domingo, 20 de noviembre de 2011

Represaliada por ir de verde

Este es el relato, en primera persona, de una de las personas que se han visto coaccionadas y represaliadas hoy, 20 de noviembre, por ejercer su derecho al voto con su camiseta verde. Una profesora, C. D., que es -además de una excelente profesional- una de mis mejores amigas, alguien de quien aprendo cada día y cuyo compromiso es responsable, en gran parte, de mi pasión por la enseñanza. Para ella, hoy más que nunca, todo mi cariño y mi admiración. Así resumía, hace unos minutos, su experiencia, un sucesos INADMISIBLE en un país supuestamente democrático:


Recién llegada de votar en el C.P. Pedro Duque. Sí, acudí con mi camiseta verde. Esperando a votar en el salón principal (había cola) fui abordada y rodeada por dos policías nacionales y tres municipales pidiéndome la documentación por entrar con esa camiseta. Tratada como una delincuente, con las miradas del resto de ciudadanos (el colegio estaba a tope) me obligaron a quitarme la camiseta y me tomaron los datos. Yo exigí que me enseñaran la Instrucción donde aparece eso (me consta que es así para los que están en las mesas pero no para los votantes) y ellos no la tienen. Claro que no, fueron dos personas JÓVENES apoderados del PP los que me miraron de arriba a abajo y acto seguido fueron corriendo a buscar a la policía para que actuaran (tengo testigos de esto). Antes me habían visto los policías al entrar y no hicieron nada, que es lo normal. Me voy de allí con mi hermana (qué haría sin ella) con unos sentimientos de abuso de poder y de manipulación política tal que me entristecen y solo me conducen a pensar en lo que nos espera después de hoy... Seguiré luchando y denunciaré estos hechos. No nos van a parar.

C. D.

Veto al verde

Un país donde se veta y criminaliza la defensa de la escuela pública es, sin duda, un país condenado a la oscuridad, la ignorancia y la regresión. Por eso, cuando nos bombardean con noticias sobre el mito educativo finlandés, no puedo reprimir una mueca de disgusto, ya que ese bombardeo casi siempre obvia un (minúsculo) dato esencial: el modelo finlandés se basa, en su inmensa mayoría, en la escuela pública.

Hoy, para dejar claro que vivimos en una sociedad donde la lucha por la educación se ve con malos ojos (faltaría más: incitar a pensar es toda una agresión contra el sistema), la Junta Electoral ha prohibido las camisetas verdes a los apoderados, interventores y miembros de las mesas electorales madrileñas (pueden leer la noticia completa aquí). No ha prohibido las sotanas, ni los hábitos de las monjas, por ejemplo, ni siquiera las expresiones de gozo y júbilo falangista que vivimos anoche -en plena jornada de reflexión-, pero supongo que da por hecho que los atuendos clericales no tienen matiz ni connotación ideológica alguna y son solo parte del sano folklore berlanguiano tan arraigado en nuestro país.

Sin embargo, a quienes hemos ido a votar con nuestra camiseta verde se nos ha mirado mal e incluso, en ciertos colegios -tal y como denunciaban hoy en Twitter algunos docentes y padres de alumnos- se ha intentando impedir que se ejerciese el derecho al voto por llevar un lema tan hostil y nocivo como "Escuela pública de tod@s para tod@s".

Explicar, a estas alturas, que no hay signo partidista alguno en esa camiseta es, lo sé, una pérdida de tiempo. Quien ha querido informarse de en qué consiste la marea verde, ya sabe -tiempo han tenido- que bajo esa camiseta hay gente de todas las ideologías y partidos, que en nuestros sobres de hoy van opciones muy diversas y que no estamos adscritos a ninguna sigla. En la marea verde -en nuestras movilizaciones- han estado todos los sindicatos -los más afines al gobierno de nuestra Comunidad, los más distantes al mismo- y en ellas hemos salido a la calle profesores, padres y alumnos de todo signo y condición. Una gran marea humana -y verde- de gente que, en su mayoría, no está adscrita a ningún partido ni grupo sindical, unida tan solo por una misma lucha: la defensa de la educación pública.

Hoy, en la gran fiesta de la democracia, se ve que - como en toda fiesta- había dress code, pero como en los sesudos suplementos de moda de los periódicos no lo advirtieron, ninguno lo sabíamos. Así pues, hoy sí se podía lucir una camiseta de un equipo de fútbol, o un polo con banderita de España, o una sudadera con la imagen del Che, pero no la camiseta verde. No sé si se habrán censurado también camisetas con la gastada broma de "Mis amigos han estado en Mallorca y esto es todo lo que me han traído" o si habrán puesto pegas a quienes luzcan palestinos, o polos "del caballito" y collares de perlas.

