domingo, 22 de abril de 2012

Son alumnos, no números

Sacrificar la educación es una medida de ahorro. Adocenar a los alumnos en aulas que ni siquiera están pensadas para albergar a grupos tan numerosos es una decisión inteligente. Apiñar a los chicos en nuestras aulas y negarles una formación individualizada nos ayudará a salir muy deprisa de esta crisis y, sobre todo, nos permitirá contar con una generación bien cualificada y preparada dentro de unos años.

Tal vez haya quien crea que las afirmaciones anteriores son una falacia, pero está claro que nuestro actual ministro no piensa así. Él ha hecho suya esa máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor y plantea retroceder unos cuantos años hasta devolvernos a aquellas aulas de treinta y tantos o hasta cuarenta alumnos del antiguo BUP. El BUP, claro está, no es la ESO, pero para explicar algo así hay que querer oír, y todos los que esgrimen el argumento de "pues yo estudié con cuarenta más y aquí estoy" no suelen ser de los que practican la (tan minoritaria) escucha activa.

En mi caso, por ejemplo, ese aumento de los alumnos por aula me exigirá suprimir de raíz gran parte de las actividades que, hasta la fecha, he hecho con mis grupos. Tendré que eliminar las exposiciones orales -no hay tiempo material para que cuarenta alumnos defiendan un trabajo ante sus compañeros: total, para qué van a aprender a expresarse en público-, no podré hacer un seguimiento personalizado de su aprendizaje -y, seguramente, por mucho que lo intente, jamás llegue a conocer bien a los estudiantes que menos destaquen, que se esforzarán por hacerse invisibles en medio de la marabunta- y tendré que reducir el número de trabajos creativos que les pida, porque no tendré tiempo material para corregir y valorarlos como se merecen.

En definitiva, habrá que volver a la clase magistral -con alguna que otra pincelada de modernidad, sí: puro maquillaje TIC- pero eso no tendrá nada que ver con el trabajo que hago actualmente, porque alguien debería explicarnos cómo podemos plantear un aprendizaje activo, individualizado y participativo con cuarenta alumnos en un aula. Cuarenta alumnos que habrá que multiplicar por unos siete u ocho grupos para cada docente. En total, una media de 250 a 300 alumnos por profesor, una cifra que, de puro abultada, resulta esperpéntica.

Por supuesto, la labor tutorial se verá también perjudicada, porque como ya no tenemos horas -más que una, y gracias, en las que atender a los padres- puede que tardemos medio curso en conocerlos a todos y, con un poco de suerte, cuando queramos reaccionar ante un problema será siempre demasiado tarde, pues no lo habremos detectado jamás a tiempo.

En cuanto a las actividades que hacemos de forma voluntaria, no remunerada y fuera de nuestro horario, habrá que ver si podemos -y queremos- seguir con ellas. En mi caso, tendré que sopesar si puedo seguir dedicando tiempo al grupo de teatro de mi instituto, o si he de rendirme a la evidencia y asumir que los días no son tan flexibles como las tijeras con las que recorta en lo público -mientras sigue subvencionando y concertando...- nuestro gobierno.

Todos sabemos -profesores, padres y alumnos- que el año que viene será, si cabe, aún más precario y kafkiano que este. Pretenden que los alumnos, a partir de septiembre, sean tan solo un número. Que se hagan más anónimos que nunca. Porque, en vez de perseguir la personalización del aprendizaje, en vez de ponderar la función tutorial, en vez de premiar la productividad y de exigir y recompensar el rendimiento -no tengo nada en contra de eso: que lo hagan, así también se limpiará el sistema de quienes no tratan a los alumnos como se merecen-, en vez de todo eso, se fomenta la "clase-rollo", el "vamos a leer el libro de texto", el "aprende como puedas" y otras tantas fórmulas que todos hemos sufrido y que, hasta la fecha, nadie ha demostrado que tengan la más mínima validez.

Espero, en fin, que las fauces de los mercados disfruten con el sacrificio de toda una generación de alumnos, porque es un tributo demasiado jugoso -y suicida- como para que no sea así.

domingo, 15 de abril de 2012

Escuela pública, en positivo

En estos tiempos en que no dejamos de sufrir ataques contra la escuela pública, yo he decidido que -además de denunciarlos- voy a intentar llenar este blog con cuanta experiencia positiva encuentro en mi día a día en las aulas. Situaciones que demuestran que, a pesar de que nos quiten los medios, a pesar de que nos desprestigien, a pesar de que estén empeñados en borrarnos del mapa, la escuela pública sí que funciona y -quizá por eso desean aniquilarnos- puede dar lugar a un entorno educativo más que exitoso.

