En estos tiempos en que no dejamos de sufrir ataques contra la escuela pública, yo he decidido que -además de denunciarlos- voy a intentar llenar este blog con cuanta experiencia positiva encuentro en mi día a día en las aulas. Situaciones que demuestran que, a pesar de que nos quiten los medios, a pesar de que nos desprestigien, a pesar de que estén empeñados en borrarnos del mapa, la escuela pública sí que funciona y -quizá por eso desean aniquilarnos- puede dar lugar a un entorno educativo más que exitoso.
Dos son, esta vez, los momentos recientes que me gustaría compartir hoy aquí. El primero, una charla sobre "Erotismo y literatura" que mi querido -y magnífico- compañero Amador y yo pudimos dar el viernes pasado ante un salón de actos lleno de alumnos de 4º de la eso y Bachillerato. La conferencia fue programada gracias al (duro y eficaz) trabajo de la Asociación de Alumnos que, con la cooperación de la junta directiva del centro, consiguió sacar adelante una jornada cultural llena de actividades y talleres de todo tipo, un ejemplo realmente fabuloso de cómo son esos adolescentes a los que los medios de comunicación prejuzgan y a quienes, desde el Ministerio de Educación y comunidades como la madrileña, se les quiere condenar a una educación mediocre y ramplona. Por supuesto, muchos profesores -como fue el caso de Amador y el mío propio- quisimos poner nuestro pequeño granito de arena en esa jornada de la que tan orgullosos nos sentimos.
En nuestra charla, ambos hablamos -con toda libertad- de múltiples temas relacionados con el erotismo y su visión en la literatura. Fue una tertulia de casi dos horas en las que se leyeron pasajes de autores muy diferentes -Juan Ramón, Miller, E.M. Forster, Miguel Hernández, Duras, Nabokov, Sade, Paloma Pedrero, Eve Ensler, Mishima...- y si algo me admiró de esas dos horas fue la escucha activa -atenta y adulta- de todos los adolescentes que allí se habían reunido. Una escucha llena de tolerancia, de sentido del humor, de cercanía. Una escucha -y una mirada- que me demostró que la escuela pública -con la ayuda de las familias: sin ellas no es posible- puede formar alumnos como ellos. Libres, tolerantes, contemporáneos. Alumnos sin prejuicios y llenos de ganas de saber. Y de conocer. Un auténtico lujo que me da esperanzas en el futuro que haya de venir. En el futuro que otros quieren convertir -sin éxito: no lo permitiremos- en regresión y en pasado.
La segunda experiencia tuvo lugar ese mismo viernes pero, esta vez, por la tarde. En un arrebato de amor por el teatro -ese que me lleva a intentar contagiarlo a mis alumnos curso tras curso...- les propuse a mis grupos de 4ºESO y 2ºBachillerato que se vinieran conmigo por la tarde a ver el último estreno de la sala Guindalera: Faith healer (El curandero), un texto de Brian Friel dirigido por Juan Pastor y en el que, a través de tres monólogos (y de tres puntos de vista diferentes), se nos cuenta una misma historia, en la que se reflexiona sobre temas como la memoria, la mentira o el poder mágico del arte... La obra, magníficamente interpretada (y en la que, además, uno de sus actores -Felipe Andrés- es, también, protagonista de mi último estreno, Cuando fuimos dos) me pareció que era una gran ocasión para mostrarles a los chicos otro tipo de teatro y, sobre todo, para que luego -contando con la amabilidad y la complicidad del equipo de la función- pudieran conversar y dialogar con ellos en la misma sala.
En esas dos horas de función, y mientras a mi espalda no dejaba de oír el ruido -maleducado y grotesco- de dos treinteañeras empeñadas en abrir bolsos, sacar caramelos, toser y hasta bostezar en estéreo -eso de escuchar hablar a alguien que no fueran sus móviles o su whatsapp debió de parecerles espantoso-, mis chicos de la ESO y de Bachillerato -sin embargo- se metieron de lleno en la función, contagiando a los actores de una energía tan positiva que, según luego me confesaba Bruno Lastra -el actor que representa al curandero-, habían tenido una de las mejores funciones de la temporada debido a ese enorme y sincero feed-back.
Me sentí orgulloso de esos cincuenta adolescentes -de edad, formación e intereses más que heterogéneos- que, cuando acabó la función, todos ellos departieron durante un buen rato con los actores, comentando la obra, transmitiéndoles su entusiasmo e incluso, algunos de ellos, dejando constancia de esa experiencia en sus muros de Facebook o en sus cuentas de Twitter.
