jueves, 28 de junio de 2012

Apoyar la escuela pública, apoyar la igualdad

"Apoyar la educación pública es apoyar la igualdad", afirma en este vídeo Sami Naïr

Esa es, sin duda, la idea que estamos defendiendo muchos padres, alumnos y profesores desde que la escuela pública se convirtió en el objeto de las iras y las tijeras -malintencionadas y torpes- de quienes deben protegernos. Porque solo la escuela pública favorece la promoción social más allá de la suerte que haya tenido cada cual naciendo en un determinado estrato socioeconómico. Solo la educación pública pone al alcance de todos una formación de calidad, digna, favorable, una formación que permite que los niños y los adolescentes se construyan como personas y que tengan la opción de ser quienes deseen ser. La opción de pelear por llegar a serlo.

Y, en este tiempo oscuro y gris, necesitamos mantener vivos esos sueños. Esa lucha. Y, sobre todo, necesitamos que esos niños y adolescentes tengan la posibilidad de lograr un éxito escolar necesario, de forjarse un presente rico desde el punto de vista cultural, porque solo eso nos garantizará a todos un porvenir igualmente rico en valores, en opciones, en estabilidad. 

No podemos salir de una crisis sesgando los pilares que sustentan nuestra sociedad, arrancando de raíz algo tan fundamental como el derecho a una educación de calidad, retrocediendo en el tiempo y regresando a épocas pasadas en vez de avanzando, mejorando y trabajando por un futuro que la escuela pública hace posible y que, quizá por eso, hay quien tiene interés en derribar.

Lo bueno es que no cuentan con que somos muchos más los que creemos en estas ideas y los que vamos a defenderlas día a día y alumno por alumno.

miércoles, 27 de junio de 2012

Y fuimos más que dos...

Así fue la presentación de CUANDO FUIMOS DOS el pasado 23 de junio en la Sala Triángulo. Sin duda, uno de los momentos -literarios y teatrales- más intensos que he vivido en mucho tiempo. Gracias a quienes lo han hecho posible...

domingo, 24 de junio de 2012

Adicto al aula

Desde hace un par de años, a menudo me hacen una misma pregunta. ¿Cuándo vas a dejar la enseñanza para dedicarte solo a la literatura? Y, desde hace un par de años, siempre contesto lo mismo. Espero que eso no llegue a suceder. Y no porque no ame escribir -ni porque no esté contento con lo que me está sucediendo últimamente en lo literario, donde el viento parece serme más que favorable-, sino porque me gusta demasiado el trabajo en el aula, el día a día con mis alumnos, con esos chicos y chicas tan entusiastas y generosos que hacen que no me dé pereza alguna ir a trabajar. Porque, gracias a ellos, y por mucho que lo intenten arruinar los de arriba -wertgonzosos dirigentes incluidos-, hay algo especial en esta profesión, algo difícil de compartir si no se ha vivido en primera persona, si no se siente ese vértigo de la comunicación, del acto de compartir algo que amas -en mi caso, la literatura- con quienes se sientan ante ti en el aula.

Y luego, en semanas como esta, te encuentras a esos alumnos -y ex alumnos- convertidos en amigos. Apoyándote cuando presentas un libro, o cuando estrenas una obra de teatro, y sientes todo ese cariño rodeándote, haciéndote fuerte, dándote ganas para seguir creando. Y enseñando. Y es que nunca fui tan prolífico como desde que estoy en la enseñanza. Tiene gracia. Ahora disfruto de mucho menos tiempo libre que cuando trabajaba como editor (en parte porque nuestras condiciones laborales son mucho peores y en parte porque no sé contenerme y le dedico muchas horas a preparar e inventar clases: me gusta el reto) pero, sin embargo, también estoy el doble de motivado a la hora de escribir. Quizá porque las aulas son una fuente inagotable de inspiración. O quizá porque estar en contacto con mis alumnos me hace sentirme más joven de lo que soy y retomar una ingenuidad y una espontaneidad que el mundo adulto amenazaba con robarme.

