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sábado, 13 de agosto de 2011

Quiero una escuela laica


Desde esta semana, mi instituto (público y, por tanto, laico) será albergue de peregrinos de la JMJC -perdonen, pero lo de JMJ me parece un hurto léxico, puesto que no se trata de toda la J(uventud), sino solo de la J(uventud) C(atólica), por mucho que los vergonzantes carteles que han colgado en la misma sede de la Consejería de Educación madrileña (vide supra) haciendo apología de dicha visita insistan en los contrario. La conversión de mi centro escolar en un improvisado motel ha sido, por supuesto, forzosa, ya que la Comunidad de Madrid no dio opción a los claustros ni directivas a opinar al respecto, sino que decidió emplearlos con un ánimo que no se puede calificar más que de déspota y cortijero. Esta decisión, cómo no, ha alterado las vacaciones de los conserjes -personal no docente al que olvidamos con lamentable frecuencia y que, sin embargo, forma parte esencial de la comunidad educativa- y les ha obligado a cancelar sus planes para estar disponibles y atender a cuanto JC (joven cristiano) se les presente en pleno agosto.

No solo no recuerdo que se hayan cedido los colegios e institutos públicos para ninguna otra causa en los años que llevo en la enseñanza (¿imaginan que fueran propuestos como albergues y residencias para jóvenes y adolescentes sin recursos que quisieran asistir al próximo Orgullo Gay 2012?), sino que ni siquiera están disponibles para los alumnos y profesores que querríamos disponer de ellos en beneficio de nuestros estudiantes. Así, por ejemplo, en mi centro solo se puede abrir dos tardes a la semana pues, según la Comunidad, no hay presupuesto para que un conserje se encuentre allí el resto de la semana (es más, este año la directiva tuvo que hacer malabares para poder llegar a junio ante la ridícula partida que se nos concedió). Esto hace que aquellos profesores que llevamos a cabo actividades extraescolares vespertinas -y, como ya se ha dicho más de una vez en este blog, voluntarias y no remuneradas- tengamos que concentrarlas en esa dos únicas tardes, sin darnos mayor disponibilidad de horarios que pudiesen beneficiar tanto a los chicos, como a sus familias y a nosotros mismos.

Está claro que el coste de mantener los centros abiertos y activos por la tarde (lo que permite integrar y motivar aún más a los alumnos, especialmente en sitios y entornos conflictivos) es mucho menos interesante para la Comunidad de Madrid que el gasto que supone regalar estos mismos centros a unos peregrinos cuyo uso de nuestras instalaciones supondrá un trabajo extra de limpieza y acondicionamiento que tampoco sabemos quién va a pagar. Es más, puede que no lo pague nadie y que se limiten a pedir un esfuerzo extra por parte del personal de limpieza (de nuevo, el olvidado personal no docente) para que el curso pueda comenzar en la fecha prevista (si es que la huelga -cada vez más previsible y, esperemos, segura- lo permite).

De todos modos, gracias a las labores privatizadoras -y al gusto por el adoctrinamiento- de nuestra Consejería de Educación, ya no tendré que preocuparme por esas actividades fuera del horario escolar que, posiblemente, ni siquiera podré realizar el curso próximo. Y no solo porque dudo que impartiendo materias que no son la mía a grupos de 40 alumnos -y con un horario ampliado- pueda tener tiempo para ello, sino porque esas actividades ya no están en manos del claustro, sino que han sido cedidas -a través de un maquiavélico plan llamado Refuerza- a la organización Empieza por educar, fundación perteneciente a la secta ultraliberal Teach for America (y de la que pueden obtener más información en este aterrador enlace). Hasta ahora, los centros coordinábamos esos planes y, tal y como sucedía en el mío, no solo colaborámos profesores, sino también antiguos alumnos. Ahora, todo eso se sustituye por una externalización de los recursos que permite la incorporación de una empresa privada a los institutos públicos. Y no de una empresa cualquiera, por supuesto, sino de una organización extremista dispuesta a catequizar a nuestros alumnos -especialmente, a los más débiles (e influenciables) desde el punto de vista socioecónomico, tal y como afirman en su ideario- para convencerles de que el Tea Party es el camino de la salvación.

Y no solo estamos hablando del plan Refuerza, sino de un proyecto mucho más ambicioso que, tal y como se desprende de las (deficientes y escasamente lúcidas) declaraciones de nuestras Consejera y Viceconsejera (que no fueron dotadas con el don de la palabra), su idea es que estos estudiantes seleccionados sin haber pasado por las oposiciones que hemos vivido los demás, puedan ocupar -más adelante- puestos educativos en horario lectivo. De momento, ya hay tres centros de los llamados bilingües (no sé si se habrá sumado alguno más) en los que algunas de esas horas lectivas serán impartidas este curso por nativos irlandeses -no funcionarios ni interinos- que tampoco han pasado proceso de selección alguno y que, sin embargo, ejercerán como un miembro más del claustro. Son casos aislados, desde luego, pero se trata de excepciones graves, ilegales y, peor aún, peligrosísimas, pues sientan las bases para que esas anomalías se conviertan en algo generalizado. Así pasó con los recortes de interinos, que han ido in crescendo desde hace dos años hasta la supresión brutal de 3000 plazas este año. Por eso, supongo, me sorprendía que en las manifestaciones de estos últimos cursos fuésemos siempre tan pocos los docentes que alzábamos voces y pancartas. Al fin hemos despertado, sí, aunque haya sido tarde. Solo espero que el despertar sea activo y, sobre todo, duradero.

