domingo, 13 de marzo de 2011

Homofobia y educación


Esta semana me topé, de nuevo, con uno de los temas que se abordan de manera explícita y rotunda en La edad de la ira: la homofobia, una de esas asignaturas pendientes (entre otras muchas) del sistema educativo actual.

El encuentro fue doble y en dos contextos muy diversos. El primero de ellos tuvo lugar dentro de mi clase de teatro, donde empecé a trabajar unas escenas cómicas de Alonso de Santos con mis alumnos de 3º de la ESO. Se trataba de un sketch de apenas una página en la que una desconocida declara su amor a un chico que lee el periódico en el parque, dando lugar a una situación cómica que, en este nivel, permite trabajar bien cuestiones como la proyección de la voz, la capacidad de improvisación o la gestualidad.

Como el número de chicos y chicas es desigual, tuve que formar una pareja con dos chicos, de manera que uno declarase su amor por otro. Hice trampa, claro, pues concedí esos papeles a dos de los alumnos más abiertos y positivos que tengo, convencido de que no pondrían pegas y, quizá, haciendo un flaco favor a la causa educativa, pues lo que pretendía -lo confieso- era evitar un posible conflicto. Cuando comenzamos a ensayar, vi que ambos exageraban sus personajes cayendo en el estereotipo de gay que ven en series y programas de televisión como Aída o en bodrios cinematográficos como Torrente. Al no disponer de otros modelos -al menos, no explícitos- enfocaron la interpretación imitando -inconscientemente- los clichés homófobos que esos medios nos presentan. Y sí, luego diremos que se trata de parodias políticamente incorrectas, que en el fondo son muy críticos, que..., pero todo ese discurso olvida que una gran parte de la población -y no solo los menores de edad- asimila ese discurso discriminatorio -contra los gays, contra las mujeres, contra los inmigrantes- sin enjuiciamiento crítico alguno, con lo que seguimos dando pasos hacia atrás en la convivencia y en la igualdad.

Ante esa situación, decidí intervenir y les dije que sus personajes, a pesar de ser una escena cómica, debían de ser creíbles, de modo que no podían hacer coincidir siempre un personaje homosexual con ese amaneramiento tan hiperbólico que estaban empleando. Entonces, mientras hablaba, llegué a uno de esos callejones sin salida que se nos plantean a los docentes dentro de las aulas, pues me encontré diciendo la siguiente frase: "¿Pensáis de verdad que todos los gays ..... y ..... así?" En esa oración tenía que optar por la tercera persona -son / se comportan- o por la primera -somos /nos comportamos. En una décima de segundo me pasaron mil argumentos por la cabeza, pero predominó el hecho de que no habría dudado en usar esa primera persona si la pregunta fuera: "¿Pensáis de verdad que todos los profesores / los madrileños / los treinteañeros somos y nos comportamos así?" Solo había cambiado el rasgo o la cualidad -una más entre tantas- así que era absurdo prescindir de ese somos que, una vez pronunciado, les causó cierta sorpresa a mis actores.

El impacto duró unos segundos -no más: son mucho más rápidos de lo que creemos, mucho más abiertos- y retomaron la escena de modo totalmente distinto. Noté que copiaban alguno de mis gestos -eso me hizo gracia- y que, de repente, me convertía en otro modelo posible para su personaje. Claro que exageraron cosas, claro que usaron el humor, claro que no era un retrato naturalista..., pero ahora era una caricatura divertida a la vez que respetuosa, humana a la vez que cómica, ahora estaban tratando su personaje con cariño y con dignidad. Después del ensayo me sentí satisfecho de la decisión y muy orgulloso de mis alumnos, pues me habían demostrado que la educación sí que consigue pequeños-grandes logros y que es necesario ser claro y sincero en el aula para obtener esa misma honestidad por su parte.

El segundo tropiezo tuvo lugar solo un par de horas más tarde, cuando me senté en el pupitre de uno de los alumnos que exponía un trabajo ante toda la clase. Suelo pedirles muchos trabajos orales, pues me parece que es muy formativo el hecho de enfrentarse a un auditorio y ayudarles a dominar artes tan poco valoradas como la retórica y tan útiles, sin embargo, cuando deban afrontar el mundo laboral, por ejemplo. En esas exposiciones siempre me siento entre ellos, como uno más, para que no desvíen la mirada del grupo y se acostumbren a hablar para todos, sin dedicarme a mí su intervención.

