martes, 25 de octubre de 2011

Tramposos y matones

No soporto ni a los tramposos ni a los matones. Quizá por eso, en mis tutorías, dos de las cuestiones que intento trabajar con mis alumnos son la honestidad y el respeto como base para la convivencia dentro y fuera del aula. El bullying (o acoso escolar) es una de las realidades que más a menudo nos encontramos los tutores de cualquier grupo y que, lamentablemente, más cuesta eliminar. Como afirmaba José Antonio Marina en la mesa que tuve la suerte de compartir con él la semana pasada en Getafe Negro, ese tipo de conflictos sí pueden resolverse siempre que la comunidad educativa trabaje en equipo y se destinen una serie de horas a fomentar la convivencia y a erradicar la violencia -del tipo que sea- de nuestras aulas. Gracias a los recortes, cómo no, estas horas no existen y, para colmo de males, se deja la única sesión de tutoría con los alumnos al libre albedrío de los centros, de modo que los adolescentes -y sus familias- son dejados a su suerte dependiendo del criterio de cada instituto.

En principio, me sorprendió -y alarmó- este profundo despropósito, pues me costaba entender que alguien que ha de velar por la calidad educativa no solo hubiese suprimido las plazas de Orientación -en nuestro instituto, por ejemplo, una sola orientadora ha de ocuparse de los casi mil alumnos del centro-, sino que, además, propusiese eliminar las tutorías, una de las herramientas fundamentales en la Educación Secundaria -y aquí remarco la siguiente mayúscula:- Obligatoria.

Si fuéramos malpensandos -que no lo somos- podríamos creer que el fin de una medida como esa era, en última instancia, deteriorar la educación pública y facilitar su progresivo desmantelamiento y privatización. Es más, incluso podríamos preguntarnos si esas formas -las de las trampas y el matonismo- no son, precisamente, las que se emplean desde la Consejería como medio de relación con los profesores. Y es que, de puro suspicaces que somos, hasta podríamos creer que su profusa tendencia a la adjetivación (salvajes, irresponsables) o al aumentativo y la creación léxica (el negociazo de las camisetas verdes) de nuestras elocuentes responsables políticas son formas de un retórico -y muy literario, que eso es de agradecer- matonismo verbal.

Podríamos, claro, si no supiésemos con cuanto esmero se despilfarra el dinero público en utilísimas campañas de "Respeta a tu profesor", aunque no se dejara claro entonces -pese al millón y pico de euros que costó: total, para socavar ese respeto unos adjetivos más tarde...- si había que respetar al profesor que se quedaba en el centro, al profesor desplazado a otro instituto, al profesor que iba a impartir una afín imposible o al profesor interino que se quedaría este año en su casa o que, en el mejor de los casos, cubriría mitades y tercios de plaza en condiciones que nada tienen que envidiar al ¿erradicado? esclavismo.

Hoy, en un nuevo guiño del destino, nuestras nóminas también podrían hacernos creer -erróneamente, por supuesto- que se emplean en ellas trampas administrativas con el único propósito de ahogar la economía de los profesores que hemos hecho huelga. Una maniobra que, si fuéramos malpensados -pero qué tontorrones que nos ponemos los docentes: parece mentira-, se parecería mucho a un acto de chantaje -cuando menos- económico.

Pero no, todos estamos convencidos de que es una pura casualidad que este mes hayan sido capaces de calcular y descontarnos los días de huelga de septiembre y de octubre -¡qué celeridad y qué eficacia la de la sección de nóminas!- mientras que -¡oh, cruel Cronos!- no les ha dado tiempo a sumarnos los famosos suplementos -¿recuerdan?- que anunciaron para ciertas tareas. Es divertido, sí, porque -además- nadie dijo en su momento que la mayoría de esos suplementos no eran novedad alguna -salvo el de los tutores- y tampoco se informó de que esa no era, bajo ningún concepto, una de nuestras reivindicaciones. Yo, desde luego, no he pedido -y aquí tienen mi blog para comprobarlo- ni un euro ni una hora de menos en esta lucha. Yo lo que sigo pidiendo es un número suficiente de profesores en cada centro y, por supuesto, que se invierta en la pública el dinero necesario, en vez de tirarlo en campañas de autopromoción o en regalos fiscales a la privada.

Sea como sea, esos prometidos suplementos no han llegado en esta nómina, porque está claro que aunque yo sea tutor desde principios de septiembre, ha sido imposible sumar esa miserable cifra a mi sueldo (una cantidad, a propósito, casi insultante de puro ridícula frente a la labor que un tutor que se implica ha de hacer con sus alumnos) y, por el contrario, sí que han podido restar -de nuevo, el implacable Cronos en su arbitrario proceder- los días de huelga de septiembre y de octubre, posteriores -en ambos casos- a mi nombramiento como tutor.

Pero, como es obvio, todo esto es fruto del azar, de la casualidad, de los hados que nos oprimen y que, por alguna conjura extraña, prefieren ahogar a quienes hacemos la huelga verde para demostrarnos que la verdad se esconde tras las ponderadas y meditadas palabras de Ana Mato -tan justa en su valoración de la educación andaluza- o tras las amables declaraciones de González Pons para los votantes de opciones políticas que él respeta desde términos tan positivos como "idiotas" o similares. Lástima que haya gente obtusa que lo malinterpretamos todo, gente que se para a buscarle tres pies al gato -o a la nómina- y que se piensa que hay algún tipo de coacción tramposa y ruin tras estas actitudes. Gente que esperaba que eso de "súmate al cambio" incluiría una suma legal y honesta en sus nóminas de fin de mes cuando, es obvio, aquí lo que hay que sumar son los merecidos palos a los irresponsables del negociazo de las camisetas.