Para evitar futuras controversias, me limitaré a proponer que, en las siguientes elecciones, uniformen el atuendo -total, acabaremos votando en colegios concertados- y eviten así semejantes actos de democracia y singularidad, tan perjudiciales para el bien (sumiso) común.

En cuanto al uniforme para el voto, me inclino por la sotana, que es cómoda, adaptable y, sobre todo, está muy bien vista tanto en las mesas electorales como en el ámbito educativo. El negro, además, nos recuerda sutilmente la oscuridad del tabú que con tanto ahínco fomenta la iglesia desde sus posiciones antediluvianas. El verde, sin embargo, me temo que combina mejor con otro tipo de fe mucho más laica: la fe en la educación, en la docencia, en la colaboración de toda la sociedad para salvar un sistema educativo en profunda crisis, y desentona en exceso con el medievalismo de los nuevos-viejos tiempos en que vivimos.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Instruir vs. Educar

Todo encaja. No era difícil darse cuenta, pero con la capacidad del PP madrileño para manejar ciertos medios de comunicación afines, parecía que iban a poder emplear la crisis como excusa para su ceremonia de desmantelamiento -descuartizamiento, en realidad- de la escuela pública.

Cuando, allá por julio, anunciaron que suprimirían las tutorías, hubo quien creyó que se trataba de un acto de pura y dura ignorancia de la realidad de las aulas. Es habitual que se den ese tipo de situaciones en nuestros sistema educativo, donde las decisiones se toman desde despachos donde apenas se tiene un vago recuerdo de lo que pasa realmente en los centros escolares, sin consultar jamás a quienes -profesores, padres y alumnos- sí tenemos una -digamos, ligera- noción de lo que pasa en ellos.

Pero, tras escuchar ayer a Esperanza Aguirre, ya no me queda ninguna duda -en el fondo, siempre lo supimos- de que esa supresión de las tutorías no solo no era un ejemplo de incompetencia, sino una estudiadísima maniobra para conseguir que la escuela pública naufrague, de una vez por todas, en un mar de fracaso ya no solo académico sino, por encima de todo, social.

Y es que, según Aguirre, el Estado "solo debe instruir y no educar", pues esto último, "ya lo hace la familia" (habría que explicarle a Aguirre que los modelos de familia -y las situaciones socioeconómicas de las mismas- son más que heterogéneos -y a veces, profundamente conflictivos- en los alumnos de la pública). Es muy divertido que la misma persona que apoya -y financia con ahínco- la educación concertada -donde se educa y se adoctrina a los alumnos desde los presupuestos de la Iglesia, siempre tan a la última en avances sociales- considere que es negativo que el Estado se ejerza en educador de nadie a través de los profesores de la escuela pública.

Y, la verdad, está claro que nuestra Presidenta tiene razón. Porque, en el fondo, yo de lo que sé es de Literatura. Y de Lingüística. Y de alemán, que son las materias que imparto. Así que no sé por qué me reúno -fuera de mi horario, porque el tiempo no me da para más- con los padres ni con las madres de mis alumnos para que me expresen sus inquietudes sobre sus hijos con el objetivo de aunar fuerzas y conseguir que saquen bien el curso. O por qué les doy mi e-mail personal para hacer un seguimiento constante de sus problemas y de sus mejoras, como si me tuviese que preocupar de algo que no fueran las obras de Galdós o el núcleo del sintagma verbal.

Ni sé por qué me involucro si un alumno o alumna sufren una agresión del tipo que sea: sexista, homófoba, racista... O si, como a más de un compañero nos ha pasado, un estudiante busca nuestra ayuda para denunciar problemas graves en su núcleo familiar. O si sufre algún tipo de acoso o ciberacoso -bullying- por parte de alguno de sus compañeros. O si hay problemas de drogas en el centro. O de bandas y de violencia juvenil...