La pasada fue una semana intensa. En todo. En lo educativo y en lo literario. En lo novelesco -firmé el contrato de mi nueva novela, Las vidas que inventamos, que verá la luz en 2013 con Espasa- y en lo teatral -publiqué y presenté, por fin, uno de mis textos más especiales, Cuando fuimos dos (el dibujo que ilustra este post es regalo y diseño de una muy querida alumna mía: ¡gracias!). Y, a pesar de todo lo vivido, no siento hoy ni un ápice de cansancio. Tan solo toneladas de cariño. Algo de insomnio de pura emoción contenida. Y de agradecimiento. Por poder hacer lo que me gusta -en la pizarra, en mis libros- y compartirlo con quienes saben valorarlo. No sé por qué tengo tanta suerte ni por qué soy tan afortunado pero, desde luego, espero no dejar de ser nunca consciente de ello.

sábado, 23 de junio de 2012

Estáis todos invitados :-)

Hoy sábado, a las 19:30 h en la Sala Triángulo (C/ Zurita 20 - Madrid), presento uno de los libros donde he dejado más de mí mismo: CUANDO FUIMOS DOS, la obra teatral que publica, este mes, la editorial Ñaque.

Sé que me toca competir con el fútbol (deben ser los hados shakespearianos, que disfrutan poniendo obstáculos...), pero quien quiera acercarse esta tarde para compartir ese momento de teatro con nosotros será más que bienvenido. Lo más hermoso de escribir es el apoyo y la calidez que se siente en días como este. En momentos como este...

Y, para los amigos de este blog que viven fuera de Madrid, dejo aquí el enlace de la editorial donde, si tenéis curiosidad, podéis conseguir este libro.


domingo, 17 de junio de 2012

Generación lista para su sacrificio

Un sacrificio es, según el diccionario de la RAE, una ofrenda a una deidad en señal de homenaje o expiación. En el caso de la actual inmolación de la educación y la sanidad públicas, habría que decidir cuál es esa deidad -abstracta y, seguramente, macroeconómica- a la que le estamos ofreciendo el futuro de nuestros jóvenes.

Mientras lo decidimos, se nos siguen pidiendo esfuerzos titánicos -sacrificios, claro- y se justifica todo con un "es necesario" que jamás da respuestas a nuestras preguntas. Porque todos somos conscientes de la gravedad del momento, de la exigencia de tomar medidas inmediatas. En lo que discrepamos es en la identidad de las víctimas de esas medidas y, sobre todo, en la eficacia de sanar un sistema podrido aumentando, todavía más, su prodedumbre.
Pretender que vamos a salir de esta crisis malvendiendo el sistema educativo y condenando a una formación deficiente a las nuevas generaciones es, cuando menos, un signo de miopía. O de ceguera. O quizá -y eso sería peor- sea una técnica para que, cuando la situación se calme, haya una gran masa de gente no preparada, no formada, no crítica a la que dominar sin demasiados contratiempos.

Entretanto, se nos habla de fracaso escolar -las cifras españolas siguen estando muy por encima de lo que deberían- y se nos ofrece como medida antifracaso -y antiabandono- algo tan útil como abarrotar las aulas el curso próximo, como suprimir Bachilleratos, como eliminar plazas de -la tan necesaria- FP y otro sinfín de ideas igualmente poco fundamentadas y, desde luego, erróneas.

Desde el curso próximo, los profesores cobraremos menos que nunca -tras dos bajadas de sueldo consecutivas: y eso si no viene alguna más, cosa que ya ninguno descartamos-, los que estemos en activo daremos más horas de clase que nunca -prepararlas será, directamente, una utopía- y nuestros compañeros interinos seguirán en las listas del paro -desaprovechando todo su potencial docente- y, cómo no, también tendremos más alumnos por grupo que nunca -de modo que individualizar el aprendizaje y atender a la diferencia en aulas de cuarenta estudiantes se quedará para algún que otro artículo pedagógico bienintencionado y de nula aplicación en las aulas. Haemos lo que podamos, claro, porque hay mucho vocacional en este gremio -a ratos me pregunto cómo conseguimos mantener viva esa energía y ese amor por nuestro trabajo-, pero ese "lo que podamos" está tan limitado por las coordenadas reales que cada vez se hace más diminuto. Apenas perceptible.

