miércoles, 30 de mayo de 2012

Autor "de verde" en la Feria del Libro

Este domingo, de verde y con mi chapa de la escuela pública -insignia ya cotidiana de quienes creemos en el derecho de TODOS a la educación-, estaré firmando en la Feria del Libro de Madrid. Y, lo que más me ilusiona, es que el libro que firmaré -TOUR DE FORCE- es, precisamente, una obra teatral en la que hablo de temas como la importancia de la educación en la búsqueda de uno mismo o la necesidad de abrazar la diferencia -y la diversidad- como pilar básico de la convivencia. Temas de los que ya no gustan en la nueva Ciudadanía o para los que pretenden que no haya hueco en las futuras clases abarrotadas de alumnos abandonados a su suerte.

En apariencia, Tour de force es un monólogo que recrea, como si de un combate de boxeo se tratara, la juventud de Buñuel y su amistad con Lorca y Dalí. Pero, en el fondo, es una reflexión sobre la amistad, sobre la búsqueda de la identidad -sobre cómo nos influye la educación y la familia en ese proceso- y, cómo no, sobre la diferencia y la aceptación de la misma como parte esencial de la construcción del yo. Como pilar de cualquier convivencia. Por eso, en parte, mi editorial -los valientes amigos de Antígona- se decidió a publicarlo. Y hasta hicimos una guía didáctica para ESO y Bachillerato, porque Tour de force, además de un recorrido por una época -y por una generación de indiscutibles genios-, es también un canto -humilde, pero muy sincero- a la adolescencia, a la amistad y a la búsqueda de aquello que nos une por encima de cuanto nos distancia.

Y sí, claro que sí: este año iré a la caseta con mi chapa verde -ESCUELA PÚBLICA DE TODOS PARA TODOS-, porque -como escribí en mi último post- sé que la visibilidad es necesaria. La visibilidad de la fe que tenemos en la escuela pública quienes formamos parte de ella. Quienes, como yo mismo, somos los que somos gracias a esos colegios e institutos públicos donde tuvimos profesores que nos animaron e impulsaron a crecer. Y a construirnos. En mi caso, cada vez que publico o estreno un nuevo texto -y ya van unos cuantos, afortunadamente-, no puedo dejar de volver a sentirme aquel chaval de Alcorcón al que una magnífica -y vocacional- maestra de primaria le regaló un cuaderno de espiral con tapas amarillas para que lo llenara de cuentos y poemas. Ni puedo evitar volver a creerme el adolescente que se apuntó a teatro en 2º de BUP y que empezó a escribir y a ensayar por el mero placer de compartir ratos con sus amigas del instituto...

Ahora, más que nunca, no podemos olvidar lo que somos. Ni lo que hemos sido. No podemos permitir que las generaciones que vienen no tenga derecho, al menos, a pelear por lograrlo también. No podemos condenarles a la ignorancia. Ni a la desilusión. Ni a la apatía. Por eso no deberíamos quitarnos esa chapa verde. Por eso es bueno que se nos vea de verde en otros ámbitos. En otros lugares disintos a nuestras aulas: porque a veces -aunque parezca increíble- es necesario un recordatorio visual de lo verdaderamente importante. Y el futuro y la educación de los más jóvenes es, sin duda, el gran -y fundamental- combate que debemos ganar a quienes se empeñan en robárselos. 

Para quien se quiera acercar, estaré firmando TOUR DE FORCE este domingo 3 de junio de 19 a 21 h. en la caseta 156.

domingo, 27 de mayo de 2012

Visibles

No creí que pudiera volver a ser necesario. O, al menos, no tan urgente. Pero hechos como la retirada de la homofobia de los contenidos de Educación para la Ciudadanía o el vergonzoso recurso del PP contra el matrimonio gay y lésbico ante el Tribunal Constitucional -¿de veras tenemos que aguantar semejante agresión?- me convencen de lo contrario. Sí, es obvio que sigue siendo imprescindible luchar por la normalidad -por la naturalidad- del modo más eficaz y sencillo que conozco: siendo visible.

