domingo, 13 de noviembre de 2011

Cómo acabar con la escuela pública

Si algo no le podemos reprochar a la Consejería es, ante todo, su claridad. Claridad a la hora de plantear el objetivo de sus recortes que, por supuesto, no es el ahorro (¿de veras se puede ahorrar asfixiando la escuela pública y acabando con las perspectivas de futuro de nuestros alumnos?), sino favorecer la iniciativa privada (de ahí que se haga un regalo fiscal de 90 millones de euros a las familias que llevan a sus hijos a esos centros) y, cómo no, volver a dejar la educación en manos de la Iglesia, potenciando la escuela concertada y haciendo que la formación de nuestros alumnos se haga, según criterio de la Consejería, "como Dios manda".

Esa claridad es la misma que han demostrado en las represalias que han sufrido algunos de los compañeros que han dado la cara -trasladados por denunciar situaciones imposibles y, a menudo, kafkianas- o de los directores que, como Javier -el director del IES Matías Bravo de Valdemoro- han sido expedientados por osarse a defender la escuela pública en los muros de una de esas escuelas públicas. Lo que debería haber hecho, supongo, es criticar, denostar y atacar la escuela pública desde los muros de esa escuela pública. Mucho más coherente, sin duda.

Es, también, la misma claridad que han demostrado en sus formas ruines y nada ejemplares, descontando los días de huelga a toda prisa mientras "se olvidaban" -qué caprichosa es la memoria- de los complementos -por bilingüismo, por tutoría, etc.- que nos debían. Un "olvido" con el que se perseguía asfixiar, indirecta o directamente, la voluntad de huelga.

Pero, por si a alguien le quedaban dudas de que su objetivo no es, ni mucho menos, el supuesto ahorro, también atacaron las tutorías -¿cómo se ahorra con ello? ¿alguien puede explicármelo?- y amenazaron con su supresión, atrocidad que solo se puede plantear desde una ignorancia absoluta de la realidad de las aulas -que empiezo a creer que también padecen...- o desde la mayor de las insidias contra la escuela pública. Finalmente, esa medida -contra la que ya escribí en este artículo de El País- se convirtió en un peligrosísimo "hagan lo que les plazca" que deja en manos de cada centro la opción de hacer o no hacer tutorías. Así pues, gracias al "ahorro" de nuestra Consejería, las familias se encuentran desprotegidas y a merced del IES donde estudien sus hijos, que podrán tener -o no- hora de tutoría según lo haya convenido el claustro.

Lógicamente, en este ataque contra una educación que fomente la igualdad de oportunidades y que, además, apueste por un modelo social inclusivo en el que se trabajen todas las diferencias que encontramos en las aulas -de sexo, de raza, de creencias, de orientación sexual, de nivel académico...-, se amenaza también desde el PP con suprimir tras el 20N la asignatura de Educación para la Ciudadanía que, sin duda, tampoco debe de gustar a nuestra Consejería. Natural, si tenemos en cuenta que en su programa se abordan temas tan peligrosos e indecentes como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la familia en el marco de la Constitución Española o el funcionamiento del Estado de Derecho. Es evidente que formar a los alumnos en cuestiones democráticas y trabajar, de paso, conflictos tan graves como la xenofobia, la misoginia, la violencia de género o la homofobia e intentar, mediante la reflexión y el análisis, avanzar socialmente es, cuando menos, un ataque contra los pilares de exclusión, marginalidad y segregación sobre los que debe asentarse toda sociedad avanzada que se precie. Faltaría más.

Y, en esta misma línea de claridad meridiana sobre sus fines devastadores, se nos han presentado ya las bases del nuevo Certamen de Teatro Escolar de la Comunidad de Madrid. El otro día, tras conocer su contenido, expresé vía Twitter mi indignación y, cómo no, unos cuantos trolls de esos que se dedican a increpar sin informarse, usaron ipso facto su (limitado) sarcasmo para burlarse de lo que para ellos no es más que una anécdota. Claro, porque el teatro escolar es una de esas cuestiones -como el deporte escolar- en las que nadie piensa pero que, sin embargo, son fundamentales en la vida -no solo académica, sino más aún en la dimensión humana- de los centros.