La culpa es mía, claro, por implicarme. Mía y de todos los que nos hemos creído que a los niños y a los adolescentes hay que educarles y aprovechar las horas que pasan en el centro escolar -que, craso error, son tantas o más como las que pasan en sus casas- para educarles en el respeto, en la convivencia y en la tolerancia. Parece mentira que los profesores de la pública -que, por cierto, no hemos sido elegido a dedo por ninguna sotana, sino por un proceso de oposiciones que asegura nuestros conocimientos pero no nuestra ideología- queramos transmitir a los alumnos valores tan extremistas -estalinistas, decía un sabio contertulio de los medios PP-afines- como la tolerancia o el respeto a otras culturas, razas y orientaciones sexuales.

No, lo que yo tengo que hacer -según dijo ayer Aguirre- es dedicarme a analizar sintagmas y a hacer comentarios de texto como si de una cadena de montaje intelectual se tratase, sin preocuparme de la realidad social ni familiar de mis alumnos, sin hacer caso alguno al complicadísimo mosaico de situaciones que se aglutinan en las aulas de la pública y, por supuesto, sin inculcar ni un solo valor positivo en todos ellos. Así pues, cuando encuentre -como ocurre a menudo- una puta o un maricón o un gitano de mierda escrito en la pizarra, tengo que fingir no haberlo visto, borrarlo de un plumazo y empezar a analizar palabras como si me fuera la vida en ello, porque es mucho más importante que mis alumnos entiendan el mecanismo de la parasíntesis a que aprendan a convivir y a respetarse.

No tenemos que trabajar su autoestima, ni su parte afectiva, ni ayudarles -mediante el plan tutorial- en temas tan serios como las drogas, la violencia de género o la seguridad en internet. Para eso, cómo no, ya están sus familias que, además, tienen tiempo de sobra para hablar y dialogar con sus hijos todos los días de la semana, pues -como bien sabemos- vivimos en una sociedad donde la conciliación familiar y laboral es una prioridad absoluta -y muy conseguida- de nuestros gobernantes.

Así que, cuando un alumno de mi centro sea agredido por otro a causa de su raza, o de su orientación sexual, o por el simple hecho de haber tenido la mala suerte de ser el gordito o el diferente de su clase, tengo que cruzarme de brazos, poner un parte y expulsar un par de días al agresor para que lo eduquen en su casa. Nada más. No tengo ni que implicarme, ni que poner en marcha planes para mejorar la convivencia en el centro, ni que colaborar con el claustro y con las familias para frenar el preocupante ascenso de la violencia juvenil que, nos guste o no, no es más que el reflejo del aumento de la violencia en la sociedad supuestamente adulta.

Es estupendo ver que Esperanza Aguirre defiende con sus declaraciones el modelo de profesor apático, desidioso y no implicado que todos hemos sufrido alguna vez y que es la mejor de las garantías para el fracaso -masivo- de sus alumnos, especialmente en un sistema como el actual, donde -a menudo- nuestra asignatura es el último punto al que debemos atender, en unas aulas que demandan de nosotros una labor de entrega que nuestra señora presidenta es incapaz de imaginar.

O quizá sí, quizá sí imagina qué trabajo hacemos y, por eso mismo, nos ataca. Porque es preocupante que desde la pública nos esforcemos por educar y dar oportunidades a quienes no son de su cuerda concertada o a quienes no pertenecen ya a las elites privadas que hay que favorecer y mantener. Es preocupante que el resto de la población pueda acceder a una educación de calidad, digna, que fomente un concepto tan peligroso como el de la igualdad de opciones. Así que, si nos limitamos a instruir -es decir, a vomitar conceptos- estaremos más cerca de olvidar el verdadero sentido de la educación y, por tanto, más próximo del fracaso y del abismo y la fractura social subsiguientes.

Hace ya algunas semanas, en la mesa redonda sobre violencia juvenil que tuve la suerte de compartir con José Antonio Marina, tanto él como yo insistimos en que era posible frenar esa violencia desde las aulas, pero que para ello era necesario que todos los profesionales de la enseñanza nos concienciásemos de que somos educadores, no simples profesores. Ahora, los docentes que llevan años defendiendo esto último ya pueden respirar tranquilos y limitarse a leer sus apuntes rancios y las páginas de sus queridos libros de texto. Eso es todo lo que se pide de nosotros. Y es que, visto lo visto, la implicación no solo corre el riesgo de dejar de ser valorada, sino que -siguiendo las tácticas macarras de nuestra Consejería- puede que, en breve, empiece a ser objeto y motivo de duras represalias. Siempre muy instructivas, por supuesto.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Cómo acabar con la escuela pública

Si algo no le podemos reprochar a la Consejería es, ante todo, su claridad. Claridad a la hora de plantear el objetivo de sus recortes que, por supuesto, no es el ahorro (¿de veras se puede ahorrar asfixiando la escuela pública y acabando con las perspectivas de futuro de nuestros alumnos?), sino favorecer la iniciativa privada (de ahí que se haga un regalo fiscal de 90 millones de euros a las familias que llevan a sus hijos a esos centros) y, cómo no, volver a dejar la educación en manos de la Iglesia, potenciando la escuela concertada y haciendo que la formación de nuestros alumnos se haga, según criterio de la Consejería, "como Dios manda".