Nada les molesta tanto a quienes odian al diferente que su presencia evidente, sin escondrijos, sin máscaras con las que hacerse menos incómodo a los partícipes de una moral obsoleta y castrante, a aquellos que se creen en el derecho de juzgar el amor y la pasión ajenos, aquellos que prefieren la exclusión y el odio a la integración y la suma. Pero, que tampoco nos engañen: esos individuos son una minoría, solo un puñado de intransigentes -e infelices- recalcitrantes que intentan contagiar su bilis a los demás. Cuando esos tipejos cuentan con algún púlpito -del tipo que sea- desde el que lanzar sus dardos, el peligro resulta más obvio -por lo contagioso de su veneno-, así que es preciso contraatacar haciéndonos visibles. Poco conseguirán en nuestra contra cuando quienes somos objeto de sus insultos nos mostramos sin miedo ante los demás. Cuando, en nuestro día a día, demostramos que todos sus prejuicios no son más que eso, fantasmas ancestrales que no merecen crédito ni respeto alguno.

Y es que, en realidad, es más fácil el progreso que la regresión. Es más fácil la tolerancia que el odio. Aunque haya quien se empeñe en lo contrario. Porque, a menudo, la homofobia no es más que ignorancia. Desconocimiento -por eso es tan importante nuestra labor como educadores- de una realidad que solo es necesario hacer presente -cotidiana- para que resulte tan normal -y tan simple- como en el fondo lo es. Por eso, aunque jamás defenderé a quienes practican el outing ajeno -cada cual es dueño de su intimidad-, tampoco entenderé a los que siguen metidos en sus armarios -personales, culturales, mediáticos-, pues su silencio es mucho más cómodo, sí, pero también es más cobarde y, sobre todo, cómplice de aquellos que disfrutarían enterrando nuestra realidad para que jamás saliera a la luz.

Por eso, como autor, presento a menudo historias y personajes homosexuales en mis novelas y en mis obras de teatro. Por eso, ante el recrudecimiento episcopal de la intolerancia contra el colectivo LGTB -sustentado por un gobierno que les apoya en tan aberrante cruzada-, me alegro especialmente de estar a punto de publicar una obra -Cuando fuimos dos- en la que se presenta, con toda naturalidad, una historia de amor entre dos hombres. Una historia donde, en realidad, lo de menos es que sean dos chicos los protagonistas, porque sus problemas, sus emociones y, sobre todo, su intimidad puede ser reconocida por cualquier tipo de pareja. Eso es lo que emocionó a mi editora cuando se decidió a publicar el libro en la misma colección donde figuran textos como el Hamelin de mi admirado Juan Mayorga, y eso ha sido, también, lo que nos lleva a reestrenar -también este mes de junio- este montaje -del que pueden ver aquí el tráiler- en la Sala Triángulo.


Y, cómo no, también por eso, en este momento de renacido oscurantismo medieval, me alegra presentar un nuevo montaje con protagonista LGTB en Visible. Una comedia -El año que cumplí treinta y algo-, donde, a través de la relación entre dos desconocidas -una lesbiana militante y una homófoba recalcitrante-, intentamos demostrar que son muchas más las cosas que nos unen que aquellas que, en teoría, nos separan.

Ahora más que nunca, mientras algunos se empeñan que retrocedamos en derechos sociales que ha costado mucho tiempo y esfuerzo conseguir, la visibilidad es necesaria. La normalidad es urgente. Y la única heroicidad que se precisa es tan sencilla como afrontar la transparencia y la cotidianidad como instrumentos para deshacer, de una vez por todas, las tinieblas ajenas. Que de esos clubes de terrores nocturnos, ciertos obispos y ministros opusinos varios saben un rato.


TÍTULOS MUY VISIBLES


El libro Cuando fuimos dos (Ed. Ñaque) se presenta el próximo 23 de junio a las 19:30 h en Sala Triángulo. Libre hasta completar aforo.

La obra Cuando fuimos dos se reestrena en Sala Triángulo los días 21, 22 y 23 de junio a las 20:30 h. Más info aquí.

La comedia El año que cumplí treinta y algo se representará en Nudo Teatro todos los viernes de junio a las 20 h. Más info aquí.

jueves, 24 de mayo de 2012

Un nuevo paso atrás

La homofobia ya no forma parte del temario de Educación para la Ciudadanía. Este (irresponsable) salto hacia atrás es una de las "mejoras" que ha introducido el actual ministro -el inefable señor Wert, marioneta en manos de obispos y Comunidades ansiosas de recortes varios- a nuestro sistema educativo. 