Gente que, como yo -como tantos compañeros-, malgasta su tiempo reuniendo a los padres de su tutoría por la tarde -fuera de su horario-, dándoles su e-mail personal por si surge algún problema serio, trabajando séptimas horas con un grupo de teatro cuya existencia no importa más que a los alumnos que lo forman o pasando una tarde-noche entera -como la de hoy- organizando y leyendo los artículos que le envían los chicos para la revista de su centro. Está claro que, ante tanta desfachatez, merecemos que los hados nos castiguen con esta aritmética tan casual y, por culpa del caprichoso azar, tan mezquina y ruin. Faltaría más.

domingo, 23 de octubre de 2011

La educación pública NO es secundaria


Abrumadora. Así fue la marcha verde de ayer. Lástima que, ante la voz -unida y atronadora- de padres, profesores y alumnos, nuestros PP-olíticos sigan sordos a las necesidades de la educación pública, ahogando -con su codicia neoliberal y su afán privatizador- el futuro de nuestros alumnos. De toda una generación que se merece que sigamos saliendo a la calle para exigir que la pública sea la mejor de las educaciones posibles y no un reducto destinado, exclusivamente, a quien no pueda pagarse una de las escuelas privadas a las que Aguirre hace regalos fiscales o a quien no sea admitido en una de esas concertadas religiosas que se subvencionan con dinero público.

Con el mismo dinero que se nos niega a los institutos de la pública y que ha hecho que este año perdamos todo cuanto permitía atender a la diversidad. Por eso, porque seguimos sin bibliotecas -a este asunto, por cierto, le dedicaré el siguiente post-, sin laboratorios, sin compensatoria, sin orientadores, sin refuerzos, sin..., seguimos tiñendo las calles de verde en una lucha donde ni siquiera su interesada sordera nos hará callar. Porque no podemos enmudecer mientras siguen despilfarrando dinero en campañas de autopromoción, en contratar mayordomos para sus exigencias faraónicas o en financiar abonos transportes para innecesarios fastos papales.

Y, aunque a veces eso nos desanime, tampoco la indiferencia de algunos medios ni la información malintencionada de otros nos hará enmudecer: para eso tenemos nuestros blogs, nuestras cuentas de twitter, nuestras formas de transmitir y comunicar -con palabras e imágenes- cuanto estamos viviendo. Por eso, precisamente, cuelgo hoy aquí estas fotos, unas instantáneas que no son más que mi personal testimonio de lo que viví ayer. Y de lo que, si seguimos unidos en esta lucha tan importante por la educación pública, seguiremos viviendo.

Que siga subiendo la marea. Y que, cada día que pase, sea más fuerte, más unida, y más verde.





jueves, 20 de octubre de 2011

Por qué hago huelga


Hoy hago huelga porque...

...faltan profesores en todos los centros públicos: en el mío, hemos perdido a 10 docentes en dos años (y ha subido, sin embargo, el número de alumnos);

...gracias a ese recorte, no hay personal para atender a las bibliotecas en la mayoría de los institutos, de modo que estas han tenido que cerrar o se ha suprimido el préstamo para los estudiantes;

...no hay desdobles, refuerzos ni apoyos para los chicos y chicas con problemas, pues al recortar el número de profesores es imposible dividir los grupos en dos y atenderles de forma personalizada: se ha atacado, por tanto, algo tan esencial como la atención a la diversidad;

...se han quitado laboratorios, prácticas, clases de conversación y todo cuanto requiere trabajar en el aula con grupos de no más de quince alumnos;

...se han suprimido plazas de Orientación, convirtiendo a los orientadores -figura esencial en cualquier centro de Secundaria- en una especie en vías de extinción que apenas puede hacer frente a los conflictos que se les plantean;

...se hacinan hasta 38 alumnos en cada aula de Bachillerato, consiguiendo que la excelencia sea -cuando menos- una utopía pese al enorme potencial de muchos de nuestros estudiantes;

...se financia la creación de un único centro excelente en toda la Comunidad y se condena, sin embargo, a la mediocridad a todos los demás;

...se deja al libre albedrío de los centros la realización o no de algo tan esencial de las tutorías, desprotegiendo así a los alumnos y a sus familias;

...se suprimien plazas para alumnos en FP, Ciclos Formativos, EOI, Conservatorios... y en todo cuanto permite que puedan recibir una educación pública y gratuita de calidad, convirtiendo esas enseñanzas en un reducto de unos pocos, es decir, solo de aquellos que se las puedan pagar;

...se ceden terrenos a los concertados (especialmente si son del Opus) y se hace un regalo fiscal de 90 millones de euros a los padres que llevan a sus hijos a la privada, mientras que se recortan esos mismos millones a la pública, olvidando que esta última no es una opción, sino un derecho esencial de todos los ciudadanos;

...se despilfarra dinero público en campañas de autopromoción inútiles -con un prespuesto de más de 100 millones de euros para este año- y, sin embargo, se emplea la crisis como excusa para recortar dinero en algo tan básico como la educación;

...se desmantela progresivamente la pública y se ataca, desde la falacia y la tergiversación, al colectivo docente, en una campaña de desprestigio que denota una profunda irresponsabilidad política;

...se obliga a profesores a impartir asignaturas para las que no están capacitados (las famosas "afines"), perjudicando la calidad educativa y negando, asimismo, que esta realidad esté sucediendo;

