Almudena. Ana B. Ana G. Andrea. Carlos. Celia. Cristina. Esther. Ignacio. Jorge. Juan Pablo. Julia. Lara. Lucía R. Lucía S. Luis. Martín. Miguel. Pepe. Santi. Sara. Tanea. Vera. Vicky.
Veinticuatro nombres. Veinticuatro alumnos de 4º ESO y Bachillerato. Veinticuatro chicos y chicas llenos de ganas de crear, de subirse a un escenario, de compartir su esfuerzo con sus compañeros, con sus familias, con sus amigos. Veinticuatro mundos y realidades completamente distintas que, en las funciones de estos días, han demostrado que la motivación y la entrega son dos sinónimos de la escuela pública.
Y es que ayer y hoy hemos llevado a cabo tres representaciones -sin un solo euro, pero con montañas de entusiasmo- de una peculiar versión de Aquí no paga nadie, de Darío Fo. Hemos incluido canciones, duplicado personajes, cambiado páginas completas y reformado las escenas una y otra vez. Hemos hecho, en definitiva, cuanto ha sido preciso para que la obra se pudiese estrenar y, sobre todo, para que los alumnos disfrutaran con el montaje. También, cómo no, han tenido que sufrir mis momentos "airados", porque no siempre es fácil que un grupo de casi treinta alumnos funcione de manera perfectamente sincronizada...
Pero nada, ni siquiera esos momentos de crisis, les han conseguido desanimar. Al revés. Porque ante la adversidad, se fortalecía el espíritu de grupo, y el compromiso, y las ganas de imponerse contra cualquier obstáculo que hubiese en el camino. Por eso me gusta fomentar el teatro escolar, aunque sea fuera de mi horario -para qué hablar de ese tema, quienes se empeñan en que los profesores de la pública no trabajamos no van a cambiar de opinión ahora y, si les soy sincero, tampoco me preocupa-, me gusta porque me parece que el teatro fomenta algunos valores esenciales para la vida futura de nuestros alumnos. Fomenta el trabajo en equipo, fomenta la responsabilidad, fomenta la creatividad y, sobre todo, fomenta la integración y el respeto, porque el grupo teatral acaba siendo un cuerpo tan heterogéneo como unido, una suma de personalidades diversas y, a la vez, implicadas en un único proyecto: la función, algo que, en cierto modo, acaba siendo lo de menos.
No sé qué recordarán estos veinticuatro chicos y chicas más adelante de todo esto... Lo que sí sé es que yo escribo, estreno y publico teatro gracias a mi paso por la escuela pública, a aquella profesora -hoy mi amiga Carmen- que nos llevó a ver una obra de Ernesto Caballero en la sala Triángulo... Quizá por ello, también confío en que, dentro de unos años, veré a alguno de estos chicos subido a un escenario, o publicando sus propios textos, o creando, o -simplemente- siendo feliz en el camino que quiera y desee escoger.
Ahora nos toca descansar, porque han sido muchas tardes, muchos recreos, muchas horas de esas que nadie nos reconoce, salvo nosotros mismos, pero ese íntimo reconocimiento, junto con los lazos tan férreos que se crean, es -sin duda- la mejor recompensa.
Por todo ello, admito que, de esos veinticuatro, jamás podría decir quién es el mejor actor. Ni la mejor actriz. No podría porque mentiría si eligiera un solo nombre: todos ellos son brillantes en su generosidad, en su energía, en su tesón, en sus ganas de darlo todo. Todos son un ejemplo de que sí que es verdad que otro mundo es posible. Un mundo donde personas como ellos sean los protagonistas. Personas de las que me siento profundamente orgulloso y que me hacen recordar, día tras día, por qué amo -tanto y con tanta vehemencia- esta profesión. Gracias, mis 24. De corazón...
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