Empecé a escribir porque una maestra -de la escuela pública, por supuesto- me regaló un cuaderno -pequeño, de cuadrícula y con tapas amarillas- para que lo llenara con los versos que anotaba en los márgenes de mis libros cuando me aburría en clase y en los que solo ella -con esa mirada atenta de los profesores de verdad- había reparado.
Seguí escribiendo, un poco más tarde, porque en mi instituto -público, claro- otra profesora me dijo que cierto relato que había terminado sin demasiada fe en mí mismo (Treinta y cuatro, se llamaba) merecía la pena y debía presentarlo a algún certamen. Seguí su consejo y, con el mismo cuento, gané dos concursos un mismo 23 de abril. No recuerdo ni siquiera en qué consistía el premio, pero sí la felicidad que sentí al firmar cada una de las fotocopias de ese relato que me pidieron mis compañeros de clase de aquel entonces. Ni en la Feria del Libro de este año, a la que acudí con La edad de la ira, sentí tanta emoción.
Después, empecé a hacer teatro porque esa misma profesora -siempre en la pública- empezó a llevarnos a sus chicos de 2º BUP (algo así como el actual 4º ESO) a salas alternativas madrileñas. Y así, de repente, conocí Triángulo y la Cuarta Pared, así como los textos de Ernesto Caballero o de Juan Mayorga. Supongo que por eso formamos un grupo de teatro escolar. Un grupo que siguió evolucionando y se mantuvo en los años de universidad. Un grupo para el que yo empecé a escribir nuestros propios textos y que, años más tarde, sería mi propia compañía. Un grupo al que llamamos Armando no me llama y que, por aquel entonces, no tenía ni idea de cuántos estrenos y cuántas salas estaban por venir. De todos los que nos quedan todavía...
Recuerdo perfectamente los años de instituto. Un centro de nueva creación donde, durante el primer trimestre del primer año, ni siquiera teníamos un espacio físico real. El VIII, lo llamaban, y nos daban clase en un centro "prestado" al que acudíamos por las tardes. Todo un trimestre saliendo a las nueve y a las diez de la noche de allí hasta que inauguraron -al fin- el centro real, un instituto que -en claro homenaje a Homero y a Kavafis- pasó a llamarse Ítaca.
Como es obvio -yo mismo lo escribí en El sexo que sucede, una de las obras que más veces he representado con mi grupo...- "los nombres sí que importan". Por eso, tan a menudo, vuelvo mi mente allí, porque en esa Ítaca -en ese grupo de profesores entregados y llenos de ganas de aportarnos cosas a sus alumnos- se encuentra gran parte -seguramente, lo mejor- de lo que hoy soy.
Ahora, cada vez que voy a una presentación de un nuevo libro, o a una entrevista, o a cualquier evento similar, me siento de nuevo un quinceañero, porque noto junto a mí la fe de quienes entonces me alentaron a escribir, a crear, a pelear por dar a conocer una voz que nunca estuve seguro de que nadie quisiera realmente escuchar. Y, por supuesto, cuando siento miedo ante un nuevo estreno, o cuando me impone respeto (¡mucho!) el público que espera a que les presente el último texto publicado, pienso -con un segundo me basta- en las cubiertas amarillas de aquel cuaderno que llené de poesías con infames rimas consonantes y siento que estoy a salvo, refugiado por el cariño y los ánimos de quienes vieron mi verdadero yo antes de que yo mismo supiera que existía.
Por eso, supongo, no concibo la educación si no es personalizada, atenta, individualizada. Por eso ayer salí triste al comprobar que doy clase de Literatura a dos bachilleratos de 34 alumnos cada uno. Porque quiero oírles, leerles, conocerles. Porque no soporto ver cómo colocan -haciendo slalom- la última fila de mesas de maneras inverosímiles para poder ver la pizarra. Porque me pregunto cómo voy a poder aplicar con ellos mi método de trabajo -basado en el debate, en las exposiciones orales, en la presentación de ensayos y trabajos de creación personales...-, porque creo que ellos también se merecen que les conozca, que les anime, que sepa si necesitan algún cuaderno (del color que sea) con el que sentirse más seguros para afrontar la nueva etapa que se les avecina.