...se manda al paro a miles de profesionales con la consiguiente destrucción de empleo público y sin tener en cuenta que necesitamos a esos compañeros en nuestros centros para que el curso se pueda desarrollar con normalidad;

...no se cubren en muchos de nuestros institutos las bajas de quince días -por matrimonio, por ejemplo- o incluso de un mes -como la que, por neumonía, está atravesando una compañera de otro centro- y se priva, por tanto, a los alumnos a su derecho a clase durante esos días, donde nadie les impartirá las clases que están perdiendo;

...no hay profesores para las guardias, ni para las extraescolares, ni para nada de lo que constituye la vida cotidiana de un centro educativo;

...se insulta y represalia a quienes defendemos la educación pública con nuestras camisetas verdes, ofendidos por un lema ("Una escuela de tod@s para tod@s") que solo puede herir a quienes creen en "Una escuela de unos pocos para unos pocos".

Y no, no hago huelga ni por las famosas dos horas (no pido dar menos horas de clase: disfruto enormemente cada una de esas sesiones, aunque nuestra Consejería sea incapaz de entender algo así), ni por el sueldo (no hay ni una línea dedicada al salario en nuestra lucha), ni por nada de lo que algunos medios están diciendo en su afán -interesado- por confundir.

Hago huelga por una escuela digna, porque la educación pública es un derecho de todos, porque se trata de un pilar de nuestra sociedad que costó mucho construir y que ahora no podemos permitir que otros destruyan con total y absoluta imPPunidad.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La huelga verde en Telemadrid

¿Motivos para la #huelgaverde? Por si los enumerados en antiguos posts como Salvajes, Crónica de una alumna o No son dos horas no fueran suficientes, aquí os dejo un vídeo -que he encontrado gracias a vuestros comentarios en este blog: no sabía que estuviera circulando por YouTube- donde, ante las cámaras de Telemadrid y frente a la puerta de mi instituto, intento resumir (en tiempo récord) las razones del necesario éxito de esta convocatoria.

Mucho ánimo, en esta nueva semana de huelga, a todos los profesores, padres y alumnos de esta #mareaverde.

lunes, 17 de octubre de 2011

Salvajes

Lo confieso. Soy -por si alguien aún no se ha dado cuenta siguiendo el rastro de este blog- uno de los salvajes e irresponsables -así nos llamó Lucía Figar en sus pasadas declaraciones- que estamos haciendo huelga estos días. Y, por ello, he pensado que lo mejor es hacer un necesario acto de contrición individual y enumerar mis culpas, con la esperanza de que mis compañeros docentes también recuperen la razón y hagan lo propio por el bien de la escuela pública.

Soy un salvaje, sí, un salvaje de los que llevan una camiseta verde con un lema tan ofensivo como "Escuela pública de tod@s para tod@s", algo que el ex Director de Mejora de la Calidad de la Enseñanza de la Comunidad de Madrid califica en su agudo y bien ponderado blog como una prenda que no es "la vestimenta digna que se espera de ellos" (es decir, de nosotros, los docentes), "sino una camiseta reivindicativa que persigue la imposición de una ideología determinada sobre cualquier otra consideración". Evidentemente, soy un salvaje que intenta imponer un mensaje inadmisible (una escuela de tod@s para tod@s) cuando es obvio que tendría que llevar una camiseta con un mensaje mucho más afín a los nuevos tiempos neoliberales del tipo "una escuela de unos pocos para unos pocos" o, casi mejor, "una escuela para el que la pueda pagar", o -por qué no- "una escuela como Dios manda", en alusión a los centros concertados a los que nuestra Comunidad regala y cede terrenos con tanta ligereza como ahora pretende subvencionar el Bachillerato de un instituto del Opus Dei en Alcalá. No hay dinero para pagar a los más de 100 profesores despedidos en esa localidad, pero -qué curioso: ¿será la Providencia?- sí para entregar el Bachillerato a los designios divinos del Opus que son, a fin de cuentas, los que nos salvarán de nuestro salvajismo.

Soy un salvaje, sí, un salvaje que hace huelga y que, en los días de esa misma huelga, se va a su centro a hablar con los alumnos, a dialogar con ellos, a conversar con sus padres, y que acude -junto con las familias y con sus compañeros docentes- a las manifestaciones y movilizaciones donde, como somos unos salvajes, no hemos sido capaces de crear ni unos altercados a la altura de lo que se esperaba de nosotros, en un aburrido y anodino ejercicio de tizaflautas (verdes, cómo no), que parece sacado de un episodio ñoño de Verano azul (perdón, verde). Así, con este salvajismo contumaz, los medios más reaccionarios no pueden sacarnos en portada y tendrán, como ya hiciera ABC este fin de semana, que recurrir a profesores de fuera para ilustrar nuestra falta de civismo y sentido de la responsabilidad.

Soy un salvaje, por supuesto, y por eso mismo preparo temas y antologías de asignaturas como Literatura universal o Lengua española para mis alumnos de Bachillerato, unidades que elaboro en mis horas no remuneradas -más allá de las que forman mi horario- y que les envío por e-mail o cuelgo on line para que no pierdan el ritmo del curso y, sobre todo, para que vayan bien preparados a Selectividad. Otro ejemplo más de salvajismo, claro, porque estoy perdiendo 100 euros por día de huelga y, en vez de cruzarme de brazos, trabajo desde casa, con un afán estúpido por no perjudicar a mis estudiantes.

