martes, 18 de enero de 2011

Anquilosados

Nunca me creí aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y mucho, menos en la enseñanza. Cierto: tenemos cañones, proyectores, portátiles y hasta pizarras digitales. Es verdad, tenemos todo tipo de adelantos tecnológicos -maticemos: en los centros donde sí las tenemos, porque en otros, con los recortes, ya no hay ni para tizas-, medios de última generación para impartir unos currículos que se parecen más al quadrivium que a nada que tenga que ver con este ya más que iniciado siglo XXI.

Pero si al desfase de los contenidos se le suma la desidia de ciertos profesionales a la hora de reciclarse, el cóctel resulta -simplemente- explosivo. Quizá por eso me ha sorprendido tanto que, para comenzar la semana con una trifulca tan innecesaria como mal planteada, algunos de mis colegas me preguntasen por mi más que sospechosa tendencia a rehuir la gramática tradicional en pro de otras escuelas de análisis sintáctico. Intenté ampararme en hechos tan insignificantes como la reciente publicación de la monumental gramática coordinada por Ignacio Bosque, o en la inclusión de ciertos contenidos en los libros de texto de nuestros alumnos, pero nada de ello servía ante el argumento de la mayoría, ese temible razonamiento que nunca suele conducir a nada demasiado útil. O, cuando menos, a nada demasiado bueno.

Así pues, esta semana he aprendido que no solo no hay que modernizarse, sino que hacerlo puede ser contraproducente, pues podemos inculcar a nuestros alumnos dudas que pongan en tela de juicio los conceptos tradicionales aprendidos con tanto esfuerzo durante toda su vida escolar. En ese sentido, es curioso cómo los profesores de Lengua -con excepciones, claro- siguen explicando la materia como si no fuera una ciencia humanística, como si no estuviera regida por un método, como si no exigiera un proceso parangonable al de cualquier otra ciencia en las que sí se admite la variación, el cambio, la experimentación y la reflexión continua.

Nosotros, no. Nosotros, los filólogos y similares, seguimos considerando que la sintaxis debe explicarse según los criterios tradicionalistas del Esbozo de la RAE. Nosotros seguimos explicando la literatura actual hasta 1975 (año en el que algunos profesores no habíamos ni siquiera nacido aún...). Nosotros seguimos teniendo una historia de la literatura que no incluye otros medios narrativos como el cine o la novela gráfica. Nosotros seguimos practicando el comentario de texto según los preceptos de Lázaro Carreter, sin variar una coma. Nosotros seguimos diciendo que el texto periodístico es unidireccional (los de Larra sí, desde luego) cuando, ahora mismo, esa afirmación es más que discutible. Nosotros seguimos hablando de un tiempo que no existe y alejándonos de unos alumnos a los que convencemos de que estudien cualquier otra cosa que no sea una disciplina humanística, salvo que tengan afán gerontófilo y estén dispuestos a sumergirse en ese mar de antigüedades -inmutables y polvorientas- que ponemos cada mañana ante sus ojos.

Pues lo siento. Me niego. Y siento no ser parte de la mayoría. O mejor aún: ni siquiera lo siento. Como en aquel hermoso eslogan de la 2, ¿recuerdan? Sigamos siendo -por favor- parte de una inmensa minoría.

1 comentario:

Arual dijo...

No hombre, no, es mejor no hacer reflexionar ni pensar a los alumnos, no sea que vean más allá de lo que pueden ver estos profesores ancrónicos de los que hablas y los dejen en evidencia. En fin querido Cinephilus. Ahora entiendo porque la lengua y la literatura resultan tan tediosos para la mayoría. Tú sigue tu camino, que a mí también me encanta apoyarte en tu cruzada contra la inmensa mayoría.