Y no son las horas de más -en mi caso, este año doy 21 horas lectivas y no recuerdo haberme quejado por eso-, sino la ausencia de los compañeros -interinos en la calle, funcionarios que este año aún siguen en sus casas- que harían posible que esos dos bachilleratos no tuvieran 34, sino 20. Compañeros que permitirían que existiera la excelencia de la que hablan no en un solo instituto -qué despilfarro, cuánta segregación inútil- sino en todos. Porque yo tengo 68 alumnos excelentes -me han bastado un par de sesiones para adivinarlo- hacinados en aulas donde apenas caben físicamente y en las que resulta poco menos que imposible hacerles ver -y sentir- esa excelencia.
Así que, en mi caso, he tomado ya tres decisiones. La primera es que, por supuesto, iré a la huelga de la semana que viene. Porque no podemos permitir que este deterioro educativo siga su curso. Porque nuestros alumnos merecen condiciones dignas. Porque no podemos admitir la involución (lo siento, pero el argumento de que en otros tiempos éramos 40 en clase es tan aberrante como exigir que cambiemos los ordenadores por los pizarrines). Porque amo mi trabajo y quiero desempeñarlo con autoexigencia, sí, pero también con dignidad.
La segunda es que, a pesar de la huelga, me esforzaré por conocer a esos 68 alumnos -sin contar a los que tengo en la ESO, con los que haré el mismo esfuerzo, por supuesto- y por transmitirles mi asignatura con toda la pasión que sea posible, por mucho que la Consejería de Educación intente impedirlo con sus salvajes recortes.
Y la tercera es que, para evitar que -como ayer- me inunde la tristeza o el desánimo, meteré desde hoy ese viejo cuaderno amarillo en mi mochila. Y así, cada vez que las fuerzas amenacen con fallarme, volveré la mirada hacia mi particular Ítaca, hacia los años en los que -en ese instituto de Alcorcón, que en breve celebrará sus primeros 25 años- empecé a ser quien hoy soy. Y pensaré que, como decía Kavafis, esa Ítaca no es una, sino un plural inmenso. Un plural de Ítacas en el que cabemos todos los que creemos en la pública. Todos los que defendemos la educación. Todos los que, en definitiva, solo queremos que nuestros alumnos tengan una isla propia a la que acudir.
Precioso texto, Fernando, con el que me identifico absolutamente. Yo también estudié en la pública, fueron profesores de la pública quienes me animaron a estudiar, quienes me ayudaron a observar la realidad de manera crítica. En mi caso, no hubiera podido acceder a otro tipo de enseñanza. Debemos defender con uñas y dientes un sistema que acoge a todos, aunque me pone los pelos de punta comprobar en determinados medios y personas el sesgo clasista y discriminatorio de determinadas declaraciones, así como todas esas prohibiciones y medidas desde las direcciones de área que solo se expresan oralmente pero que que van dirigidas a hacer invisible la protesta. Tremendo y perverso. Un abrazo.
ResponderEliminarUna vez más, otra entrada tuya que podría figurar como uno de esos textos imprescindibles en la hoja de ruta a la que nos han encaminado Esperanza Aguirre y sus secuaces.
ResponderEliminarTe diría que ya podría ella o sus asesores echar un vistazo a este rincón para saber qué reivindicamos, pero como decía Millás en su artículo del viernes, "Solo el ignorante contumaz se revuelca feliz en su pocilga".
Muchas gracias.