Pero no queda aquí, claro que no, porque soy tan salvaje que me reúno con padres fuera de la única hora que, según la ley, necesita un tutor para atender a los treinta alumnos que dependen de él. Así que, cuando la semana pasada una madre me pidió cita fuera de mi horario oficial para verme, no supe decirle que no y busqué un hueco que no tenía en un acto que, cuando menos, debería ser denunciado ante la Consejería, tan prolija en represalias en estas últimas semanas.

Además, como los salvajes somos muy obcecados en nuestra falta de civismo, también he continuado con tareas no remuneradas -y que realizo fuera de mi horario- como la revista del centro o la dirección y puesta en marcha del grupo de teatro. Hay que ser salvaje, sí, para molestarse en coordenar iniciativas que exigen un minímo de tres a cuatro horas semanales y que no tienen más beneficio que el de potenciar la faceta creativa de los estudiantes. Nada que ver con la auténtica excelencia -que, como bien afirma el PP madrileño, ha de quedar para unos pocos- ni con el lema de las camisetas que tendríamos que ponernos si fuéramos responsables de verdad, es decir, si no quisiéramos hacer soñar a nuestros chicos con un futuro mejor, ni darles opciones ni apostar por la igualdad de oportunidades. Si fuéramos responsables, nos limitaríamos a recordarles que el mundo está en manos de una minoría y que esa minoría ya se encargará, con toda la responsabilidad que la caracteriza, de que ellos no lleguen a rozar ni una tímida parte de su pastel.

Soy un salvaje, sí, tanto como para haberme quedado, junto con otros docentes igual de incivilizados, tutelando la jornada de cultura y protesta que organizaron los alumnos de mi centro el pasado jueves (desde las 5 hast las 11 de la noche) . Tan salvaje como para interesarme por acompañar a los alumnos de 4º a su viaje fin de estudios, porque -aunque estemos saturados de trabajo y no haya medios suficientes ni apenas energías para nada que no sea lo cotidiano y urgente- no queremos privarles de esa experiencia, por mucha responsabilidad que ello conlleve y por mucho esfuerzo que suponga estar durante cinco días -24 horas al día- pendientes de un grupo de entre 60 y 90 alumnos de quince y dieciséis años. Si hay algún padre por aquí, entenderá hasta qué punto hay que ser salvaje para atreverse con una aventura como esta...

Salvaje, desde luego, como todos los compañeros que nos estamos dejando la piel en una lucha donde hemos sido tan primitivos como para no incorporar ni una petición económica. Y, peor aún, tan salvaje como para seguir afirmando que no estoy pidiendo menos horas -me quedo con mis 21 sin problema alguno- sino más profesores. Estoy pidiendo que vuelvan los compañeros despedidos y que, por tanto, en esas 21 horas no dé clases a grupos de 38 alumnos en Bachillerato, sino a grupos mucho menos numerosos, a grupos donde pueda atender a los chicos de forma individualizada, como personas, como los alumnos excelentes que pueden ser si nos dan las herramientas para ello. Estoy pidiendo que vuelvan los desdobles, los laboratorios, las bibliotecas, las guardias, las extraescolares, la compensatoria, las aulas de enlace, las plazas en las EOI y todo lo que se ha perdido y que, en definitiva, es un robo al futuro tanto de nuestros alumnos como del futuro de las próximas generaciones.

Y soy tan salvaje como para seguir haciendo huelga -y perdiendo dinero- aun cuando ni tengo hijos ni pienso tenerlos, porque creo que esta lucha no se puede plantear desde una perspectiva egoísta, porque -qué obtusos somos los salvajes- estoy convencido de que en tiempos de crisis no podemos seguir mirando nuestro ombligo, porque me parece que ahora -más que nunca- es necesario apostar por lo público e invertir -que no gastar- en educación. Solo desde la educación hay posibilidades de futuro. Salvo que, y por eso puede que yo no lo vea, esperemos que sea la gracia divina la que nos ayude en el futuro. De ser así, que sigan regalando terrenos al Opus, cediendo los IES públicos -gratis- a los peregrinos de futuras JMJ, regalando desgravaciones fiscales a los padres que puedan pagarse la privada, derrochando dinero en estériles campañas de autopromoción y dejando que trabajen en nuestras aulas públicas gentes contratadas a dedo de sospechosas fundaciones privadas de claro sesgo neoliberal... Eso es, dejemos que sigan desmantelando la pública y asumamos, de una vez por todas, que los de la marea verde somos unos salvajes. Porque hay que ser salvaje para dejarse la piel defendiendo algo que nos pertenece y nos incumbe a todos. Si no, no se explica.

sábado, 15 de octubre de 2011

Premios Bitácoras 2011

Gracias a vuestros comentarios, acabo de enterarme de que Eso de la ESO es uno de los blogs finalistas a los Premios Bitácoras 2011 en la categoría de Educación. La verdad es que la noticia me ha cogido por sorpresa (pues no había presentado el blog a premio alguno...), pero también me alegra y anima saber que hay quienes se sienten a gusto en este diminuto rincón de la blogosfera.

