Vergüenza. Eso es lo que siento cuando me paro a pensar en la actitud de los responsables políticos del PP madrileño. Vergüenza ante su afán de insultar y desprestigiar a todo el colectivo docente. Vergüenza ante su cerrazón y oposición a todo diálogo. Vergüenza ante su incapacidad para sentarse a oír a quienes -padres, profesores y alumnos- tenemos tanto que decir en este conflicto. Vergüenza al comprobar que siguen negando la existencia de unos evidentes -y salvajes- recortes.
Vergüenza al leer y al escuchar cómo tratan de ocultar lo obvio: la supresión de apoyos, refuerzos, guardias, desdobles, tutorías, laboratorios, bibliotecas, extraescolares, compensatoria, optativas... Vergüenza al comprobar cómo siguen intentando manipular a la opinión pública con esas dos horas que no son, en modo alguno, el objeto de esta protesta. Y vergüenza al oírles tachar nuestra huelga de "política", como si la política (¿qué diría Aristóteles al respecto?) fuera algo aberrante. Por supuesto que defender la educación pública es hacer política, y defender lo público es política, y pedir una sociedad donde haya oportunidades justas y dignas para todos es también política. Una política que todo partido -sea de la orientación que sea- debería querer y aspirar a hacer. Pero en su lenguaje -lleno de imprecisiones léxicas- político significa partidista, cuando esta lucha -esta marea verde- es tan plural como inabarcable, tan fuerte como clara, tan colectiva como cohesionada. Por eso, porque es una marea de todos, mañana serán los alumnos de mi centro -el IES San Juan Bautista- los que protagonicen la jornada de lucha en mi instituto, en un encierro que, desde las 5 de la tarde, será su (y nuestra) forma de gritar contra los recortes, grito al que nos sumaremos padres y profesores. Por supuesto, si algún medio quiere dar testimonio de ello, estaremos encantados de atenderle.
Asustados ante tanta cohesión, los enemigos de la escuela pública -tras su gastada cantinela de lo vagos que somos los maestros- ahora han descubierto una nueva cortina de humo: las camisetas verdes. Unas camisetas que llevan años vendiéndose a 5€ cada una, un precio irrisorio con el que solo se costea la producción y distribución de las mismas, y que -por supuesto- no son el "negociazo" (¡viva el léxico neoliberal!) del que hablaba el PP, sino un símbolo de quienes creemos en la educación pública. Supongo que el hecho de que Lucía Figar y Esperanza Aguirre hablen de "negociazo" tiene que ver con su propia visión del mundo, tal y como demuestra su afán privatizador de la enseñanza, o como prueban algunos célebres ejemplos de su partido, donde muchos prefieren trajes hechos a medida a simples camisetas verdes que parecen combinar peor con sus corbatas, cinturones y correas...
La camiseta verde ya fue, por si alguien no lo recuerda, objeto de represalia. Y lo fue cuando una orientadora -amiga mía, por cierto- tuvo la osadía de acudir con ella a realizar las pruebas CDI a un centro concertado. Para realizar estas pruebas -de las que ya hablé en otro post anterior - a los profesores de la pública se nos obliga a ir a examinar a los alumnos de la concertada. Supongo, por cierto, que el hecho de hacernos perder clase ese día no es importante para la Consejería, mientras que sí lo es que las perdamos cuando hacemos huelga... Pero, paradojas figarenses aparte, lo que nadie nos dice es que dichas pruebas llevan aparejado un dress code que, a ser posible, ha de evitar toda referencia a una sociedad democrática, plural y laica. Así pues, cuando mi amiga Carmen se presentó en el colegio concertado Liceo Cónsul con una camiseta verde donde se leía un eslogan tan agresivo y brutal como "Escuela pública de tod@s para tod@s" la inspección -a instancias de la dirección del centro- decidió sancionarla, en un acto que, cuando menos, define con claridad lo que la Consejería madrileña opina sobre la escuela pública: mejor pisoteada, que en pie.