En mi caso, lo admito, fue un viernes agotador -el jueves estuve trabajando hasta cerca de las cuatro de la mañana en la charla sobre el erotismo... y mi tarde-noche sabía que la pasaría ejerciendo de profe, aunque fuera en otro entorno diferente al aula-, pero también muy gratificante. Y hoy, cuando pienso en ambos momentos, tengo claro que si la fuerza del ataque que estamos sufriendo en la escuela pública es tan inmenso es porque saben que tienen tres enemigos tan poderosos como su odio: la energía y el entusiasmo de los alumnos, la solidaridad y la fuerza de sus familias y, en tercer aunque no último lugar, la fe y la pasión por este trabajo de quienes creemos firmemente en él. Quienes creemos -y vivimos- la escuela pública. Quienes, cada vez que acaba un día de clase -día que a menudo engloba muchas más horas de las oficiales: no remuneradas y jamás reconocidas-, salimos del aula con una misma y reiterada idea: lo mejor de la mañana fueron, hoy también, nuestros alumnos.
Dos son, esta vez, los momentos recientes que me gustaría compartir hoy aquí. El primero, una charla sobre "Erotismo y literatura" que mi querido -y magnífico- compañero Amador y yo pudimos dar el viernes pasado ante un salón de actos lleno de alumnos de 4º de la eso y Bachillerato. La conferencia fue programada gracias al (duro y eficaz) trabajo de la Asociación de Alumnos que, con la cooperación de la junta directiva del centro, consiguió sacar adelante una jornada cultural llena de actividades y talleres de todo tipo, un ejemplo realmente fabuloso de cómo son esos adolescentes a los que los medios de comunicación prejuzgan y a quienes, desde el Ministerio de Educación y comunidades como la madrileña, se les quiere condenar a una educación mediocre y ramplona. Por supuesto, muchos profesores -como fue el caso de Amador y el mío propio- quisimos poner nuestro pequeño granito de arena en esa jornada de la que tan orgullosos nos sentimos.
En nuestra charla, ambos hablamos -con toda libertad- de múltiples temas relacionados con el erotismo y su visión en la literatura. Fue una tertulia de casi dos horas en las que se leyeron pasajes de autores muy diferentes -Juan Ramón, Miller, E.M. Forster, Miguel Hernández, Duras, Nabokov, Sade, Paloma Pedrero, Eve Ensler, Mishima...- y si algo me admiró de esas dos horas fue la escucha activa -atenta y adulta- de todos los adolescentes que allí se habían reunido. Una escucha llena de tolerancia, de sentido del humor, de cercanía. Una escucha -y una mirada- que me demostró que la escuela pública -con la ayuda de las familias: sin ellas no es posible- puede formar alumnos como ellos. Libres, tolerantes, contemporáneos. Alumnos sin prejuicios y llenos de ganas de saber. Y de conocer. Un auténtico lujo que me da esperanzas en el futuro que haya de venir. En el futuro que otros quieren convertir -sin éxito: no lo permitiremos- en regresión y en pasado.
La segunda experiencia tuvo lugar ese mismo viernes pero, esta vez, por la tarde. En un arrebato de amor por el teatro -ese que me lleva a intentar contagiarlo a mis alumnos curso tras curso...- les propuse a mis grupos de 4ºESO y 2ºBachillerato que se vinieran conmigo por la tarde a ver el último estreno de la sala Guindalera: Faith healer (El curandero), un texto de Brian Friel dirigido por Juan Pastor y en el que, a través de tres monólogos (y de tres puntos de vista diferentes), se nos cuenta una misma historia, en la que se reflexiona sobre temas como la memoria, la mentira o el poder mágico del arte... La obra, magníficamente interpretada (y en la que, además, uno de sus actores -Felipe Andrés- es, también, protagonista de mi último estreno, Cuando fuimos dos) me pareció que era una gran ocasión para mostrarles a los chicos otro tipo de teatro y, sobre todo, para que luego -contando con la amabilidad y la complicidad del equipo de la función- pudieran conversar y dialogar con ellos en la misma sala.
En esas dos horas de función, y mientras a mi espalda no dejaba de oír el ruido -maleducado y grotesco- de dos treinteañeras empeñadas en abrir bolsos, sacar caramelos, toser y hasta bostezar en estéreo -eso de escuchar hablar a alguien que no fueran sus móviles o su whatsapp debió de parecerles espantoso-, mis chicos de la ESO y de Bachillerato -sin embargo- se metieron de lleno en la función, contagiando a los actores de una energía tan positiva que, según luego me confesaba Bruno Lastra -el actor que representa al curandero-, habían tenido una de las mejores funciones de la temporada debido a ese enorme y sincero feed-back.
Me sentí orgulloso de esos cincuenta adolescentes -de edad, formación e intereses más que heterogéneos- que, cuando acabó la función, todos ellos departieron durante un buen rato con los actores, comentando la obra, transmitiéndoles su entusiasmo e incluso, algunos de ellos, dejando constancia de esa experiencia en sus muros de Facebook o en sus cuentas de Twitter.