Hasta la fecha, ese certamen -cuya organización no era, digamos, especialmente brillante...- permitía que los grupos escolares representáramos cualquier montaje de nuestra elección. Desde este año, sin embargo, han tenido una idea brillante que, sin duda, permitirá que este certamen muera -por ausencia de interés- en un plazo más que razonable (¡ahorro!, deben gritar desde la Consejería). Y es que, este año, los grupos que se presenten con una obra en español podrán estar constituidos por un mínimo de 2 actores (lo que es ya, en sí mismo, un despropósito: el teatro ha de favorece la integración y el trabajo en equipo, no el protagonismo de unos pocos..., en fin, volvemos a la excelencia según el PP, siempre tan dispuesto a segregar) y su representación consistirá -exclusivamente- en una locución dramatizada de un texto del Siglo de Oro.

Como responsable -voluntario y por propia iniciativa- del teatro escolar de mi centro, quiero agradecer a la Consejería que haya acabado, de un plumazo, con el sentido del teatro escolar y, sobre todo, que colabore con tanto ahínco a la desmotivación y a la falta de educación teatral -y de pasión por este arte- de nuestro alumnado. También quiero agradecerle su profundo desconocimiento de la realidad de los chicos y chicas que están en nuestras aulas, de modo que con sus bases -que limitan el certamen a la declamación de textos poéticos del siglo XVII- hayan obviado a todos aquellos alumnos que no dominan bien nuestro idioma porque acaban de llegar a España y necesitan aulas de enlace y refuerzos (que, por cierto, gracias a los recortes ya no tienen), a aquellos que presentan dificultades de aprendizaje y que tampoco están siendo atendidos en esos desdobles que, recortes mediante, ya no existen..., y -sobre todo- que, además de ignorar que el teatro era una gran vía de integración para los alumnos antes mencionados (para los que la "locución dramatizada de un texto del Siglo de Oro" es un objetivo árido e imposible), hayan olvidado también que el teatro escolar es una actividad que profesores y alumnos hacemos voluntariamente fuera de nuestro horario, así que ha de ser una actividad tan formativa como lúdica si queremos que los estudiantes se enganchen y tomen parte en ella.

Personalmente, seguiré adelante con el grupo de teatro que formamos en mi IES el año pasado, aunque siga siendo una tarea que no se remunera, que no se reconoce y que no se gratifica en modo alguno (pues si se quiere obtener 1 o 2 tristes créditos de formación se ha de participar en este casposo certamen que nos plantean). Lo mantendré -aunque gracias a los recortes no sepa de dónde sacar las horas...- porque creo que el teatro tiene un valor educativo -más allá de despertar la pasión por su propia dimensión artística y literaria- que no podemos dejar que se aniquile desde el desprecio a nuestro trabajo. Lo haré porque creo que los treinta y tantos alumnos que se han apuntado este año se merecen esa opción y lo haré porque me parece una aberración convertir el teatro escolar en una actividad exclusivista y destinada solo a esos dos alumnos o alumnas que sean los mejores recitando textos en verso del Siglo de Oro.

Caer en ese modelo de excelencia -qué lejos está la excelencia de nuestra Consejería de la excelencia real que se halla en nuestras aulas y ellos se están empeñando en sepultar- es atacar la esencia del modelo educativo en el que creo. Del modelo de teatro en el que creo. Del modelo de vida en el que creo. Y, además, no me cabe duda de que si nuestro Lope de Vega levantara la cabeza -él, que reinventó el teatro para convertirlo en el espectáculo de masas de su tiempo- no daría crédito al comprobar cómo ahora se intentan emplear algunos de sus magníficos textos para conseguir todo lo contrario: distancia, obstáculo, virtuosismo vacuo que nada tiene que ver con todo lo que puede vivir -y convivir- en un escenario. Déjennos que, con el tiempo y el esfuerzo, podamos llegar con nuestros alumnos de teatro a Lope, o a Calderón, o a Tirso, sí, pero libremente, en equipo y, sobre todo, desde la creatividad y el trabajo conjunto, no desde la competición academicista que, de puro rancio, parece sacada de alguno de los capítulos de El florido pensil.