Esa claridad es la misma que han demostrado en las represalias que han sufrido algunos de los compañeros que han dado la cara -trasladados por denunciar situaciones imposibles y, a menudo, kafkianas- o de los directores que, como Javier -el director del IES Matías Bravo de Valdemoro- han sido expedientados por osarse a defender la escuela pública en los muros de una de esas escuelas públicas. Lo que debería haber hecho, supongo, es criticar, denostar y atacar la escuela pública desde los muros de esa escuela pública. Mucho más coherente, sin duda.

Es, también, la misma claridad que han demostrado en sus formas ruines y nada ejemplares, descontando los días de huelga a toda prisa mientras "se olvidaban" -qué caprichosa es la memoria- de los complementos -por bilingüismo, por tutoría, etc.- que nos debían. Un "olvido" con el que se perseguía asfixiar, indirecta o directamente, la voluntad de huelga.

Pero, por si a alguien le quedaban dudas de que su objetivo no es, ni mucho menos, el supuesto ahorro, también atacaron las tutorías -¿cómo se ahorra con ello? ¿alguien puede explicármelo?- y amenazaron con su supresión, atrocidad que solo se puede plantear desde una ignorancia absoluta de la realidad de las aulas -que empiezo a creer que también padecen...- o desde la mayor de las insidias contra la escuela pública. Finalmente, esa medida -contra la que ya escribí en este artículo de El País- se convirtió en un peligrosísimo "hagan lo que les plazca" que deja en manos de cada centro la opción de hacer o no hacer tutorías. Así pues, gracias al "ahorro" de nuestra Consejería, las familias se encuentran desprotegidas y a merced del IES donde estudien sus hijos, que podrán tener -o no- hora de tutoría según lo haya convenido el claustro.

Lógicamente, en este ataque contra una educación que fomente la igualdad de oportunidades y que, además, apueste por un modelo social inclusivo en el que se trabajen todas las diferencias que encontramos en las aulas -de sexo, de raza, de creencias, de orientación sexual, de nivel académico...-, se amenaza también desde el PP con suprimir tras el 20N la asignatura de Educación para la Ciudadanía que, sin duda, tampoco debe de gustar a nuestra Consejería. Natural, si tenemos en cuenta que en su programa se abordan temas tan peligrosos e indecentes como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la familia en el marco de la Constitución Española o el funcionamiento del Estado de Derecho. Es evidente que formar a los alumnos en cuestiones democráticas y trabajar, de paso, conflictos tan graves como la xenofobia, la misoginia, la violencia de género o la homofobia e intentar, mediante la reflexión y el análisis, avanzar socialmente es, cuando menos, un ataque contra los pilares de exclusión, marginalidad y segregación sobre los que debe asentarse toda sociedad avanzada que se precie. Faltaría más.

Y, en esta misma línea de claridad meridiana sobre sus fines devastadores, se nos han presentado ya las bases del nuevo Certamen de Teatro Escolar de la Comunidad de Madrid. El otro día, tras conocer su contenido, expresé vía Twitter mi indignación y, cómo no, unos cuantos trolls de esos que se dedican a increpar sin informarse, usaron ipso facto su (limitado) sarcasmo para burlarse de lo que para ellos no es más que una anécdota. Claro, porque el teatro escolar es una de esas cuestiones -como el deporte escolar- en las que nadie piensa pero que, sin embargo, son fundamentales en la vida -no solo académica, sino más aún en la dimensión humana- de los centros.

Hasta la fecha, ese certamen -cuya organización no era, digamos, especialmente brillante...- permitía que los grupos escolares representáramos cualquier montaje de nuestra elección. Desde este año, sin embargo, han tenido una idea brillante que, sin duda, permitirá que este certamen muera -por ausencia de interés- en un plazo más que razonable (¡ahorro!, deben gritar desde la Consejería). Y es que, este año, los grupos que se presenten con una obra en español podrán estar constituidos por un mínimo de 2 actores (lo que es ya, en sí mismo, un despropósito: el teatro ha de favorece la integración y el trabajo en equipo, no el protagonismo de unos pocos..., en fin, volvemos a la excelencia según el PP, siempre tan dispuesto a segregar) y su representación consistirá -exclusivamente- en una locución dramatizada de un texto del Siglo de Oro.