Dos son, esta vez, los momentos recientes que me gustaría compartir hoy aquí. El primero, una charla sobre "Erotismo y literatura" que mi querido -y magnífico- compañero Amador y yo pudimos dar el viernes pasado ante un salón de actos lleno de alumnos de 4º de la eso y Bachillerato. La conferencia fue programada gracias al (duro y eficaz) trabajo de la Asociación de Alumnos que, con la cooperación de la junta directiva del centro, consiguió sacar adelante una jornada cultural llena de actividades y talleres de todo tipo, un ejemplo realmente fabuloso de cómo son esos adolescentes a los que los medios de comunicación prejuzgan y a quienes, desde el Ministerio de Educación y comunidades como la madrileña, se les quiere condenar a una educación mediocre y ramplona. Por supuesto, muchos profesores -como fue el caso de Amador y el mío propio- quisimos poner nuestro pequeño granito de arena en esa jornada de la que tan orgullosos nos sentimos.

En nuestra charla, ambos hablamos -con toda libertad- de múltiples temas relacionados con el erotismo y su visión en la literatura. Fue una tertulia de casi dos horas en las que se leyeron pasajes de autores muy diferentes -Juan Ramón, Miller, E.M. Forster, Miguel Hernández, Duras, Nabokov, Sade, Paloma Pedrero, Eve Ensler, Mishima...- y si algo me admiró de esas dos horas fue la escucha activa -atenta y adulta- de todos los adolescentes que allí se habían reunido. Una escucha llena de tolerancia, de sentido del humor, de cercanía. Una escucha -y una mirada- que me demostró que la escuela pública -con la ayuda de las familias: sin ellas no es posible- puede formar alumnos como ellos. Libres, tolerantes, contemporáneos. Alumnos sin prejuicios y llenos de ganas de saber. Y de conocer. Un auténtico lujo que me da esperanzas en el futuro que haya de venir. En el futuro que otros quieren convertir -sin éxito: no lo permitiremos- en regresión y en pasado.

La segunda experiencia tuvo lugar ese mismo viernes pero, esta vez, por la tarde. En un arrebato de amor por el teatro -ese que me lleva a intentar contagiarlo a mis alumnos curso tras curso...- les propuse a mis grupos de 4ºESO y 2ºBachillerato que se vinieran conmigo por la tarde a ver el último estreno de la sala Guindalera: Faith healer (El curandero), un texto de Brian Friel dirigido por Juan Pastor y en el que, a través de tres monólogos (y de tres puntos de vista diferentes), se nos cuenta una misma historia, en la que se reflexiona sobre temas como la memoria, la mentira o el poder mágico del arte... La obra, magníficamente interpretada (y en la que, además, uno de sus actores -Felipe Andrés- es, también, protagonista de mi último estreno, Cuando fuimos dos) me pareció que era una gran ocasión para mostrarles a los chicos otro tipo de teatro y, sobre todo, para que luego -contando con la amabilidad y la complicidad del equipo de la función- pudieran conversar y dialogar con ellos en la misma sala.

En esas dos horas de función, y mientras a mi espalda no dejaba de oír el ruido -maleducado y grotesco- de dos treinteañeras empeñadas en abrir bolsos, sacar caramelos, toser y hasta bostezar en estéreo -eso de escuchar hablar a alguien que no fueran sus móviles o su whatsapp debió de parecerles espantoso-, mis chicos de la ESO y de Bachillerato -sin embargo- se metieron de lleno en la función, contagiando a los actores de una energía tan positiva que, según luego me confesaba Bruno Lastra -el actor que representa al curandero-, habían tenido una de las mejores funciones de la temporada debido a ese enorme y sincero feed-back.

Me sentí orgulloso de esos cincuenta adolescentes -de edad, formación e intereses más que heterogéneos- que, cuando acabó la función, todos ellos departieron durante un buen rato con los actores, comentando la obra, transmitiéndoles su entusiasmo e incluso, algunos de ellos, dejando constancia de esa experiencia en sus muros de Facebook o en sus cuentas de Twitter.