Si alguien quiere votar, puede hacerlo en este enlace. Y, con o sin votos, gracias -a todos- por el apoyo. Por seguir debatiendo en este foro. Y, sobre todo, por hablar de -y con- educación, tema que ha de recuperar -así lo está haciendo- un protagonismo perdido en los últimos años. Ese fue el origen y el motivo inicial de este blog. Y eso es, con toda la energía de la marea verde que en él habita, lo que le sigue dando su sentido.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Camisetas verdes

Vergüenza. Eso es lo que siento cuando me paro a pensar en la actitud de los responsables políticos del PP madrileño. Vergüenza ante su afán de insultar y desprestigiar a todo el colectivo docente. Vergüenza ante su cerrazón y oposición a todo diálogo. Vergüenza ante su incapacidad para sentarse a oír a quienes -padres, profesores y alumnos- tenemos tanto que decir en este conflicto. Vergüenza al comprobar que siguen negando la existencia de unos evidentes -y salvajes- recortes.

Vergüenza al leer y al escuchar cómo tratan de ocultar lo obvio: la supresión de apoyos, refuerzos, guardias, desdobles, tutorías, laboratorios, bibliotecas, extraescolares, compensatoria, optativas... Vergüenza al comprobar cómo siguen intentando manipular a la opinión pública con esas dos horas que no son, en modo alguno, el objeto de esta protesta. Y vergüenza al oírles tachar nuestra huelga de "política", como si la política (¿qué diría Aristóteles al respecto?) fuera algo aberrante. Por supuesto que defender la educación pública es hacer política, y defender lo público es política, y pedir una sociedad donde haya oportunidades justas y dignas para todos es también política. Una política que todo partido -sea de la orientación que sea- debería querer y aspirar a hacer. Pero en su lenguaje -lleno de imprecisiones léxicas- político significa partidista, cuando esta lucha -esta marea verde- es tan plural como inabarcable, tan fuerte como clara, tan colectiva como cohesionada. Por eso, porque es una marea de todos, mañana serán los alumnos de mi centro -el IES San Juan Bautista- los que protagonicen la jornada de lucha en mi instituto, en un encierro que, desde las 5 de la tarde, será su (y nuestra) forma de gritar contra los recortes, grito al que nos sumaremos padres y profesores. Por supuesto, si algún medio quiere dar testimonio de ello, estaremos encantados de atenderle.

Asustados ante tanta cohesión, los enemigos de la escuela pública -tras su gastada cantinela de lo vagos que somos los maestros- ahora han descubierto una nueva cortina de humo: las camisetas verdes. Unas camisetas que llevan años vendiéndose a 5€ cada una, un precio irrisorio con el que solo se costea la producción y distribución de las mismas, y que -por supuesto- no son el "negociazo" (¡viva el léxico neoliberal!) del que hablaba el PP, sino un símbolo de quienes creemos en la educación pública. Supongo que el hecho de que Lucía Figar y Esperanza Aguirre hablen de "negociazo" tiene que ver con su propia visión del mundo, tal y como demuestra su afán privatizador de la enseñanza, o como prueban algunos célebres ejemplos de su partido, donde muchos prefieren trajes hechos a medida a simples camisetas verdes que parecen combinar peor con sus corbatas, cinturones y correas...

La camiseta verde ya fue, por si alguien no lo recuerda, objeto de represalia. Y lo fue cuando una orientadora -amiga mía, por cierto- tuvo la osadía de acudir con ella a realizar las pruebas CDI a un centro concertado. Para realizar estas pruebas -de las que ya hablé en otro post anterior - a los profesores de la pública se nos obliga a ir a examinar a los alumnos de la concertada. Supongo, por cierto, que el hecho de hacernos perder clase ese día no es importante para la Consejería, mientras que sí lo es que las perdamos cuando hacemos huelga... Pero, paradojas figarenses aparte, lo que nadie nos dice es que dichas pruebas llevan aparejado un dress code que, a ser posible, ha de evitar toda referencia a una sociedad democrática, plural y laica. Así pues, cuando mi amiga Carmen se presentó en el colegio concertado Liceo Cónsul con una camiseta verde donde se leía un eslogan tan agresivo y brutal como "Escuela pública de tod@s para tod@s" la inspección -a instancias de la dirección del centro- decidió sancionarla, en un acto que, cuando menos, define con claridad lo que la Consejería madrileña opina sobre la escuela pública: mejor pisoteada, que en pie.

Desde entonces, la camiseta verde ha sido un símbolo de la lucha por una educación pública digna y de calidad. Una educación que atienda a la diversidad y a la diferencia -justo lo que está impidiendo el PP madrileño con sus recortes: ¿cómo atender a la diversidad en grupos de 38 y sin medios humanos para ello?-, una educación donde no haya segregación ni elitismo -¿solo un instituto de excelencia frente a cientos de centros abocados a la mediocridad? ¿no habría que pelear por una proporción contraria a esa?-, una educación en la que se fomente lo mejor de todos y cada uno de nuestros alumnos, haciendo que la excelencia sea real y factible, promoviendo el trabajo en equipo de docentes y familias y fomentando la autocrítica en un gremio -el mío- que llevaba mucho tiempo adocenado. Y aletargado. Ahora parece que esas camisetas estuvieron siempre aquí, pero fueron unos cuantos pioneros los que comenzaron la lucha, los que iniciaron la marea, los que despertaron nuestras conciencias y apelaron a las tizas y las pizarras -verdes, por cierto- para que peléasemos contra el progresivo desmantelamiento de la escuela pública.