Las familias -supongo que la culpa es suya, por ser familias trabajadoras- tendrán que hacer una inversión aún mayor en comedores escolares, perderán becas y deberán decidir de qué prescinden si quieren que sus hijos puedan cursar estudios universitarios gracias a la subida de tasas. Qué curioso, a los sacerdotes de esta desconocida deidad les han bastado unos meses para dinamitar -o, al menos, para intentar hacerlo- el fin esencial de la educación pública: su capacidad para servir como ascensor social, como un método de progreso, de construcción personal, un instrumento que permite -al menos, permitía- que la igualdad no resida en la suerte de dónde has nacido, sino en el esfuerzo de cómo has peleado por hacerte a ti mismo.

Nada de eso tiene mucho sentido a ojos de esa deidad -pónganle el nombre que prefieran- a la que estamos sacrificando nuestro presente. Y, peor aún, el futuro de nuestros alumnos. Y de sus hijos.

lunes, 11 de junio de 2012

Pelea por lo que quieres


Empecé a escribir teatro con dieciséis años. Lo primero que perpetré, lo admito, fue espantoso. Y lo que vino luego, en fin, no sé si sería mucho mejor, pero el caso es que pronto empecé a estrenarlo, a representarlo en todo tipo de escenarios alternativos -lo de  "alternativos" es un eufemismo para lugares de los que mejor no recordar el nombre- y, después, a ensayarlo en lugares tan "adecuados" como parques públicos o calles semidesiertas de polígonos de cierta ciudad dormitorio del Sur de Madrid (sí, la misma que querían convertir en un macrocasino: han acertado).

Y todo fue culpa de mi instituto (público), de mi profesora (hoy mi amiga Carmen) y de mis compañeras (ahora mis mejores amigas y actrices en la compañía teatral que fundamos entonces -Armando no me llama- y que, aún hoy, sigue en activo). 

Fue  también culpa de Ernesto Caballero, que representaba aquellos días su obra Retén (nunca olvidaré ese alegato antibelicista que tanto me marcó). Y fue culpa, por supuesto, de la Sala Triángulo, donde vimos ese montaje y me di cuenta -toda una epifanía dramatúrgica- de que había teatro más allá de mi libro de texto.
Lo demás, no sé, supongo que vino de forma casi natural. Me enamoré de este arte y comencé a escribir, a ensayar, a producir mis propias obras con mucha más imaginación que medios (de estos jamás tuvimos) y, sin saber bien cómo, acabé escribiendo para otros directores, y publicando mis textos, y hasta siendo antologizado en EE UU por algún que otro generoso hispanista (gracias, John P. Gabriele) en ciertas recopilaciones de teatro contemporáneo español.
 
Cuando empezaba -cuando ensayaba en parques como este y tenía los dieciocho con los que se nos ve, a mí y a mis actrices, en esta foto-, nunca pensé que un texto mío pudiera compartir catálogo con los autores que he admirado desde aquellos años. 

Con la intensa emoción de las obras de Paloma Pedrero. Con la genial lucidez de Juan Mayorga. Con el humor ácido de Alonso de Santos. Con la inteligencia dramática de Sinisterra. Con la ironía sagaz de Antonio Álamo. Con el compromiso descarnado de Ortiz de Gondra. Con la contemporaneidad sangrante de Sergi Belbel. O con la reflexión innovadora de Ignacio Amestoy.