En mi caso, lo admito, fue un viernes agotador -el jueves estuve trabajando hasta cerca de las cuatro de la mañana en la charla sobre el erotismo... y mi tarde-noche sabía que la pasaría ejerciendo de profe, aunque fuera en otro entorno diferente al aula-, pero también muy gratificante. Y hoy, cuando pienso en ambos momentos, tengo claro que si la fuerza del ataque que estamos sufriendo en la escuela pública es tan inmenso es porque saben que tienen tres enemigos tan poderosos como su odio: la energía y el entusiasmo de los alumnos, la solidaridad y la fuerza de sus familias y, en tercer aunque no último lugar, la fe y la pasión por este trabajo de quienes creemos firmemente en él. Quienes creemos -y vivimos- la escuela pública. Quienes, cada vez que acaba un día de clase -día que a menudo engloba muchas más horas de las oficiales: no remuneradas y jamás reconocidas-, salimos del aula con una misma y reiterada idea: lo mejor de la mañana fueron, hoy también, nuestros alumnos.

lunes, 9 de abril de 2012

Los alumnos de 4º ESO recomiendan...

Hoy, tras saber -gracias a una triste nota de prensa- que nos recortarán 10000 millones de euros en educación y sanidad (la próxima vez, ante semejante falta de respeto, imagino que nos lo dirán directamente por whatsapp), he decidido compartir una experiencia didáctica que, este curso, me ha dado bastantes alegrías (algo que, visto lo visto, no es poco). Por supuesto, es una actividad que será poco menos que irrealizable en esas aulas de 40 alumnos que nos anuncia el ministro -qué gran hallazgo este señor, de veras...- y que ya casi es imposible en las de treinta y muchos que tenemos en Madrid gracias a las gestiones de Figar y Aguirre -de estos hallazgos no tengo palabras, qué les voy a contar...

La experiencia -nada especialmente original, vaya eso por delante- consiste en intentar fomentar la lectura, el visionado de películas y, sobre todo, el intercambio de opiniones y experiencias -trabajando así la expresión oral: lo que, si nos fijamos en el "fabuloso" nivel oratorio de nuestros políticos parece que no está de más- mediante la exposición -voluntaria: de otro modo, esta iniciativa pierde su sentido- de títulos que los alumnos recomendarán al resto de sus compañeros.

La actividad tiene varias fases, todas ellas francamente sencillas:

1. El alumno selecciona una novela (así hicimos en el segundo trimestre) y una película (como haremos en el tercero y último) y comunica su título al profesor (básicamente, para evitar que se repitan). En el caso de las novelas no puse condición alguna (y aun así, salieron autores tan interesantes como Hesse, Benedetti o Baroja, entre otros muchos), y en el del cine -sin embargo-, sí he preferido acotarlo cronológicamente: debían ser películas anteriores a 1980, para forzarles a comentar y disfrutar lo que ellos llaman "clásicos".

2. Se elabora un calendario de exposiciones de modo que cada alumno disponga de 10 a 15' para defender su elección. Puede usar presentaciones en Powerpoint, fotocopias, murales..., todo cuanto le parezca útil para conseguir su objetivo, que ha de ser convencer, al menos a otro alumno, de que sea el título por él elegido.

3. Si la exposición merece la pena -y les aseguro que, en el caso del 4º de la ESO con quien trabajé este método, siempre lo hizo...-, se le da medio punto más al alumno en su nota final. Y si, además, al final del trimestre comprobamos que ha convencido a otro compañero de seguir sus pasos -tras un sencillo control de lectura- ese medio punto se convierte en uno completo. A su vez, quien no haya expuesto título alguno, pero sí haya leído alguno de los sugeridos por el resto de la clase, también puede obtener -por esa lectura- otro medio punto.

En mi caso, esta experiencia me ha servido para que los alumnos no solo se animen a leer y a ver películas de muy diversa índole (abajo les dejo el ecléctico listado de obras que han expuesto), sino también para que confeccionen una lista personal de recomendaciones que, me consta, muchos han guardado a buen recaudo en sus agendas y cuadernos. Además, como ellos mismos me decían en una autoevaluación que hicimos al respecto, esas sesiones -una a la semana- les ha servido tanto para mejorar su expresión oral como para conocerse -como grupo- algo mejor. Era emocionante saber por qué habían elegido tal o cuál novela, por qué les había emocionado tal o cuál escena y, en definitiva, qué vivencias escondían las páginas o los fotogramas de los que nos estaban hablando (si hasta yo mismo he corrido a leer y a releer algunos de esos títulos contagiado por su entusiasmo...). A fin de cuentas, como mis alumnos -que son mucho más inteligentes que la mayoría de los adultos- han intuido, todos somos -en gran parte- los libros que leemos y el cine que vemos, ¿no les parece?