Sobre el "negociazo" de las camisetas, esto es lo que nos ha escrito vía e-mail a muchos profesores la Plataforma por la Escuela Pública de Vallecas: La Plataforma por la Escuela Pública de Vallekas nunca ha tenido ánimo de lucro con nada, y mucho menos con la distribución de camisetas. Desde 2006 las camisetas se han repartido a 5€. Lógicamente hay un margen que se destina a sostener las actividades que se desarrollan en la zona, por parte de la propia Plataforma , o por parte de algunos centros, en apoyo a la Escuela Pública. Jornadas Educativas, campañas de apoyo a la matriculación en centros públicos en época de escolarización, carteles, pancartas, pegatinas, impresión de documentos y escritos, trípticos, apoyo a los múltiples encierros que se viene haciendo en los Centros vallecanos en los últimos años...nadie de nosotr@s cobra un euro por la participación en las actividades que desarrollamos, y nadie pretende cobrarlo. En nuestra Plataforma cabe todo el mundo”. Personalmente, puedo dar fe de ello -conozco a gente que trabaja mucho y muy bien allí- y añadiré, además, que no hay "monopolio" alguno (otra sandez que se ha oído estos días), pues muchos nos hemos impreso nuestras propias camisetas o hemos improvisado -y hasta customizado- otros modelos de verde con tal de significarnos y hacernos visibles.

Por mi experiencia personal sé bien que la visibilidad es compleja. Y difícil. Y también sé -como lo sabemos todos los que hemos estado y estamos implicados en la causa LGTB- que esa visibilidad es esencial para conseguir nuestros objetivos. Porque los problemas que no se ven, no existen y, por tanto, tampoco se atienden. Por eso, en el fondo, es bueno que se hayan dicho tantas barbaridades sobre nuestras camisetas verdes, porque eso prueba hasta qué punto está calando nuestro mensaje, hasta qué punto les resulta molesto e incómodo que nuestra verdad sea evidente con tan solo un color, con tan solo un lema, con nada más que una triste camiseta que tanto significa y que con tanto orgullo -a pesar de los bufidos de algún transeúnte, que de todo hay...- llevamos estos días.

Lo que olvidan cuando intentan hacernos callar y amedrentarnos, es que nuestro trabajo consiste -precisamente- en ser visibles ante cientos de alumnos. Y ante sus familias. Que nuestro día a día exige una dosis brutal de exposición personal y profesional, así que no nos da miedo dejarnos ver. Ni hacernos oír. Y, además, tampoco nos resulta nada raro el verde. Es, a fin de cuentas, el color de nuestras pizarras. De muchos de los poemas lorquianos que comentamos con nuestros alumnos. De algunos minerales que, cuando había laboratorios, analizábamos con ellos. De una marea que quieren frenar confiscando camisetas cuando, en caso de que lograsen quitárnoslas -o, en su línea dictatorial, vetárnoslas-, con ello solo lograrían desnudar aún más nuestra verdad. Justo lo único que no está en su poder y que, pese a su maquinaria propagandística y mediática, no van a conseguir arrebatarnos. Nunca.

lunes, 10 de octubre de 2011

Piedra, papel..., ¿o tijeras?

No lo entiendo. Lo siento, pero no entiendo que los sindicatos nos planteen, a estas alturas de la lucha, una convocatoria descafeinada y, sobre todo, inane. Dos días más de huelga tan dispersos como disparatados: el 3 y el 23 de noviembre. Su objetivo, según afirman los medios, es no interferir en la campaña electoral, precisamente el único momento en que estamos consiguiendo que las miradas se centren -por una vez- en la educación.

Plantear una huelga el 23 de noviembre, tras el más que previsible -y perdonen que me pronuncien, pues solo es mi opinión personal- triste triunfo del PP en las urnas es un acto más simbólico que útil y, mucho más, si se trata de más días aislados, que no sirven para forzar negociación alguna. No sé qué parte de huelgas continuadas y consecutivas no entendieron los sindicatos. Ni en qué momento decidieron que era mejor dejar que los partidos respirasen tranquilos no fueran a indigestarse sus comidas y cenas preelectorales por algo tan insignificante como el bienestar y el futuro de la educación pública.

Y tampoco me sirve la preocupación por los alumnos, pues muchos de los que estamos haciendo huelga -y renunciando a 100 euros diarios de nuestro sueldo- también estamos haciendo horas extras -no remuneradas, claro, y fuera de nuestro horario lectivo- para recuperar ese tiempo con nuestros alumnos, sobre todo en Bachillerato, donde nos estamos asegurando de que dan el temario y llegan a la PAU en igualdad de condiciones que sus compañeros de la privada y la concertada. Ahora, vista esa irrisoria convocatoria sindical, siento que se ríen de ese doble esfuerzo y, sobre todo, que se desoye a las asambleas que tan claro y con tanta rotundidad han hablado en estos meses.

Por eso, porque en este instante solo sé que voy a seguir en la lucha -pero, por contra, ya no sé si seguiré en la huelga-, prefiero dar la palabra a los únicos que no me han fallado jamás desde que empecé en este trabajo: los alumnos. Alumnos que en mi centro han convocado y organizado un encierro verde con un montón de actividades para este jueves 13 de octubre (allí estaremos de 5 a 11, por si algún medio quiere hacerse eco de lo mucho que son capaces nuestros magníficos alumnos de la pública) y que, también, elaboran campañas tan contundentes e ingeniosas como este anuncio anti-recortes que hoy me enviaban dos de mis chicos de 4º de la ESO.