Y allí, entre sus mesas, me fijé en todas las palabras que decoraban una de las sillas. Gay, homo, marica... Insultos (según ellos, bromas) pintados con edding indeleble en uno de esos respaldos. De nuevo, la duda: hacer como que no lo había visto y seguir con el programa o detenerme y perder (¿ganar?) una sesión hablando de eso. No sé si me equivoqué, pero aparqué el contenido de esa clase y, tras felicitar a mi alumno por su exposición, les hablé de esa silla, de lo que suponía, de lo había tras esos insultos (bromas, insistían) y de la importancia de ser conscientes de todo ello. Fue un debate (odio los sermones) intenso, complejo, y en el que de nuevo salía a relucir el argumento del humor, ese humor al que nos hemos acostumbrado y que parece que lo justifica todo. El humor que creemos que nos permite ser hirientes con cualquiera, sin importar el alcance de ese daño.

En mis alumnos lo entiendo, claro, se están formando, construyendo, así que es normal que lo asimilen todo de forma poco crítica, pero lo que me inquieta que es el mundo adulto que les rodea es aún más acrítico que ellos, de modo que ni en las aulas ni en las familias les preparamos para afrontar esa realidad desde una perspectiva que la juzgue, que la enjuicie, que les haga tener una opinión formada sobre todo cuanto se les dice. Una opinión que les haga reflexionar sobre lo terrible que resulta convertir algo tan natural y sencillo como la orientación sexual en un insulto. O en un chiste. O en una burla. Olvidamos, al no hablar de eso, al ignorar un insulto en la pizarra o en una nota del cuaderno, al cerrar los ojos ante lo que sucede ante nosotros, que la homofobia es, ahora mismo, la primera causa de acoso escolar entre los adolescentes españoles.

Cuesta avanzar, porque estamos hablando de prejuicios demasiado insertos en nuestra tradición, en nuestra forma de pensar, porque seguimos siendo un país que no acaba de ser laico, un país donde hay demasiadas injerencias moralistas -también en la educación pública-, donde la ley social -bravo por ella- ha ido por delante de la sociedad en sí misma. Por eso, supongo, dediqué la clase a comentar el respaldo rotulado de la silla de un alumno. Por eso, imagino, pronuncié abiertamente ese somos ante mi taller de teatro. Porque las aulas deberían empezar a ser -cuanto antes- un lugar de cotidiana y natural visibilidad, aunque eso -lo crean o no- siga trayendo muchos problemas consigo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Albert Einstein decía "no pretendamos que las cosas cambien si hacemos siempre lo mismo".
En esas dos ocasiones no hiciste lo mismo, no fue la clase de siempre. Seguro que para algunos de ellos algo ya ha cambiado.
Besos, valiente y mucho ánimo

Sinclair

Arual dijo...

Sólo decirte que me ha encantado tu post, muy acertada tu posición en ambos casos y muy valiente sin duda!

Anónimo dijo...

Creo q tienes una labor dificil q hacer pero es muy importante hacerla porq son el futuro. Para mi como madre m resulta aveces dificil, pero para volotros los maestros el hecho de encontraros con jovenes tan diferentes esun reto mayor. Mi apoyo y admiracion por vuestro trabajo, soy muchos los q valeis y os enfrentais cada dia a las nuevas reacciones de nuestros jovenes.Seguro q lo haces fenomenal. Enhorabuena por tu vision de erradicar los prejuicios y proclamar el respeto por todo tipo de personas. Gracias.

Ceci (Argentina) dijo...

Un post muy valiente pero mucho más valiente es la actitud que has tenido con tus alumnos/as.
Pasan cosas semejantes de este lado del charco y los profesores que no terminan de salir del ropero en el aula.-

Peter P. dijo...

No puedo decirte más que: tienes mi más profunda admiración.

Nunca decaigas, que la mediocridad de otros no manche tu estupendo esfuerzo por mejorar cada día. Ojalá hubiera más profesores como tú.

Muchos besos!!!!

Toñy dijo...

Cada post tuyo que leo me gusta más, igual que tu libro "La edad de la ira", hoy no puedo dejar de darte, nuevamente, las gracias por tu labor, por tu honestidad y por tu valía como ser humano. Gracias.
Voy conociéndote en cada lectura un poco más y me gusta lo que voy descubriendo de ti, cada día un poco más.
Animo, no decaigas en tu labor, los padres necesitamos de profesores como tu para hacer el futuro de nuestros hijos. Te quiero y admiro en partes iguales. ;-)

Javi dijo...

Yo de mayor quiero ser como tú.

Bravo.