Por eso, esta mañana, cuando he recibido mi ejemplar de Cuando fuimos dos, que sí comparte editorial (Ñaque) y colección con todos ellos, me he emocionado. Y luego he pensado que sería bueno llevarlo mañana conmigo a clase. Así podré contarles esta breve historia a mis alumnos para convencerles de que rendirse jamás es una opción. De que no hay nada como esforzarse por algo -tenacidad, lucha, compromiso- para, al menos, intentar lograr algo. Y ojalá consiga transmitirles -en medio de esta vorágine de fatalismo y de gris con la que quieren ahogarnos a quienes jamás nos merecimos esta guerra contra cuanto derecho social hemos conquistado tiempo atrás- la opción de luchar por aquello en lo que crean. Por sus sueños más auténticos. Incluso por los que consideren más irrealizables.

Y es que esta mañana, cuando miraba mi ejemplar, no podía dejar de sentir en mí a aquel chaval de Alcorcón que, con quince años, soñaba con estrenar algo parecido a aquella estremecedora Retén que le había abierto unos horizontes creativos con los que, hasta entonces, no contaba. Y ese chaval, unos años después (tampoco vamos a precisar cuantos, ¿no les parece?), ahora ve su texto editado por Ñaque y reestrena su obra, su Cuando fuimos dos, en esa misma Sala Triángulo donde decidió que el teatro sería uno de los caminos que, en el futuro, habrá de transitar.

Así que hoy -y, sí, también mañana- tendrán que permitirme que me aferre al optimismo, a la lucha, a la creencia de que, si nos empeñamos, podemos darle la vuelta a todo esto. Porque hoy, mirando esta portada, colocándola junto a los demás títulos que he tenido la suerte de ir publicando hasta hoy -quién me lo iba a decir...-, hoy -mientras los hombres de negro se empeñan en que todo se derrumbe sobre nosotros, en que la tierra se deshaga y pudra bajo nuestros pies- siento que aquel chaval de Alcorcón tiene razón cuando se empeña en que siga soñando. En que siga, pase lo que pase, plantando batalla. Y que ese mensaje -pelea por lo que quieres- es el mejor que puedo transmitir mañana -y siempre- a mis alumnos.

jueves, 7 de junio de 2012

Desnudo bloguero


No lo puedo evitar: cuando leo un blog -y sigo unos cuantos desde hace tiempo...-, siempre me pregunto cómo será la voz de la persona que lo escribe. Supongo que mi pasión por el teatro tiene la culpa (deformación profesional, lo llaman) de esa curiosidad sobre cómo se moverá su autor, cómo hablará, cómo se expresará más allá de estas líneas...

Esa, en cierto modo, es la idea que tuvo mi editorial -Ñaque- cuando me propusieron grabar este vídeo sobre Cuando fuimos dos en uno de mis rincones predilectos de Chueca: el café Acuarela, donde -en mis años de universitario- pasé más de una tarde fingiendo copiar apuntes..., y donde ahora -unos cuantos años después-, tan pronto empiezo allí las copas de una noche de fiesta como, en ciertas tardes, anoto ideas sobre futuras novelas u obras de teatro en algunos de los cuadernos que (apunten por si alguna vez quieren regalarme algo) me encanta coleccionar.

El vídeo resultante es tan casero como simpático y, sobre todo, natural (sin guión y, es más, hasta sin micrófono, como podrán comprobar). Justo algunos de los adjetivos que usaría para definir a la maravillosa gente de Ñaque, editores enamorados del teatro y que luchan por sacar adelante un proyecto cultural absolutamente imprescindible -y señero- en nuestro país. Para mí, es todo un honor que Cuando fuimos dos haya llegado a su colección y que comparta sello con autores que admiro tanto como Juan Mayorga o Ignacio Amestoy. 