Frente a ciertas actitudes sindicales descafeinadas y ante los variopintos despropósitos e insultos de nuestra Consejería, admito que momentos tan sencillos como la apertura del e-mail de estos dos alumnos son los que, en noches como hoy, me dan fuerzas para continuar. Para creer que esta #mareaverde va a seguir anegando las aulas y las ciudades aun cuando haya quienes no quieran estar a su altura. Juntos, podemos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Me gusta ser profesor

El pasado 5 de octubre tuve el honor de asistir como ponente a una de las mesas redondas de la Jornada sobre Educación que se celebró en la Asamblea de Madrid. En esa ponencia comencé hablando de algo que, en este conflicto, no puede quedar oculto por las montañas de descrédito y desprestigo que intentan hacer caer sobre nosotros, sobre los docentes: la pasión por nuestro trabajo. El amor -vocacional, a menudo- por nuestro oficio. Al día siguiente, la manifestación y la huelga de los estudiantes de Secundaria y Bachillerato me daban aún más argumentos -con esa magnífica lección de Educación para la Ciudadanía que nos dieron a todos- para justificar esa pasión por objetos tan prosaicos como la tiza y la pizarra.

Ahora, en estos días en que parece que, por las noticias (tan atroces y fascistas como esta) y los e-mails que recibo de algunos compañeros, se suceden las represalias, se nos convierte -a nosotros y a nuestras camisetas verdes- en objeto de persecución y se intenta instaurar la mordaza y el miedo, he decidido transcribir aquí esa ponencia, con el único deseo de hacer un homenaje -y dar ánimos- a quienes nos estamos dejando la piel -y las ilusiones- en esta lucha. Una de las únicas huelgas y movilizaciones que yo recuerdo donde no se pide ni un solo euro. Donde el único dinero que pedimos es el que han quitado a nuestras aulas. A nuestros alumnos. Y a su futuro.

¿Excelencia?

Me gusta mi trabajo. Y estoy seguro de que esa misma afirmación pueden hacerla muchos de mis compañeros, de los docentes que, estos días, nos sentimos agredidos y desprestigiados por aquellos que deberían escucharnos y defendernos, aquellos para los que es del todo incomprensible que pueda gustarnos llevar con nosotros –en la cabeza y en el corazón- la vida de cientos de alumnos cada curso escolar. Pero, aunque ellos –en su mezquindad- no lo entiendan, a muchos de nosotros nos gusta ser profesores, sí, a pesar de las dificultades que entraña este trabajo, de los múltiples problemas que hemos de afrontar cada día, de la cantidad de vidas –y de situaciones personales- que encontramos en nuestras aulas y ante las que hemos de ofrecer respuestas válidas y, sobre todo, constructivas. Para nosotros, los recortes tienen rostros y nombres –de alumnos desatendidos, de compañeros sin trabajo- y por eso nos hemos lanzado a la calle con nuestras camisetas verdes. Con nuestro grito a favor de la pública. Con la urgencia de insistir en que recortar en educación no solo no ayuda a salir de la crisis, sino que nos acabará hundiendo más en ella.

Quienes recortan en la pública –no para ahorrar, sino para favorecer otras fórmulas de escolarización que permitan el adoctrinamiento y favorezcan el elitismo social-, olvidan –a propósito, por supuesto- que los docentes trabajamos con personas, con adolescentes que están buscando su identidad en esa compleja franja que va de los doce hasta los dieciocho años, y por ello nos preocupa tanto que se nos quiten los medios necesarios para poder ofrecerles una educación pública, digna y de calidad. Una educación donde esa excelencia de la que tanto se habla se hace imposible si no disponemos de los recursos humanos necesarios para conseguirla.

Y es que resulta obvio que no se puede lograr la excelencia si en los centros aumenta el número de alumnos mientras disminuye el número de profesores. En mi instituto, por ejemplo, este curso hemos perdido a ocho compañeros. Ocho profesionales cuyas horas de dedicación es imposible cubrir por mucho que todos los que nos hemos quedado sumemos dos o hasta tres horas lectivas más. Por eso, porque hay ocho profesores menos, este año, en mi instituto no habrá desdobles de lengua, ni de matemáticas, ni de inglés por primera vez en mucho tiempo. Tampoco tendremos compensatoria para los estudiantes con más dificultades, ni laboratorios, ni siquiera es seguro que haya alguien que pueda encargarse de la biblioteca. Y, para colmo, hemos tenido que optar entre mantener la hora semanal de tutoría o la pervivencia de los desdobles, pues –con el número de profesores asignados al centro- era imposible mantener ambas cosas.

Decisiones y callejones sin salida a los que nos hemos visto abocados en todos los claustros de la Comunidad de Madrid para poder comenzar el curso a pesar de haber recibido unas instrucciones que impiden que este se desarrolle con un mínimo de normalidad. Instrucciones que incluyen medidas tan irresponsables como dejar las tutorías al libre albedrío de los centros, desprotegiendo así –no solo a los docentes- sino, sobre todo, a nuestros alumnos y a sus familias. ¿Cómo se puede prescindir de la única hora semanal en la que el tutor puede hablar con los alumnos y hacer un seguimiento real de su trayectoria académica y personal? ¿Cómo se puede considerar accesoria la única hora en la que se pueden prevenir muchos de los conflictos que estallan en las aulas, como el bullying, la xenofobia, la homofobia...? No sé qué justificación económica habrán encontrado para este despropósito, pero sí me parece una prueba más que contundente de hasta qué punto se está atacando a la educación pública y de cuánto se desconoce la realidad de las aulas. Ignorancia que seguramente podría subsanarse si nos preguntasen a quienes sí vivimos el día a día escolar: a los docentes y a las familias. Qué lástima que el diálogo sea, en vez de una táctica habitual, una más que lejana utopía ante la sordera de algunos.