Resulta evidente que eliminar un contenido que fomenta la tolerancia, el respeto y la convivencia es una medida muy eficaz para solventar el fracaso escolar. Sin duda, incorporando la ideología del sector más intransigente -y recalcitrante- de la iglesia conseguiremos no solo una sociedad mucho más justa y democrática, sino también unos mejores resultados escolares en nuestros alumnos. Al menos, ganarán en vocabulario, pues podrán volver a emplear, sin sonrojo alguno, cuanto sinónimo despectivo de "homosexual" conozcan, con la consiguiente riqueza léxica que ello implica.

Supongo que, en adelante, se nos pedirá que hagamos la vista gorda cuando encontremos algún "maricón" escrito en la pizarra. O que ignoremos a los alumnos y alumnas que sufran acoso por su orientación.(y de los que muchos docentes conocemos numerosos ejemplos) O que nos alcemos de hombro -nada como la pasividad y la indiferencia- cuando nuestros estudiantes sufran por no atreverse a ser ellos mismos o por no saber cómo afrontar su propia identidad. Tampoco hablaremos de Lorca o de Cernuda en clase -o lo haremos fingiendo que se  les puede entender sin comprender su sexualidad- y, por supuesto, no tendremos que actuar cuando los padres nos pidan consejo sobre este tema, ni cuando seamos testigos del bullying  homofóbico que, según el ministro, parece no tener lugar en nuestras aulas.

O quizá es algo mucho peor. Quizá la homofobia desaparece como contenido porque, en el fondo, no les parece mal que ese "maricón" se siga usando contra quienes no somos como la iglesia considera que hemos de ser. Triste, muy triste, que en pleno siglo XXI sigamos viviendo bajo el dictado del sector más oscuro de las sotanas -quiero creer que no todos son émulos del obispo de Alcalá, aunque me cuesta, cada vez más, creerlo-; triste, muy triste, que se sigan dando pasos hacia atrás y que se siga sin tratar con naturalidad  la realidad homosexual, como si tuviese algún tipo de importancia cuál es el sexo de la persona a la que amamos. 

No es de extrañar, de todos modos, que se tome una medida como esta por parte de un gobierno capaz de mantener su vergonzoso recurso ante el Tribunal Constitucional contra el matrimonio gay y lésbico. Un gobierno incapaz de asumir una postura mínimamente sensata, mínimamente natural, mínimamente civilizada ante el mundo gay. Porque lo natural, por mucho que les pese a los obispos y al ministro que escribe bajo sus órdenes, no es el odio, ni la discriminación, ni la homofobia. Lo natural es el amor, el sexo y la convivencia. Y todo lo demás son llamas ancestrales -tabúes y miedos anclados en la ignorancia- con las que pretenden abrasarnos quienes, en un arrebato de incomprensible mezquindad, son incapaces de entender -y compartir- la grandeza de ser dos con alguien que, sea del sexo que sea, nos suma y nos completa.

Por eso, esté fuera o dentro del temario de Ciudadanía, muchos docentes seguiremos abordando el tema de la homofobia. Igual que abordamos el tema de la misoginia. Y el tema del racismo. Y el tema de las desigualdad. Por eso, supongo, la escuela pública le resulta tan molesta a nuestro gobierno. Por eso, cómo no, ha decidido recortar hasta asfixiarnos (tranquilos: no lo conseguirá). Porque imaginar una futura sociedad de jóvenes críticos, tolerantes y respetuosos con los demás les produce pánico: su libertad puede poner en tela de juicio su política del miedo, la sotana y la represión. Y las consecuencias de ese mundo sin prejuicios ni tabúes han ser, felizmente, imprevisibles.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Aprendiendo de los alumnos


Almudena. Ana B. Ana G. Andrea. Carlos. Celia. Cristina. Esther. Ignacio. Jorge. Juan Pablo. Julia. Lara. Lucía R. Lucía S. Luis. Martín. Miguel. Pepe. Santi. Sara. Tanea. Vera. Vicky.

Veinticuatro nombres. Veinticuatro alumnos de 4º ESO y Bachillerato. Veinticuatro chicos y chicas llenos de ganas de crear, de subirse a un escenario, de compartir su esfuerzo con sus compañeros, con sus familias, con sus amigos. Veinticuatro mundos y realidades completamente distintas que, en las funciones de estos días, han demostrado que la motivación y la entrega son dos sinónimos de la escuela pública.