Supongo, eso sí, que las nuevas bases habrán sido muy del gusto de la Iglesia, que ahora podrá trabajar sin miedo el teatro (tan lleno de autores ideológicamente perversos...) en sus centros concertados, seguros que ningún profesor temerario -tengo buenos amigos trabajando, cual caballo de Troya, en muchos de esos dogmáticos centros- podrá plantear a sus alumnos textos de Beckett, o de Mayorga, o de Brecht, o de cualquiera de esos autores que no quedan nada lucidos en un escenario -porque invitan demasiado al pensamiento crítico de nuestros alumnos- y que, para colmo, desmerecen al lado de unos buenos versos de Calderón o de Tirso. Porque eso sí es teatro. Eso es teatro del bueno y no tanto rojerío, tanto titiritero, ni tanta monserga... Como Dios manda.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendo. Representemos todos los centros públicos Fuenteovejuna, y adecuemos el vestuario de actores y actrices a los tiempos que corren: las camisetas verdes.

Raúl dijo...

Yo también trabajo en un concertado y represento a un claustro que nos presentamos como "la espinita" que se clava en el ojo, molesta y ahí está; somos conscientes de lo que hacemos jugándonos el puesto.

Juan Pablo dijo...

Muy bien dicho, Fernando. Me parece que no es la primera vez que la Comunidad de Madrid limita el certamen a obras del siglo de oro. Ocurrió hace unos años, y como ahora, dejaron tirados a todos los profes y alumnos que habían empezado a ensayar con la ilusión de presentarse. ¡Pero al menos entonces eran montajes! Lo de ahora es algo que se prepara en dos clases. Luego dirán que hay que recuperar la cultura del esfuerzo...

Juan Pablo dijo...

Rectifico parcialmente el comentario anterior: parece ser, según me han dicho, que sí se admiten montajes dentro del concepto de "locución dramatizada". Pero sigo pensando que es un error excluir del certamen a todo lo que no sea teatro del siglo de oro.

Fernando J. López dijo...

Sí, Juan Pablo, según las bases (puse el enlace en el propio post) se admiten montajes completos, pero siempre que sean de textos del Siglo de Oro. Cualquier otra propuesta está excluida. Es un modo de dejar morir lentamente el certamen... Total, a quién le importa una "pequeñez" así... Es triste, pero les gustaría que los que damos horas voluntariamente a este tipo de actividades, dejásemos de hacerlo. Nada les gustaría tanto como demostrar, a partir de la ausencia de acción y de implicación, que la pública no funciona. Pero, ni siquiera con su inquina, van a lograrlo. No cuentan con dos cosas que a ellos les falta: la pasión y el amor por nuestro trabajo.
Un abrazo

Juan Pablo dijo...

A mí me parece que esta medida no sólo perjudica a los públicos, sino también a los concertados y a los privados, algunos con grupos de mucha solera. Creo que los organizadores no han sabido entender el potencial motivador que tenía el certamen anterior, por el mero hecho de estar abierto a todo tipo de montajes. Y no está la cosa para que nos quiten los pocos alicientes que tenemos, y no hablo tanto de los profesores como de los propios chavales. Quiero pensar que se darán cuenta del error, pero para entonces ya habrá pasado un curso, y eso es muchísimo para un estudiante. Lo suficiente como para engancharlo al teatro toda la vida o... para que lo aborrezca.

Chema dijo...

Está claro que nuestras autoridades educativas no aprecian el teatro, quizás porque sus mayores ya prohibían hace años a Alfonso Sastre o Buero Vallejo. Si se hubieran tomado al molestia de ir de vez en cuando a alguna de las muchas obras interesantes que se han representado en Madrid en los últimos años hubieran podido presenciar Un enemigo del pueblo, esa obra extraordinaria de Henrik Ibsen, uno de los grandes dramaturgos de la historia, en mi opinión.
En esa función, un hombre, aunque lo abandone hasta su hermano y no cuente ya con el apoyo de su propia familia (excepto de una de sus hijas)sigue defendiendo sus ideas porque sabe que la razón y la verdad están de su parte, y, por si fuera poco, también con ello defiende la salud de su comunidad. Pues al igual que le ocurre al inolvidable doctor Stockmann, así pasa con los docentes de esta maltrecha región, que vamos a seguir en pie, defendiendo una causa que no puede ser más noble: la educación. La razón, la verdad y hasta la salud (moral y ética) de nuestra sociedad así nos lo exige.