Si alguien tiene el mismo vicio voyeurístico que yo, aquí podrá poner voz y movimientos al bloguero que se oculta tras esta (verde) pantalla. Comprobará el curioso (que no ocioso) lector, la tendencia de dicho bloguero a mover mucho las manos y a intentar dibujar con ellas las palabras. Y, de paso, entenderá un poco mejor qué es ese Cuando fuimos dos que presento el día 23 de junio (ando con ello tan emocionado como nervioso) y en el que he dejado -y desnudado- mucho de mí mismo. Aquí les dejo, vía YouTube, la primera parte de ese desnudo... Que lo disfruten ;)


miércoles, 6 de junio de 2012

Dispare al funcionario

Cómo me alegra ser funcionario. Me alegra porque, de no existir nosotros, no habrían sabido tomar ni una sola medida contra la crisis.

Pero no, por suerte ahí estábamos nosotros, los vagos que nos hemos dedicado a estudiar para sacarnos unas oposiciones -malgastando años en un esfuerzo intelectual inútil: con lo mal visto que, ya lo escribió Valle, está visto lo intelectual en este país- y que, para colmo, no producimos nada. Porque es evidente que los médicos no producen. Y que los profesores no producimos. Y que los bomberos o los policías tampoco producen. Claro que no. Por eso es normal que se nos baje el sueldo no solo una, sino dos veces. Y que se nos asfixie sin contemplaciones, porque como somos servicio público hemos de prestarnos como chivo expiatorio para pagar los errores y despilfarros ajenos.

Menos mal que la Comunidad de Madrid, tal y como se informa en esta noticia, puede robarnos más dinero para pagar su déficit oculto y contrarrestar así todo ese impulso faraónico que hemos visto estos años. Y menos mal que sus votantes les han dado, religiosamente -y nunca mejor dicho-, la mayoría absoluta para que tomen este tipo de medias tan útiles y originales, medidas que seguro que crean más puestos de trabajo y nos ayudan a salir del agujero en el que nos han metido.

Y no, lo siento, pero no me voy a sumar a eso de que "he vivido por encima de mis posibilidades", porque -yo no sé ustedes-, pero en mi caso, ni me he hipotecado, ni me he metido en pago alguno que no pueda afrontar, ni he especulado una sola vez en mi vida, ni he cambiado de coche con frecuencia, ni he gastado más de lo que podía gastar en todo este tiempo. Así que, lo siento, que no me vengan con monsergas, porque lo único que recuerdo haber hecho es, básicamente, estudiar una carrera, aprender tres idiomas, trabajar en dos editoriales, escribir unas cuantas novelas y otras tantas obras dramáticas, estudiar y aprobar unas oposiciones, formarme como profesor, seguir escribiendo, comenzar a trabajar en un instituto público y, por último, implicarme e involucrarme cada día más en mi labor como docente, porque -aunque sea mucho más fácil insultar al funcionario- claro que los funcionarios sí producimos. Y, en el caso de los profesores, producimos algo tan esencial -y tan intangible- como la educación de los niños y adolescentes. Inculcando valores como el respeto o la tolerancia, instruyendo en contenidos y disciplinas necesarias para su desarrollo personal y tratando de fomentar en ellos el espíritu crítico y el pensamiento libre. Obviamente, lo que producimos no se ve y por eso, supongo, hay quien prefiere obstinarse en no entenderlo.

Me tranquiliza, eso sí, saber que todavía me queda sueldo del que la Comunidad de Madrid, o el Gobierno, o quien sea podrán seguir quitando dinero. Porque está claro que habrá más Bankias y más desmanes ante los que buscar un recurso rápido y, sobre todo, fácil. Y ese recurso, supongo, seremos otra vez los funcionarios. Total, como nuestra condición laboral es una palabra tan impopular, saben que contarán con el apoyo de muchos -el populismo lo manejan muy bien- y con ese manido argumento del "no se quejen, que su trabajo es fijo". A estos, a los del "manido argumento", les invito a que, si tan ideal lo encuentran, opositen también. Así verán lo ameno y divertido que puede ser ese proceso. Y luego, cuando lo pasen, hablamos.