Xddd Nando!! Me has emocionado y no veas como no. Sabes tengo también una lista de profesores que me ayudaron a ser como soy, que me alentaron y contribuyeron con su granito de arena a formar mi persona y creo que esa "magia" educativa no debe perderse. Apoyo tus decisiones y sabes que aunque lejos estoy contigo en esta lucha. Por la educación pública de calidad!!
ResponderEliminarEstoy haciendo limpieza de papelotes de años pasados en ies pasados ... se salvan las fotos de todos los alumnos que he tenido a lo largo de estos años.
ResponderEliminar...Aunque este año me vuelva a tocar ese chaval que se dormía en clase y no aquel otro que corregía mis meteduras de pata cuando intentaba enseñarles a argumentar. Y esa chavala que te mira con la tranquilidad de conocerte y no estar en tierra de nadie. ¡Qué nervios el primer día!
¡Feliz curso a todos!
Ánimo Fernando!
ResponderEliminarEres fuerte y vas a poder con esto y con más. Lo que haces vale muchísimo la pena. Que nadie te haga pensar lo contrario.
Qué texto tan emocionante, Fernando. Ojalá lo leyera mucha gente para que se enteren de una vez por todas de qué va el tema. Sigue así!!
ResponderEliminar¡Ay, Fernando!
ResponderEliminarSe me han puesto los pelos de punta porque, desplazada tras 16 años del que hasta "ayer" fue mi centro, acabo de fondear en tu Ítaca y lo que comenzó como una travesía llena de incertidumbre y despedidas se ha convertido en una prometedora y dichosa navegación. Aún no llevo ni 15 días en tu instituto (lo es y lo será siempre)y me gustaría que este viaje fuera largo, que dure muchos años porque tengo la certeza de que va a estar lleno de peripecias y experiencias de todo tipo.
Decididamente, los nombres sí importan.
Gracias por tu blog.
Solo he estado unos días evaluando en el Ítaca y puedo decir que he encontrado un equipo de profesores funcionarios, interinos y personal laboral muy comprometido, profesional y culto. Podría decir lo mismo de casi todos los centros públicos donde he trabajado, pero el matiz es que el Ítaca me ha resultado un lugar especialmente acogedor.
ResponderEliminarHe agradecido mucho la ayuda y el trato a los compañeros, los padres y los alumnos que he tenido oportunidad de conocer, en unos días que en principio se antojaban difíciles. Espero seguir en contacto con algunos de ellos.
Y se te aprecia mucho allí, Fernando, puedo constatarlo
Puesto que nuestra administración educativa no nos ampara, busquemos amparo en la ley. Os dejo el enlace al Real decreto de 2010 donde se precisan los requisitos mínimos que han de cumplir los centros de infantil, primaria y secundaria: http://www.boe.es/boe/dias/2010/03/12/pdfs/BOE-A-2010-4132.pdf
ResponderEliminarAhí se recoge, entre otras cosas, que en secundaria las aulas deben tener unas dimensiones no inferiores a metro y medio cuadrado por puesto escolar. Midámoslas. Denunciemos lo que haya que denunciar. E impliquemos a nuestros alumnos en esta tarea. También en esto la ley nos asiste.
Os recuerdo por ejemplo a los colegas de lengua y literatura que el currículo de 4º de ESO -sí, el de la Comunidad de Madrid- precribe, entre sus contenidos, estos dos:
"Comprensión de textos propios de la vida cotidiana y de las relaciones sociales como disposiciones legales, contratos, folletos y correspondencia institucional y comercial."
"Composición de textos propios de la vida cotidiana y de las relaciones sociales como foros, solicitudes e instancias, reclamaciones, currículum vitae y folletos".
¿Qué mejores disposiciones legales para llevar a clase que las que afectan a la vida escolar de nuestras alumnas y alumnos, y que mejor intrumento que la reclamación para contribuir al desarrollo de la competencia social y ciudadana de nuestro alumnado, a lo que también estamos obligados por ley?