Como responsable -voluntario y por propia iniciativa- del teatro escolar de mi centro, quiero agradecer a la Consejería que haya acabado, de un plumazo, con el sentido del teatro escolar y, sobre todo, que colabore con tanto ahínco a la desmotivación y a la falta de educación teatral -y de pasión por este arte- de nuestro alumnado. También quiero agradecerle su profundo desconocimiento de la realidad de los chicos y chicas que están en nuestras aulas, de modo que con sus bases -que limitan el certamen a la declamación de textos poéticos del siglo XVII- hayan obviado a todos aquellos alumnos que no dominan bien nuestro idioma porque acaban de llegar a España y necesitan aulas de enlace y refuerzos (que, por cierto, gracias a los recortes ya no tienen), a aquellos que presentan dificultades de aprendizaje y que tampoco están siendo atendidos en esos desdobles que, recortes mediante, ya no existen..., y -sobre todo- que, además de ignorar que el teatro era una gran vía de integración para los alumnos antes mencionados (para los que la "locución dramatizada de un texto del Siglo de Oro" es un objetivo árido e imposible), hayan olvidado también que el teatro escolar es una actividad que profesores y alumnos hacemos voluntariamente fuera de nuestro horario, así que ha de ser una actividad tan formativa como lúdica si queremos que los estudiantes se enganchen y tomen parte en ella.

Personalmente, seguiré adelante con el grupo de teatro que formamos en mi IES el año pasado, aunque siga siendo una tarea que no se remunera, que no se reconoce y que no se gratifica en modo alguno (pues si se quiere obtener 1 o 2 tristes créditos de formación se ha de participar en este casposo certamen que nos plantean). Lo mantendré -aunque gracias a los recortes no sepa de dónde sacar las horas...- porque creo que el teatro tiene un valor educativo -más allá de despertar la pasión por su propia dimensión artística y literaria- que no podemos dejar que se aniquile desde el desprecio a nuestro trabajo. Lo haré porque creo que los treinta y tantos alumnos que se han apuntado este año se merecen esa opción y lo haré porque me parece una aberración convertir el teatro escolar en una actividad exclusivista y destinada solo a esos dos alumnos o alumnas que sean los mejores recitando textos en verso del Siglo de Oro.

Caer en ese modelo de excelencia -qué lejos está la excelencia de nuestra Consejería de la excelencia real que se halla en nuestras aulas y ellos se están empeñando en sepultar- es atacar la esencia del modelo educativo en el que creo. Del modelo de teatro en el que creo. Del modelo de vida en el que creo. Y, además, no me cabe duda de que si nuestro Lope de Vega levantara la cabeza -él, que reinventó el teatro para convertirlo en el espectáculo de masas de su tiempo- no daría crédito al comprobar cómo ahora se intentan emplear algunos de sus magníficos textos para conseguir todo lo contrario: distancia, obstáculo, virtuosismo vacuo que nada tiene que ver con todo lo que puede vivir -y convivir- en un escenario. Déjennos que, con el tiempo y el esfuerzo, podamos llegar con nuestros alumnos de teatro a Lope, o a Calderón, o a Tirso, sí, pero libremente, en equipo y, sobre todo, desde la creatividad y el trabajo conjunto, no desde la competición academicista que, de puro rancio, parece sacada de alguno de los capítulos de El florido pensil.

Supongo, eso sí, que las nuevas bases habrán sido muy del gusto de la Iglesia, que ahora podrá trabajar sin miedo el teatro (tan lleno de autores ideológicamente perversos...) en sus centros concertados, seguros que ningún profesor temerario -tengo buenos amigos trabajando, cual caballo de Troya, en muchos de esos dogmáticos centros- podrá plantear a sus alumnos textos de Beckett, o de Mayorga, o de Brecht, o de cualquiera de esos autores que no quedan nada lucidos en un escenario -porque invitan demasiado al pensamiento crítico de nuestros alumnos- y que, para colmo, desmerecen al lado de unos buenos versos de Calderón o de Tirso. Porque eso sí es teatro. Eso es teatro del bueno y no tanto rojerío, tanto titiritero, ni tanta monserga... Como Dios manda.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El cinismo de la Consejería