Supongo que esta segunda bajada de sueldo -este segundo robo a decreto armado- no será la última. Por qué habría de serlo, ahora que han descubierto que si nos pinchan, vale, sí sangramos, pero sin hacer mucho ruido (valga la cita shakespeariana), seguramente sigan aplicando su sutil técnica hasta que seamos nosotros quienes debamos pagar por tener el lujo de trabajar. A fin de cuentas, los profesores no producimos nada, así que no sé por qué deberíamos cobrar un sueldo a cambio. Evidentemente.

Me niego al gris

Lo intentan, pero no lo consiguen. 

Quieren convertirnos en seres tan grises como ellos. Desean evitar que nos impliquemos, que nos emocionemos, que disfrutemos con nuestro trabajo. Pretenden hacernos olvidar lo que nos aportan nuestros alumnos, y para ello, no han dudado en atestar las aulas, eliminar apoyos, despedir a compañeros... Pero no solo no vamos a cesar en nuestra lucha -ni en nuestra denuncia-, no solo no vamos a callarnos ante sus ataques contra la escuela pública -esa que prefieren descuartizar para alimentar la voracidad de los grandes bancos-, no, claro que no, sino que, además, vamos a seguir dándonos con toda nuestra energía a esos alumnos a los que no podemos permitir que les llegue el mensaje de sumisión y derrotismo que, desde el poder, pretenden inculcarles.

Por eso, este último mes de curso, me he lanzado a poner en marcha con mi tutoría de 4º de la ESO una experiencia didáctica que comparto aquí por si pudiera serle de utilidad a algún colega. He decidido dar un repaso a todo el temario de literatura de 4º -siglos XIX y XX- de un modo muy, digamos, teatral. Para ello, en primer lugar, los chicos han seleccionado los textos que más les han gustado de todos los que hemos leído juntos este año (cada uno trajo uno de ellos, de cualquier género). Después, los hemos agrupado entre todos siguiendo un criterio temático: el amor, la crítica social, el paso del tiempo... Y, a continuación, en grupos de cuatro están elaborando una presentación -un monólogo, un diálogo teatral, lo que sea: la condición es que resulte ameno y que sea muy creativo y personal- para encabezar esos textos que, después, recitarán, declamarán o interpretarán (según el fragmento en cuestión). También buscaremos músicas que puedan resultar adecuadas y serán ellos mismos -los alumnos- quienes las interpreten junto al compañero que deba declamarlos. Y, además, les he propuesto un concurso de escritura teatral (con guiones de no más de dos caras) de modo que la mejor escena  será estrenada, por ellos mismos, el día que hagamos esta peculiar "función". Por último, intentaremos articular todo este trabajo en un montaje de no más de 40-45 minutos (un poco menos de una sesión lectiva) para que lo hagan ante el resto de compañeros del instituto y les transmitan -con sus palabras- un mensaje de invitación a la lectura.

No sé qué saldrá de todo esto (está siendo una pequeña locura coordinarlo), pero -pese al trabajo que me está suponiendo- estoy seguro de que merece la pena. Por un lado, nos sirve para hacer un repaso (activo) por todos esos textos y autores y, sobre todo, nos permite crear, trabajar la expresión oral y escrita, vencer miedos, aprender a colaborar en equipo y, más allá, nos da la ocasión de cerrar el curso con una actividad positiva y que se basa en el amor por la literatura, en el entusiasmo por las palabras que, en su opinión, hayan sido las más intensas de todas las que hemos trabajado en el aula.

Lógicamente, coordinar una tarea así sería mucho más sencillo si no tuviéramos treinta -o más alumnos- por aula. Si a los profesores no nos sobrecargaran de grupos, de número de estudiantes por grupo, y de horas de docencia directa. Si ese aumento de horas fuera, en parte, para coordinar proyectos, para analizar situaciones conflictivas, para mejorar la vida en el centro. No me importa trabajar más -soy, como tantos otros colegas, un masoca de la enseñanza al que le apasiona su trabajo- pero sí me importa trabajar en condiciones precarias que atacan, directamente, a mis alumnos y, en especial, a los que se encuentran en situaciones más desfavorecidas. Sí me importa que no estén conmigo mis compañeros interinos, que se prescinda de su experiencia, de su empuje, de su entusiasmo, de sus ganas de trabajar. Sí me importa que pisoteen la educación pública porque, en el fondo, les parece demasiado peligroso que los chicos piensen sin una maquinaria de represión ideológica -a ser posible religiosa y retrógrada- que controle ese pensamiento.