Sordera y cerrazón que hace que todavía se escuchen y repitan manidos argumentos como la falacia de las famosas dos horas. Argumentos que nada tienen que ver con la lucha real. Con la auténtica protesta de quienes defendemos la dignidad y la calidad de la educación pública. Argumentos que olvidan que muchos de los profesores madrileños ya dábamos 19 y 20 horas lectivas el curso pasado, que asumimos –como funcionarios- nuestro recorte salarial en un ejercicio de responsabilidad y solidaridad, y que no nos hemos sumado a esta marea verde por la pública pidiendo ni un solo euro más (¿cuántas huelgas sin reivindicaciones salariales recuerdan?), sino que exigimos que en los centros haya un número suficiente de profesores, un cupo digno que permita que las bibliotecas vuelvan a abrir, que los laboratorios puedan llevarse a cabo, que los alumnos con más dificultades tengan los apoyos que necesitan y que los alumnos que destacan también tengan los refuerzos precisos para motivarles.

Eso sí debería ser la excelencia, una excelencia real y factible para todos y cada uno de nuestros alumnos. De vuestros hijos. No un club de elite donde se segregue a una exigua minoría mientras el resto de nuestros centros presentan ratios alarmantes y al límite de lo legal. En mi caso, estas ratios de 34, 36 y 38 alumnos en Bachillerato –por ejemplo- hacen que mi método de clases –basado en la interacción, en el trabajo en equipo, en la participación de los alumnos- sea poco menos que imposible, de modo que parece que se pretende obligarnos a los profesores a regresar a la desmotivadora clase magistral de antaño, en una regresión que –de nuevo- perjudica claramente a la calidad educativa.

Tampoco sé si, gracias a los recortes que, en mi instituto, nos han dejado sin auxilares de control que puedan abrir el centro por las tardes, podré mantener las actividades que he desarrollado estos años fuera de mi horario y siempre de forma voluntaria y no remunerada. Actividades como el grupo de teatro escolar o la revista de mi centro, que forman parte de esas horas de trabajo que nadie nos contabiliza y que, sin embargo, muchos consideramos que son especialmente importantes para nuestros alumnos. Actividades que son formativas no tanto por el resultado de las mismas, sino por el espíritu de trabajo y de convivencia que fomentan.

Porque, aunque haya quien parece haberlo olvidado, nuestra labor como profesores de Secundaria y Bachillerato no solo consiste solo en volcar conceptos en la pizarra, sino en transmitir pasión por nuestras materias –de ahí que el concepto de afines (desafinadas o no) sea, en sí mismo, una aberración- y en co-educar en valores -con la ayuda de sus familias- a nuestros alumnos, para que puedan seguir construyendo su propia identidad en esa crucial etapa de transición que es la adolescencia. Este curso, sin embargo, mis tres horas lectivas de más se han traducido en otro nuevo grupo más de 34 alumnos de Bachillerato, de modo que las horas de trabajo real que necesito para atenderles se multiplican de forma inmediata y exponencial, haciendo que me sea prácticamente imposible mantener con vida las iniciativas que, como esa revista o ese grupo de teatro, he coordinado en los últimos años.

Por otra parte, y como –a pesar de lo que intentan hacernos creer- los profesores somos muy conscientes de la responsabilidad que supone nuestro oficio, sé bien que la mayoría de mis compañeros compaginaremos ese año las movilizaciones y la protesta por la educación pública con un esfuerzo titánico por salvar la calidad y la dignidad de nuestras clases. De nuestros centros, aunque los recortes –esos que sí son el verdadero ataque ante el que nuestra huelga no es más que una necesaria y urgente defensa- intenten impedírnoslo, aunque desde el poder se decida seguir favoreciendo, fiscalmente, a la escuela privada en detrimento de la pública. Pero frente a sus obstáculos y a sus agresiones, haremos valer nuestro trabajo diario. Nuestro esfuerzo. Nuestro compromiso. Y nuestras ganas de darles a los chicos y chicas que se sientan en nuestras aulas todas las oportunidades que se merecen y que, quienes hemos sido siempre alumnos de la pública, también hemos tenido.

Y, aunque a veces nos invada la tristeza ante tanto ataque –y tanta represalia-, también sé que a muchos nos llena de orgullo ver cómo profesores, padres y alumnos –todos juntos- estamos dando estos días una lección de compromiso y de unidad, ejerciendo la docencia más allá de nuestras aulas y convirtiendo la ciudad de Madrid en una gigantesca pizarra donde defender cuestiones tan importantes como la igualdad de oportunidades y la pluralidad que representan la escuela pública.

Pero si algo bueno está surgiendo de esta dura crisis, ese algo es el intenso ejercicio de autocrítica que todos, profesores y padres, estamos haciendo en estos días. Un ejercicio que nos ha unido más que nunca, que nos ha hecho recordar en qué consiste ser parte de la comunidad educativa y que nos ha despertado de un letargo en el que llevábamos sumidos demasiado tiempo.

Ahora solo espero que, más allá de las actuales movilizaciones, esta marea verde se convierta, en adelante, en un rasgo que nos caracterice y nos defina, en un modo de actuar, en un sentimiento y un compromiso que nos haga permanecer unidos y cohesionados, como un sector crítico dispuesto siempre a defender el futuro de las nuevas generaciones y la necesidad de que la educación pública no sea, bajo ningún concepto, el último recurso o el único reducto para aquellos que no disponen de ninguna otra opción.

Al revés, hemos de luchar con ímpetu para que la educación pública recupere su sitio y vuelva a ser –con nuestro trabajo, nuestra cooperación y nuestro esfuerzo- la mejor educación de todas las posibles.