitos


Empiezo el año con un hecho insólito: dándole la razón a la OCDE. No, yo tampoco me lo explico, pero no puedo más que decir que suscribo, plenamente, muchas de las afirmaciones de su último y reciente informe:

“El gasto público en salud y educación como porcentaje del PIB es modesto en comparación con otros países”

“Reducir las desigualdades requiere mejorar el acceso a la educación”

“Los recortes en la educación pública (también los de sanidad) difícilmente pueden hacer una contribución mayor para cumplir los objetivos de reducción del déficit, ya que es importante proteger el acceso”.

Resulta casi accesorio añadir nada más. Por supuesto, siempre estará quien nos cuente que en tal o cual país se gasta aún menos, y los profesores tiene más alumnos por aula, y cualquier otro tipo de cifra de esas que los detractores de la educación pública se sacan con soltura de la manga, olvidando que cada país tiene su propia idiosincrasia y, sobre todo, su propia problemática. Pero argumentar que los docentes estamos actualmente desbordados por la ratio de nuestras clases (¿se imaginan cómo es “personalizar” el aprendizaje cuando se tienen unos doscientos alumnos al año?), o explicar que en ciertas comunidades ya ni siquiera se cubren bajas de profesores de quince días -a veces, me consta, de unos cuantos más- o insistir en que se han suprimido los refuerzos, desdobles y apoyos que ayudaban a nuestros alumnos con más problemas es como clamar en el desierto ante la sordera de quienes están ansiosos por justificar el afán de privatización -cada vez menos encubierto- de las aulas públicas.

Empezamos un 2013 que se preve difícil. Y lo hacemos caminando hacia una ley llamada LOMCE cuya única finalidad parece ser perpetuarnos en el fracaso y la segregación. Una ley que, por supuesto, se implantará con una inversión raquítica -error que ya se cometió con las reformas anteriores- y que en vez de promover opciones, restará todas las posibles a aquellos alumnos que no encajen en la versión más rancia del sistema. Así, con un poco de suerte, entre reválida y reválida -para qué molestarnos en educar si podemos alentar a competir-, crearemos toda una generación de fracasados a los que privaremos de acceso a un futuro digno -en lo profesional y en lo personal- y que podrían haber tenido una realización plena -en ambos frentes- si alguien se hubiese molestado en fomentar su potencial en lugar de empeñarse en cercenarlo.

Según la OCDE, endurecer el sistema no conduce a nada positivo. Pero eso, a nuestro ministro, tampoco le importa. A él, en realidad, está visto que eso de escuchar le parece una tarea muy aburrida. O muy cansada.No lo sé. El caso es que profesores, padres y alumnos seguimos advirtiendo de la debacle que se nos viene encima. Porque no es que la situación actual sea idílica -que no lo es, en absoluto-, pero no vamos a mejorar el sistema educativo afianzando sus errores y desechando sus logros, por pocos que sean. Y la atención a la diversidad -nuestra gran asignatura pendiente y en la que aún queda muchísimo por hacer- es, precisamente, uno de los escasos puntos en los que se están consiguiendo éxitos. Insuficientes, desde luego, porque falta inversión, implicación -permítanme que ahí nos incluya a todos: los problemas no están solo en el otro- y, sobre todo, porque vivimos en una sociedad que no ha visto la educación como un auténtico valor durante muchos años, cegada por el culto al dinero fácil en todas sus versiones (por oscuras que fueran).

No sé cuántos informes se necesitan para replantearse, con seriedad, la situación de nuestro sistema educativo. Pero sí sé que mientras sigamos sin un pacto educativo estable y sin un auténtico debate al respecto, continuaremos sumando reformas, contrarreformas y despropósitos, justo cuando más necesitados estamos de avances y progresos.