Y es que ayer y hoy hemos llevado a cabo tres representaciones -sin un solo euro, pero con montañas de entusiasmo- de una peculiar versión de Aquí no paga nadie, de Darío Fo. Hemos incluido canciones, duplicado personajes, cambiado páginas completas y reformado las escenas una y otra vez. Hemos hecho, en definitiva, cuanto ha sido preciso para que la obra se pudiese estrenar y, sobre todo, para que los alumnos disfrutaran con el montaje. También, cómo no, han tenido que sufrir mis momentos "airados", porque no siempre es fácil que un grupo de casi treinta alumnos funcione de manera perfectamente sincronizada...

Pero nada, ni siquiera esos momentos de crisis, les han conseguido desanimar. Al revés. Porque ante la adversidad, se fortalecía el espíritu de grupo, y el compromiso, y las ganas de imponerse contra cualquier obstáculo que hubiese en el camino. Por eso me gusta fomentar el teatro escolar, aunque sea fuera de mi horario -para qué hablar de ese tema, quienes se empeñan en que los profesores de la pública no trabajamos no van a cambiar de opinión ahora y, si les soy sincero, tampoco me preocupa-, me gusta porque me parece que el teatro fomenta algunos valores esenciales para la vida futura de nuestros alumnos. Fomenta el trabajo en equipo, fomenta la responsabilidad, fomenta la creatividad y, sobre todo, fomenta la integración y el respeto, porque el grupo teatral acaba siendo un cuerpo tan heterogéneo como unido, una suma de personalidades diversas y, a la vez, implicadas en un único proyecto: la función, algo que, en cierto modo, acaba siendo lo de menos.

No sé qué recordarán estos veinticuatro chicos y chicas más adelante de todo esto... Lo que sí sé es que yo escribo, estreno y publico teatro gracias a mi paso por la escuela pública, a aquella profesora -hoy mi amiga Carmen- que nos llevó a ver una obra de Ernesto Caballero en la sala Triángulo... Quizá por ello, también confío en que, dentro de unos años, veré a alguno de estos chicos subido a un escenario, o publicando sus propios textos, o creando, o -simplemente- siendo feliz en el camino que quiera y desee escoger.

Ahora nos toca descansar, porque han sido muchas tardes, muchos recreos, muchas horas de esas que nadie nos reconoce, salvo nosotros mismos, pero ese íntimo reconocimiento, junto con los lazos tan férreos que se crean, es -sin duda- la mejor recompensa.

Por todo ello, admito que, de esos veinticuatro, jamás podría decir quién es el mejor actor. Ni la mejor actriz. No podría porque mentiría si eligiera un solo nombre: todos ellos son brillantes en su generosidad, en su energía, en su tesón, en sus ganas de darlo todo. Todos son un ejemplo de que sí que es verdad que otro mundo es posible. Un mundo donde personas como ellos sean los protagonistas. Personas de las que me siento profundamente orgulloso y que me hacen recordar, día tras día, por qué amo -tanto y con tanta vehemencia- esta profesión. Gracias, mis 24. De corazón...

domingo, 20 de mayo de 2012

Culpable de docencia

Leo en una entrevista con nuestro actual e inefable ministro, el señor Wert, que la culpa del fracaso escolar la tenemos -en exclusividad- los profesores de la pública y "nuestro estatus". Siempre es agradable que alguien te quiera hacer creer que eres un privilegiado, como si el "estatus" te hubiera caído del cielo y jamás hubiera pasado proceso de oposición alguno. Por mi parte, solo puedo invitarles a quienes quieran probar dicho "estatus", a que pasen ese mismo proceso que, seguro, les depara grandes horas de júbilo, felicidad y animado jolgorio.

Pero dejando a un lado el insignificante olvido de que nuestras plazas no nos salieron con la sorpresa del roscón de Reyes -aunque haya ministerios que sí parecen seguir ese procedimiento-, me centraré en hasta qué punto me siento culpable -al menos, este curso- de cuanto fracaso escolar me rodea.