Hace unas semanas, una madre nuestro centro presentó una reclamación ante la Comunidad de Madrid denunciando las consecuencias de los graves recortes sufridos en la educación pública madrileña. A continuación, reproduzco la respuesta que -llena de cinismo- le ha sido enviada desde la Consejería de Educación y Empleo. En ella -y aunque les dejo aquí el documento completo para que disfruten de su (interesada) ignorancia de la realidad en nuestras aulas- se pueden estas dos grandes "perlas":

PERLA 1:
"La Presidenta de la Comunidad de Madrid ha manifestdo que las medidas que se han adoptado no suponen recortes en la educación pública".

Así pues, los 8 profesores menos en mi centro no son un recorte.
La imposibilidad de tener abierta la biblioteca para atender el préstamo a los alumnos no es un recorte.
La supresión de desdobles, refuerzos y laboratorios no es un recorte.
El aumento de la ratio en las aulas (hasta 38 en Bachillerato) no es un recorte.
La reducción del número de orientadores por centro no es un recorte.
La supresión de las aulas de enlace no es un recorte.
La no contratación de miles de interinos no es un recorte.
La atribución de afines imposibles a algunos docentes no es un recorte.
La falta de huecos en mi horario para atender a los padres y alumnos de mi tutoría no es un recorte.
El intento de suprimir las tutorías y la decisión de dejarlas al libre albedrío de los centros no es un recorte.

Gracias por informarnos de todo esto: me tranquiliza muchísimo saber que el problema lo tengo yo, que vivo en una dimensión paralela cual personaje de Matrix.

PERLA 2:
"La nueva distribución del horario de los profesores implica una mayor dedicación a la atención directa de los alumnos, lo que permitirá que se sigan atendiendo este curso escolar tanto las necesidades de los alumnos como de los centros"

Así pues, al dedicar más horas a dar clase damos más "atención directa" a los alumnos. Este dato demuestra un desconocimiento profundo y preocupante de la realidad educativa, pues en mi caso, por ejemplo, que doy 21 horas lectivas, el sumar horas de "clase directa" me impiden otras formas de "atención directa" e "indirecta" como:

- atender a los padres de mi tutoría: solo se me conceden 50 minutos semanales, de modo que necesito 30 semanas para escucharles, como mucho, 40 minutos a todos,
- atender a los alumnos de forma individualizada: no hay un solo hueco en mi horario para ello,
- controlar la asistencia y los partes de disciplina de mi tutoría,
- reunirme con alumnos que no sean de mi tutoría y que tengan problemas con mi materia: tampoco hay hora alguna para ello (sobre todo porque al sumar horas de clase sumamos grupos de alumnos, de modo que cada vez podemos personalizarles menos),
- coordinar la revista escolar: tengo que hacerlo en los recreos y resulta del todo insuficiente, así que acabo haciéndolo los domingos desde casa,
- coordinar y dirigir el grupo de teatro escolar: tarea que hago fuera de mi horario -de modo no remunerado- y que este año se complica porque necesito esas horas para preparar clases y corregir exámenes y actividades, ya que mi horario no contempla tampoco tiempo para eso.

En definitiva, dar más horas de clase solo supone que se aumentan... las horas de clase. Y los grupos de alumnos por profesor. Y los alumnos por grupo gracias al recorte de docentes. Pero, además de este evidente deterioro cuantitativo y cualitativo que se deduce del círculo vicioso anterior, no aumenta, en modo alguno, la "atención directa a los alumnos y al centro", al revés, la dificulta, la perjudica, dejándolo todo en manos de un voluntarismo que, sinceramente, este curso empieza a ser casi masoquista.

Gracias a la Consejería madrileña por conseguir que con medidas y cartas así, quienes trabajamos muchas horas de más en la enseñanza -y somos muchos los que pertenecemos a este grupo de "pánfilos"- nos sintamos cada vez menos motivados a hacerlo. Por fortuna, ellos no cuentan con que no somos tan mezquinos como quienes toman estas decisiones y a nosotros SÍ que nos importan los alumnos. Así que, ni siquiera este curso, conseguirán que nos rindamos. Seguiremos luchando contra sus medidas. Contra su destrozo de toda educación que no sea privada o concertada. Y a favor, siempre, de la escuela pública. Y, sobre todo, de nuestros alumnos, para darles la "atención directa" que realmente merecen y de la que nuestra Comunidad les priva.