Por eso, precisamente, esta experiencia tiene como tema y motor el amor por la literatura. Porque nada nos hace tan rebeldes -y tan libres- como la lectura.

martes, 5 de junio de 2012

El teatro también se lee


El próximo sábado 23 de junio a las 19:30 h. presento mi último libro: CUANDO FUIMOS DOS, editado por ÑAQUE TEATRO.

La presentación tendrá lugar en la SALA TRIÁNGULO (C/ Zurita 20 - Metro Lavapiés) y la entrada es libre hasta completar aforo.



Además, habrá FUNCIONES los días 21, 22 y 23 de junio a las 20:30 h. Las entradas,  para aquellos que estén interesados en asistir a esta comedia dramática -una historia de amor entre dos hombres, vivida y contada en los tiempos de Facebook-, ya están a la venta y pueden conseguirse aquí.



lunes, 4 de junio de 2012

Ser 2


Ser dos no tiene género. Por eso la homofobia es, además de mezquina, antinatural.

Con motivo de la publicación de mi última obra, CUANDO FUIMOS DOS, que se reestrena este 21 de junio en la Sala Triángulo y se presentará, allí mismo, el 23 de junio a las 19:30, mi editorial (ÑAQUE) ha decidido lanzar un concurso en el que se premiará con una entrada y un ejemplar de este libro a las dos mejores imágenes que resuman qué es, según sus autores, ser dos.

Os dejo aquí el enlace donde podéis conseguir las bases por si os animáis... En realidad, lo que perseguimos con este concurso es aunar sensibilidades y disciplinas: teatro, literatura, fotografía y, sobre todo, vida. 

Vida compartida y soñada desde ese complicado número dos. Un dos tan libre como el que cada cual desee elegir.

domingo, 3 de junio de 2012

La riqueza de la diversidad

TOUR DE FORCE es uno de esos textos que, seguramente, nuestro estimado ministro Wert no dudaría en borrar de un plumazo. Un texto peligroso -sedicioso, casi- porque aborda el tema de la homofobia -sí, ese que han decidido que ya no hace falta mencionar en Ciudadanía- a partir de la compleja relación entre Buñuel y Lorca. Como, además, sus protagonistas aparecen retratados en su etapa joven y adolescente, se corre el riesgo de que el texto pueda conectar con los lectores más jóvenes -como he comprobado que sucede en más de un instituto donde he hablado sobre él...- y hacerles reflexionar sobre cómo la diferencia ha de interpretarse no como una barrera, sino como una fuente de riqueza personal. Nada nos hace crecer tanto como la diversidad, como la aceptación de aquello que, a veces, creemos no entender de los otros. Eso mismo fue lo que le sucedió a Buñuel con Lorca, que supo integrar todo lo que sobre poesía, sobre literatura y, en definitiva, sobre creación supo contagiarle aquel genial creador cuya forma de ser, como el propio cineasta admitió en sus memorias, le disgustaba. 

Ahora, en teoría, eso ya no sucede. Ahora todos somos modernos. Y tolerantes. Y muy abiertos. Ahora, es evidente, no aparece ningún personaje de la iglesia insultando a los gays. Ni se discrimina a los homosexuales en su lugar de trabajo. Ni se hacen comentarios despectivos sobre las lesbianas. Ahora, por supuesto, no hay gente en el armario y todo el mundo ejerce, día tras día, la visibilidad. Ahora, y por eso este texto a Wert le parecería una sandez obsoleta, no hay bullying homofóbico, ni chicos y chicas que tienen problemas en clase y en su familia por su orientación sexual. Ahora, qué tontería insistir en estos temas, todo es claro, diáfano y superpositivo.