Pues sí, señor Wert, soy culpable -entre otros delitos igual de ignominiosos- de haber dado mi e-mail personal a los padres de los alumnos de mi tutoría, para que puedan ponerse en contacto conmigo y escribirme fuera de mis horas de trabajo. Soy culpable de leer sus correos, de contestarlos y hasta de haber buscado ayuda externa y profesionales en otras áreas para asesorar a esos padres que -desalmados- pretendían ayudar a sus hijos.

Soy culpable de haber atendido, en otro e-mail diferente y creado solo para ellos -rarezas que tiene uno-, a mis propios alumnos. Incluso de haber respondido dudas de alumnos que no eran de mis grupos pero que tenían situaciones que requerían algún tipo de consulta, ya fuera académica o, en otros casos, más personal. Situaciones de esas que, según su nuevo temario de Ciudadanía no se producen. Porque ya no habrá homofobia, ni bullying homofóbico, por tanto, así que -gracias por atender las demandas de los obispos, señor Wert-, esos casos tan complejos y delicados que muchos docentes conocemos no serán más que un recuerdo del pasado. O hasta una alucinación nuestra, claro está. Porque nos imaginamos que hay adolescentes que sufren en nuestras aulas cuando, como los obispos -autores de la nueva Ciudadanía- bien saben, eso jamás ha sido así. Y soy culpable, de nuevo, de haber dedicado ratos de mis tardes, de mis noches, o de mis fines de semana a contestar a lo que alumons y padres me planteaban vía e-mail. O, peor aún, de haberlo hecho hasta vía Facebook o Twitter, generando una cercanía y una comunicación que, sin duda, favorece y fomenta el fracaso escolar.

También soy culpable -es que hago examen de conciencia y esto es un no parar...- de haber creado dos buzones de correo para mis grupos de Eso y Bachillerato donde les he mandado pdf con fichas didácticas que yo mismo -desde la mismidad de mi "estatus"- he ido elaborando durante el curso. Culpable de no haberme ceñido a leer con ellos el libro de texto en clase y de haber creado materiales ad hoc adecuados a su nivel y, sobre todo, a sus necesidades. Culpable, en definitiva, de haber diseñado más de un centenar de esas fichas que, por supuesto, solo sirven para que yo mate el tiempo libre y no me aburra socializando con mis amigos, o conviviendo con mi pareja, o -peor aún- descansando.

Y, por si fuera poco, soy culpable de haber creado un grupo de teatro con 32 alumnos de niveles diversos con los que esta semana representaremos una versión que me ha tocado reescribir ya unas tres veces de Aquí no paga nadie de Darío Fo. Culpable de habernos quedado unas cuantas horas -fuera de nuestro horario: el de los alumnos y el mío- todas las semanas, de haber dedicado tardes enteras -sin cobrar ni un euro por ese trabajo extra: ¿quién no se busca -sin que nadie le obligue- tareas extras gratis en su trabajo, verdad?- a ensayar la obra, a preparar las coreografías, a fomentar la convivencia fuera y dentro del aula, a formar en valores como el trabajo en equipo o la responsabilidad y, en definitiva, a fomentar un espíritu de creación colectiva que, está claro, ha de ser digno del mayor de los oprobios.

Culpable, sí, porque mi "estatus" de funcionario -ese que me cayó del cielo, como si de un tertuliano reconvertido en ministro se tratase- no me ha impedido dejarme la piel en mis clases este curso, ni luchar por hacerlo lo mejo posible cada día -cometiendo, seguro, mil errores: ¿quién no los comete alguna vez?-, ni empatizar con mis alumnos, ni sufrir por algunas situaciones en el aula, ni tomarle cariño a los estudiantes -ya no sé ni cuántos: no dejen de aumentar la ratio, por favor, eso sí que es una gran medida educativa- que he conocido de septiembre hasta aquí.

Y ahora aún tengo por delante unas cuantas semanas -hasta que acabe junio- para seguir equivocándome y colaborando desde mi inmerecido "estatus", como bien dice usted, querido ministro, en el aumento del fracaso escolar. Porque está claro que la implicación y el entusiasmo que ponemos muchos profesores, padres y alumnos de la pública es lo que puede hacer -y hará- fracasar los planes de nuestro ministerio, tan deseoso de privatizar cuanto se pueda y de controlar -pura ideología, no se engañen- la (si no lo evitamos antes) ex-escuela pública.