Aquí os dejo el enlace al currículo, para que nadie pueda acusarnos de trabajar al margen del mismo: http://www.madrid.org/dat_capital/loe/pdf/curriculo_secundaria_madrid.pdf
Ánimo y resistencia.
Y gracias, Fernando, por esta ventana al mundo.
GJ
Magnifico Fernando!! enserio me ha encantado :)
ResponderEliminarTextos como este hacen olvidar los sinsabores de 33 años de profesor. Desde el Ítaca, camino de Ítaca, gracias Fernando.
ResponderEliminarMe ha encantado, Fernando.
ResponderEliminarMe obligan a aplazar mi sueño entre 1 y 3 años (como mínimo). Triste, decepcionado, me cuelo de nuevo en tu blog sin tu permiso. Sí, ya sé que no hace falta. Esta entrada me llena los ojos de lágrimas. Profesionales como tú no se pagan con dinero, quiero creer que hay muchos y no nos podemos permitir el lujo de perderlos. En fin, eres un ejemplo en tantas cosas que sólo puedo esbozar un humilde gracias, quedándome el consuelo de que sabes muy bien que ese agradecimiento sale de muy, muy dentro. Un beso.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarA Lady Aguafiestington le ha encantado tu entrada sobre educación. ¡La pasión és la clave, que no nos la quiten!
Ella también me ha hablado de este tema recientemente, y creo que pueden interesarte sus palabras...
El link:
http://ladyaguafiestington.blogspot.com/
¡Ánimos en el nuevo curso!
Creo que yo misma puedo considerarme un ejemplo de lo buena que puede llegar a ser la enseñanza pública. Y con ello no me refiero a haber adquirido más conocimiento ni a haber sacado fantásticas notas. Me refiero a que gracias a grandes profesores- que, por supuesto, han impartido en una escuela pública- ahora mismo me siento motivada por haber elegido lo que en realidad deseo...yéndome a un país extranjero para estudiar Cine y Teatro. Ha sido gracias a profesores como tú- y con esto no pretendo hacer la pelota porque ya no puedes ponerme ninguna calificación- por los que mis años de instituto los he disfrutado tanto y he adquirido tanto conocimientos necesarios para hacer de diez mis exámenes y además conocimientos que no aparecen en los libros de texto. Así, he querido intentar convertirme en una persona valiente y apostar por lo que quiero hacer en la vida...los profesores han sido de las primeras personas que me han animado con ello....y no estaría donde estoy y no sería quien soy sin ellos.
ResponderEliminarPor ello, desde tierras inglesas, te digo Fernando que adoro tu texto y que me entristece demasiado que les haya tocado a las generaciones posteriores a la mía soportar las estupideces- podría decir peores palabras pero prefiero contenerme- de personas que, claramente, no tuvieron un profesor implicado y con ganas de enseñar- asignaturas y valores- a sus alumnos. Porque somos los alumnos los que luego nos convertiremos en los adultos que tendrán que preocuparse por la educación de sus hijos.
Muchas gracias Fernando por apoyarme y ayudarme a convertirme en la persona que estoy empezando a ser ahora mismo. Gracias por ayudarme a encontrar mi propia Ítaca.
Desde tierras inglesas, te mando un abrazo enorme.
María
p.d.: El 30 de noviembre en Inglaterra habrá una huelga masiva para solidarizarse con España.
Yo he estudiado en la enseñanza privada (lo que entonces se llamaba EGB) y en la pública, (lo que se llamaba Bachillerato y COU), en clase había una media de 40 alumnos por aula, y puedo decir que la dedicación y el esfuerzo de mis profesores y de mis profesoras me parecen dignos de elogio, tanto en la enseñanza privada como en la pública, y lo que ha fallado en mi opinión es la LOGSE con el todo gratis y la promoción automática. Los buenos profesores, al igual que las buenas profesoras,saben sacar lo mejor de su alumnado, pese a las dificultades, que por supuesto que las hay. Un cordial saludo y mucho ánimo.
ResponderEliminar