En cualquier caso, tampoco es nueva esta presencia en nuestros centros de profesores que no han pasado por un proceso de oposición, garantía -por cierto- no solo de que se dispone de los conocimientos necesarios sobre la materia, sino también de que existirá heterogeneidad ideológica en los claustros, pues los de la educación pública están formados por docentes de tendencias y creencias de lo más diverso, profesores a los que solo nos une un proceso de selección sin control ideológico alguno (como sí ocurre en la concertada). No, la presencia de profesores ajenos a ese proceso selectivo sucede también con los profesores de religión, materia que debería estar -de una vez- fuera de nuestras aulas y que ningún partido -ni siquiera de izquierdas- se atreve a afrontar con valentía y sentido común. Mientras alguien cae en la cuenta de que las aulas públicas no pueden ser lugares de catequización (para ello ya tienen las iglesias y, cómo no, los colegios concertados, también financiados -qué curioso- con dinero público), los claustros de la enseñanza pública siguen teniendo en sus filas a docentes elegidos a dedo por la propia Iglesia y que, por supuesto, han de respetar todas sus normas, por obsoletas que resulten (recuerden, si no, el caso de Resurrección Galera, profesora de religión despedida por vivir con un hombre divorciado, algo que contravenía -según ellos- la recta moral cristiana).

Así pues, los horarios de nuestros alumnos suman una o dos horas -depende del curso- de formación religiosa (no hablamos aquí de cultura, ni de iconografía, ni de historia de las religiones: esa materia -enfocada no solo desde el cristianismo- sí podría ser útil si fuera evaluable y plural), hecho que genera -a su vez- la creación de otras optativas absurdas y no evaluables para que los estudiantes que no quieran hacer religión puedan perder el tiempo en sus respectivas aulas. Así, nacieron engendros como la MAE, en la que supuestamente se enseñan técnicas de estudio y que, en realidad, solo consiste en evitar que los chicos armen una bronca monumental al saber que están ante una materia que no tiene nota ni validez académica alguna (un modo estupendo de desautorizar al profesor que la imparte). Dos horas que, en vez de emplearse para difundir las ideas (morales y éticas) de la iglesia católica en un aula pública (¿nos parecería igualmente correcto que se hiciese apología del uso del burka en esas sesiones, por ejemplo?), podrían ser muy bien empleadas en Música, o en Plástica, o en Educación Física, o en cualquiera de esas materias que tienen un horario ridículo y que, mientras no se potencien, nos aseguran seguir siendo un país tan provinciano y paleto -vean los datos de audiencia de Sálvame para comprobarlo- ahora lo somos.

Supongo que nos faltó un auténtico siglo XVIII, una verdadera Ilustración -la nuestra fue superficial y tardía, pese a alguna voz brillante a la que, por supuesto, se intentó acallar- que nos permitiera caminar hacia un laicismo real y necesario. Un laicismo que no tiene nada que ver con atacar a la religión -por mucho que Rouco y sus afines, el Papa incluido, se empeñen en ello con sus voces siempre beligerantes y crispadas-, sino con respetar cualquier tipo de fe y exigir, a un tiempo, que no se imponga ni interfiera en cuestiones que nada tienen que ver con las creencias individuales. El laicismo no pretende atacar a nadie, pero sí exige una separación iglesia-Estado real y necesaria, una separación que seguirá siendo solo hipotética mientras la religión siga presente en nuestras aulas.

La cesión de nuestros colegios e institutos a la JMJC no es más que otra nueva prueba de ello. Empieza por albergar. Empieza por utilizar los centros públicos como a ti te convenga. Empieza por catequizar manteniendo la religión en nuestras aulas. Y, por supuesto, empieza por educar (bajo una férrea bandera ideológica, por ejempo, la del Tea Party) y por privatizar (deprisa y, cuanto más, mejor). Ese es el triste -y único- credo de nuestra Consejería. Un credo que, de momento, imponen a su antojo y que, ojalá, podamos detener... Aún estamos a tiempo.

sábado, 30 de abril de 2011

MAE, Religión y otros sinsentidos

Se nos habla de excelencia. Se nos cuenta que hay que ayudar a que nuestros alumnos aprovechen todo su potencial. Se nos intenta convencer con argumentos tan demagógicos como populistas y, de repente, se produce un asentimiento mayoritario -y acrítico- ante un tema que olvida algunos obstáculos esenciales para ese supuesto grado de excelencia. Y no, no vamos a hablar aquí de los impedimientos prácticos (que ya enumeramos en un post anterior), sino de cómo el propio diseño curricular de la ESO apuesta, sin duda, por la no-excelencia. Cómo se trabaja para que nuestros alumnos sean cada vez más acríticos, menos creativos y, en cierto modo, menos libres.