Aquí les dejo la lista de novelas y de películas que han recomendado mis alumnos de 4º de la ESO, todo un cóctel de autores y géneros que, además de un eclecticismo absoluto, demuestra que sus inquietudes son muy superiores a las de la clase política que -notas de prensa mediante- ha decidido condenarles al analfabetismo. No cuentan con que, a pesar de su saña contra la escuela pública, hay muchos que no estamos dispuestos a consentir semejante naufragio. Bajo ningún concepto.

Estas fueron las novelas que nos invitaron a leer...:

Cometas en el cielo

La casa de Riverton

Los renglones torcidos de Dios

El legado

La niña de los tres nombres

Los juegos del hambre

La tregua

El hobbit

Leyendas del viejo Madrid

Siempre estarás tú

El nombre del viento

Mujeres de ojos grandes

Submarino

Querido Caín

Siddharta

Relato de un náufrago

Cazadores de sombras

El hombre invisible

Zalacaín el aventurero

Las bicicletas son para el verano


Y estas, las películas que nos recomiendan revisar...:

Con faldas y a lo loco

El extraño viaje

Una noche en la ópera

Johny cogió su fusil

Quadrophenia

Doce hombres sin piedad

Doctor Zhivago

El resplandor

Alguien voló sobre el nido del cuco

La ventana indiscreta

La fiera de mi niña

Rebeca

El jovencito Frankenstein

Señora doctor

Casablanca

Espartaco

La huella

La profecía

El padrino

Matar un ruiseñor

Star wars

Los cuatrocientos golpes

miércoles, 4 de abril de 2012

Invertir en ignorancia

En tiempos de profunda crisis económica, nada como suprimir becas para dificultar -aún más- el acceso a una educación de calidad a los que menos tienen. Nada de sorprendente hay en esta medida, pues sus consecuencias elitistas y segegadoras resultan del todo coherentes con la política de acoso y derribo contra la escuela pública que, padres, profesores y alumnos, hemos venido denunciando en estos meses a través de lo que se dio en llamar como "marea verde". Lamentablemente, la marea parece que perdió parte de la fuerza de su oleaje y, de unos meses para acá, se ha conformado con asumir como normal una situación que dista -y mucho- de ser favorable. Una situación donde los alumnos son los grandes perjudicados y en la que no se apuesta por su formación, sino por su adocenamiento, en un acto de profunda miopía política que ha decidido condenar a toda una generación a una formación deficiente y, con ello, a todo a un país a perpetuarse en una crisis de la que jamás saldremos si no se invierte en educación, ciencia e I+D, todas ellas -por cierto- víctimas de los recientes presupuestos.


Entretanto, se nos distrae con declaraciones pintorescas -en eso hay que reconocer que el actual ministro, si bien no es pródigo en aciertos, sí que lo es en salidas de tono-, se insiste en el bilingüismo -olvidando e incluso relegando todo lo demás: el inglés como única bandera- y se obvian etapas tan esenciales como Primaria o Secundaria en pro del eterno debate sobre el Bachillerato, no tanto porque preocupe la calidad educativa -si así fuera se abordarían muchos de los despropósitos de la ESO actual- sino porque urge poder concertarlo y entregarlo a las manos -siempre abiertas- de la iglesia, que tantas ganas tiene de poder seguir adoctrinando -subvención pública mediante, eso sí- en esos niveles.


De este modo, mientras se insiste en lo mucho que interesa la educación y en que no se recortará en ella, se reducen drásticamente las becas -mejor que estudie solo quien pueda pagarlo, no vayamos a dar posibilidades de ascenso y promoción social a quien no haya tenido la suerte de nacer en el lugar idóneo...- y, por si acaso quedaran docentes con vocación o con ansias innovadoras, se eliminan también los fondos destinados a la formación del profesorado, de modo que no se prepare ni se forme a los educadores, con la firme convicción de que recurrir a los desgastados métodos habituales es mucho más útil que buscar nuevas propuestas pedagógicas o que apostar por un reciclaje real del cuerpo docente.


Los presupuestos confirman lo que, en esa marea verde, ya sabíamos. Que la educación, como bien dijo Aguirre, es su prioridad. Sí, por supuesto. Su prioridad es conseguir que la educación de calidad sea un reducto elitista para aquellos que puedan pagarla y, sobre todo, consiste en evitar que la escuela pública -esa misma en la que tantos nos hemos formado y a la que, personalmente, debo cuanto soy- se convierta en un posible motor social. Nada tan peligroso como fomentar espíritus libres y críticos. Nada tan rentable como alentar la mediocridad, la ignorancia y, por ende, la sumisión. En ese sentido, sus presupuestos son, cómo negarlo, todo un acierto. Y si no, al tiempo.