En mi caso, lo admito, fue un viernes agotador -el jueves estuve trabajando hasta cerca de las cuatro de la mañana en la charla sobre el erotismo... y mi tarde-noche sabía que la pasaría ejerciendo de profe, aunque fuera en otro entorno diferente al aula-, pero también muy gratificante. Y hoy, cuando pienso en ambos momentos, tengo claro que si la fuerza del ataque que estamos sufriendo en la escuela pública es tan inmenso es porque saben que tienen tres enemigos tan poderosos como su odio: la energía y el entusiasmo de los alumnos, la solidaridad y la fuerza de sus familias y, en tercer aunque no último lugar, la fe y la pasión por este trabajo de quienes creemos firmemente en él. Quienes creemos -y vivimos- la escuela pública. Quienes, cada vez que acaba un día de clase -día que a menudo engloba muchas más horas de las oficiales: no remuneradas y jamás reconocidas-, salimos del aula con una misma y reiterada idea: lo mejor de la mañana fueron, hoy también, nuestros alumnos.
Sencillamente, emocionante.
ResponderEliminaryo también pienso que lo mejor son los chavales y el día que no sea así... no quiero ni imaginar cómo podría ser mi vida en ese horrible mundo alternativo.
ResponderEliminarbesotes!!!
Magnífico comentario. Comparto absolutamente tu punto de vista sobre los chavales. Ojalá con comentarios como este pudiésemos desmontar tanta opinión catastrofista. Creo que fue Carlos Lerena quien llamó a este tipo de creencia popular "viejas cosas de viejos", aunque no es preciso ser un anciano para sumarse a ellas. Hace un par de semanas me dijo una alumna de mi clase de 1º de Magisterio que los adolescentes de hoy en día son unos maleducados, unos irresponsables... en fin, todos los tópicos. ¿Te imaginas? ¡Ella tiene 20 años!
ResponderEliminarEn fin, enhorabuena por la iniciativa de comunicar los buenos momentos.
Enhorabuena por esa labor tan importante y enriquecedora para alumnos y alumnas. Hay muchos profesores en toda España que hacen cosas parecidas, fuera de sus horarios obligatorios. Estoy contigo en tu apreciación de que es fundamental hablar de esas cosas positivas. Gracias
ResponderEliminarcomo te entiendo. Este fin de semana mis alumnos me han mandado sus fragmentos preferidos de libros para decorar el centro en el día del libro. Estaba temerosa de que fueran pocos, pero como siempre me han sorprendido y no ha habido ni un curso que se haya quedado sin representación. Es duro luchar contra esas barreras que quieren ponernos (en mi caso, más cercanas de lo que me gustaría) pero ellos siempre están ahí, y por muchos de ellos merece la pena TODO.
ResponderEliminarEl profesor debe hacer todo lo posible para que sus alumnos se superen en la vida y esta es una noble tarea que muchas veces viene pagada mal(me refiero a las criticas destructivas). Daniela
ResponderEliminarGracias Fernando por compartir lo hermoso. Yo en estos días oscuros, pienso mucho en que los educadores de todo tipo tenemos la gran suerte de que no podemos dejarnos arrastrar por tanta suciedad, tristeza y desesperación, porque aquellos para los que y con quienes trabajamos nos lo impiden. Es ante ellos y ellas ante quienes seguimos siendo nsotros mismos. Y son ellos y ellas quienes nos salvan. Un enorme abrazo.
ResponderEliminar¡Gracias querido Fernando por ser como eres! ¡Qué maravilloso ejemplo del sentido que tiene nuestra enseñanza pública!
ResponderEliminar¡Te agradezco la fantástica función que nos regalasteis el pasado viernes tú y tus alumnos! Te aseguro que fue la mejor representación que hemos tenido desde el estreno.
Sus silencios, sus risas, sus comentarios... dan auténtico sentido a nuestro trabajo.
Como actor y amigo sólo puedo decir GRACIAS por tu labor.
Si el clásico dijo que "en los momentos difíciles procura mantener un ánimo sereno," claramente en estos tiempos de crisis y tribulaciones, mantener la antorcha del entusiasmo y la fuerza de la emoción cada día resulta una cura frente a tanta desazón. Ánimo y fuerza para seguir luchando porque las nuevas generaciones merecen de nosotros lo mejor.
ResponderEliminarMil Gracias Fernando por tus escritos y experiencias tan maravillosas que nos relatas sobre nuestros queridos y estupendos chavales de la Escuela Pública. Comparto contigo todos tus comentarios, y sí que las autoridades deben de temer que se expanda el pensamiento crítico, el entusiasmo, la tolerancia y la energía de los jóvenes para construir un mundo mejor, más solidario, más humano.Nos queda mucho por hacer y no, no les vamos a dejar que les contagiemos a los chavales el espíritu de lucha. No dejes de escribir nunca, Te expresas que da gusto leerte. Por cierto me ha encantado tu libro "la edad de la ira". Mil gracias y muchos ánimos.
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