Pero yo, que debo de ser un poco escéptico, necesitaba escribir un texto como este. Un texto que fuera un homenaje a toda una generación, a un tiempo que truncó una guerra estúpida y, además, a un sentimiento que, con sus más y sus menos, impregnó a todos aquellos genios que coincidieron en el tiempo y en el espacio: la amistad. Porque las suyas fueron amistades intensas, dolorosas -¿qué amistad verdadera no lo es?- y supieron acercarse más allá de lo que les separaba, más allá de lo que parecía diferenciarles. Buñuel no habría sido quien llegó a ser sin Lorca, sin Dalí, sin sus compañeros de la Residencia  y, seguramente, tampoco los demás habrían sido los mismos sin aquel jovenzuelo camorrista y ejecutor habitual de bromas pesadas que buscaba su propio lenguaje con la misma ansiedad con la que devoraba el Madrid de su juventud.

Es curioso, porque en este texto -uno de los pocos de materia histórico-literaria que he afrontado- siento que, sin embargo, hay mucho más de autobiográfico que en otras obras en las que, supuestamente, hablo de personajes y momentos más cercanos a mi propia vida. Y es así porque, en el proceso de escritura y documentación para este TOUR DE FORCE -que fue tan complejo como interesante-, descubrí que en la historia de esos jóvenes y de esa amistad se encerraban algunos de los temas que más me obsesionan. Como autor pero, sobre todo, como persona. La identidad. La amistad. La diferencia. La creación. Y sobre esos cuatro pilares escribí TOUR DE FORCE. Más tarde, la estrenamos gracias al trabajo de un generoso y magnífico actor, Elías Jiménez Bas, y a la complicidad de una productora (casi mi hada madrina) que ha sido el motor de alguna de mis mayores osadías teatrales, Ainhoa Amestoy. Solo unos meses después, la editorial Antígona -un sello independiente lleno de gente joven con un inmenso talento y un inagotable amor por el teatro- apostaba por publicarla y, más aún, por acercarla a las aulas con una guía didáctica donde, además del evidente recorrido por la generación del 27, planteamos un viaje mucho más necesario: un viaje por la educación en valores como el respeto, la tolerancia o la integración

Seguro que, como leí ayer en un cartel en la caseta de la librería Berkana, TOUR DE FORCE es uno de los libros que Wert estaría encantado de vetar. O hasta de quemar, cual émulo de la sobrina y el ama en la hoguera cervantina. Pero, por suerte, siempre habrá profesores que lean textos así con sus alumnos. Que, más allá de lo que nos digan u obliguen a decir, sigamos trabajando por valores y derechos universales en nuestras aulas. Profesores que nos reímos cuando la caverna nos acusa de "adoctrinar", porque confunden su proselitismo de la ranciedad con la defensa de conceptos incuestionables, como la libertad o el respeto. 

Por eso hoy estaré en la Feria del Libro (caseta 156, de 19 a 21, por si alguien quiere hacerme compañía...) con mi chapa verde por la escuela pública. Y con un bolígrafo tan verde como mis sentimientos en estos tiempos de oscurantismo y agresión continua contra la educación de todos, contra el colectivo LGTB, contra todo lo que se opone al intento de retroceso que pretenden perpetrar quienes ostentan el poder. Y es que TOUR DE FORCE habla, precisamente, de cómo nos forman y construyen los años de nuestra adolescencia: el dónde estudiamos, el con quién compartimos esas aulas... Y si he acabado siendo profesor, y novelista, y dramaturgo, y hasta director teatral, si he terminado empezando a ser quien ahora soy es porque tuve la suerte de compartir esos años, esas aulas y esos pasillos con grandes compañeros y magníficos profesores de la escuela pública. Esa que, está claro, no le gusta nada al señor Wert. Y es una lástima, porque a quienes trabajamos allí día a día, está claro que nos encanta.