Una de las claves del problema reside, cómo no, en la pervivencia de la Religión en la enseñanza pública y en el consiguiente desperdicio de horas lectivas que ello supone. Una lacra injustificable y que se mantiene por miedo al poder la iglesia en lo que -eso dicen- supuestamente es un Estado aconfesional. Como se trata de una asignatura no calificable -sería el colmo que esta catequización tuviese relevancia alguna en los boletines de los alumnos-, hay que crear alternativas igualmente no evaluables para quienes no deseen cursarla. Y, por tanto, surge una idea de esas que solo puede diseñar alguien que hable de educación desde una tribuna o desde un despacho, pero -desde luego- no en un aula.

La idea se llamó MAE (Medidas de atención al estudio) y consiste en perder una o dos horas -según los cursos- a la semana con el propósito de -nadie lo sabe con certeza, por cierto- proporcionar técnicas de estudio y aprendizaje a nuestros alumnos. Por supuesto, en más de un centro, esto se convierte en el visionado continuo y sistemático de cuanta película exista en la videoteca del centro o, en los institutos más conflictivos -y conozco ejemplos de primera mano-, en un continuo desfile del profesor entre los pupitres para evitar, literalmente, que los alumnos se levanten o se agredan entre sí.

Pretendemos -hermosa utopía- que esos alumnos nos atiendan en una asignatura que saben que no tiene consecuencia académica alguna. Una pretensión que resulta tan ridícula como afirmar que si a los adultos -supuestamente responsables y concienciados- nos dan a elegir entre trabajar una hora no remunerada o no trabajarla, elegiremos esto último, aun cuando sepamos que el hecho de no acudir al puesto de trabajo no tendrá consecuencia negativa alguna. Es divertido ver cómo los medios hablan de la cultura del esfuerzo cuando se refieren a los adolescentes y cómo, sin embargo, fomentan la cultura contraria en la mayoría de los personajes (pongan ustedes las comillas que deseen) a quienes dan continua -e inmerecida- relevancia.

Esas horas que regalamos durante la ESO a la Religión y a su inane alternativa, la MAE (obvio la bienintencionada pero ineficaz Historia y cultura de las religiones, a la que, de nuevo, la falta de calificación convierte en un absurdo desde el punto de vista práctico) se las restamos a otras materias que siguen viviendo en un no ya segundo, sino tercer plano en nuestro sistema educativo:

- Son horas que podrían ampliar el maltrecho programa de Educación Física, relegado a dos miserables sesiones semanales, donde apenas se puede formar a los alumnos, lo que justifica -entre otros muchos motivos- la escasa formación deportiva en nuestro país, tan poco apoyada desde el ámbito educativo. Sin olvidar hasta qué punto el ejercicio físico es necesario en esos centros donde queremos que setecientes, ochocientos o novecientos alumnos se pasen seis o hasta siete horas enclaustrados, callados, sentados, atendiendo y produciendo en serie como si de una fábrica de replicantes se tratara.

- Son horas que podrían devolverse a las asignaturas de Educación Plástica y Música, ambas continuamente maltratadas y relegadas a solo dos cursos de los cuatro que componen la ESO. Luego nos sorprendemos -e incluso indignamos- cuando se hacen encuestas en ciertos medios para demostrar que nuestros jóvenes no saben quién es Mahler o no identifican un solo cuadro de Picasso. Lo divertido es que esa ignorancia no es culpa suya, sino de un sistema que no pretende formarles para ello y, a menudo, también de unos padres que se lavan las manos -al igual que muchos docentes- sobre cualquier formación que sea ajena a la que -suponen- sus hijos reciben en las aulas.

Así pues, seguimos asumiendo ciegamente los designos eclesiásticos y creyendo que es normal que un Estado laico asuma la presencia de la Religión en las aulas de los centros públicos. Por no mencionar el divertido detalle de que esos profesores no han pasado por unas oposiciones como las que sí hemos vivido el resto del claustro, sino que son designados de manera más, digamos, directa, por criterios que -como los designios divinos- son inescrutables.

Quieren, nos dicen, una educación que consiga la excelencia. Pero no la excelencia artística. Ni deportiva. Ni cultural. Ni literaria. Ni científica. No. Quieren -está claro- una excelencia que favorezca la segregación, el elitismo y que -de paso- les permita seguir jugando con la opinión pública gracias a esos profesores que detestan su trabajo y que estarían encantados de que sacaran de sus aulas a los alumnos "torpes" para limitarse a aburrir tan solo a los "pacíficos" que, por su estoicismo soportando las charlas del docente de turno, habrán de ser llamados a la más elevada de las excelencias.