Desde entonces, la camiseta verde ha sido un símbolo de la lucha por una educación pública digna y de calidad. Una educación que atienda a la diversidad y a la diferencia -justo lo que está impidiendo el PP madrileño con sus recortes: ¿cómo atender a la diversidad en grupos de 38 y sin medios humanos para ello?-, una educación donde no haya segregación ni elitismo -¿solo un instituto de excelencia frente a cientos de centros abocados a la mediocridad? ¿no habría que pelear por una proporción contraria a esa?-, una educación en la que se fomente lo mejor de todos y cada uno de nuestros alumnos, haciendo que la excelencia sea real y factible, promoviendo el trabajo en equipo de docentes y familias y fomentando la autocrítica en un gremio -el mío- que llevaba mucho tiempo adocenado. Y aletargado. Ahora parece que esas camisetas estuvieron siempre aquí, pero fueron unos cuantos pioneros los que comenzaron la lucha, los que iniciaron la marea, los que despertaron nuestras conciencias y apelaron a las tizas y las pizarras -verdes, por cierto- para que peléasemos contra el progresivo desmantelamiento de la escuela pública.
Sobre el "negociazo" de las camisetas, esto es lo que nos ha escrito vía e-mail a muchos profesores la Plataforma por la Escuela Pública de Vallecas: “La Plataforma por la Escuela Pública de Vallekas nunca ha tenido ánimo de lucro con nada, y mucho menos con la distribución de camisetas. Desde 2006 las camisetas se han repartido a 5€. Lógicamente hay un margen que se destina a sostener las actividades que se desarrollan en la zona, por parte de la propia Plataforma , o por parte de algunos centros, en apoyo a la Escuela Pública. Jornadas Educativas, campañas de apoyo a la matriculación en centros públicos en época de escolarización, carteles, pancartas, pegatinas, impresión de documentos y escritos, trípticos, apoyo a los múltiples encierros que se viene haciendo en los Centros vallecanos en los últimos años...nadie de nosotr@s cobra un euro por la participación en las actividades que desarrollamos, y nadie pretende cobrarlo. En nuestra Plataforma cabe todo el mundo”. Personalmente, puedo dar fe de ello -conozco a gente que trabaja mucho y muy bien allí- y añadiré, además, que no hay "monopolio" alguno (otra sandez que se ha oído estos días), pues muchos nos hemos impreso nuestras propias camisetas o hemos improvisado -y hasta customizado- otros modelos de verde con tal de significarnos y hacernos visibles.
Por mi experiencia personal sé bien que la visibilidad es compleja. Y difícil. Y también sé -como lo sabemos todos los que hemos estado y estamos implicados en la causa LGTB- que esa visibilidad es esencial para conseguir nuestros objetivos. Porque los problemas que no se ven, no existen y, por tanto, tampoco se atienden. Por eso, en el fondo, es bueno que se hayan dicho tantas barbaridades sobre nuestras camisetas verdes, porque eso prueba hasta qué punto está calando nuestro mensaje, hasta qué punto les resulta molesto e incómodo que nuestra verdad sea evidente con tan solo un color, con tan solo un lema, con nada más que una triste camiseta que tanto significa y que con tanto orgullo -a pesar de los bufidos de algún transeúnte, que de todo hay...- llevamos estos días.
Lo que olvidan cuando intentan hacernos callar y amedrentarnos, es que nuestro trabajo consiste -precisamente- en ser visibles ante cientos de alumnos. Y ante sus familias. Que nuestro día a día exige una dosis brutal de exposición personal y profesional, así que no nos da miedo dejarnos ver. Ni hacernos oír. Y, además, tampoco nos resulta nada raro el verde. Es, a fin de cuentas, el color de nuestras pizarras. De muchos de los poemas lorquianos que comentamos con nuestros alumnos. De algunos minerales que, cuando había laboratorios, analizábamos con ellos. De una marea que quieren frenar confiscando camisetas cuando, en caso de que lograsen quitárnoslas -o, en su línea dictatorial, vetárnoslas-, con ello solo lograrían desnudar aún más nuestra verdad. Justo lo único que no está en su poder y que, pese a su maquinaria propagandística y mediática, no van a conseguir arrebatarnos. Nunca.