domingo, 24 de julio de 2011
Tizas vs. Balas
Esta mañana, como os pasará hoy a tantos de quienes leéis este blog, me cuesta pensar en algo que no sea la tragedia de Oslo. En las muertes causadas por un fanatismo exacerbado, por un renacimiento del extremismo al que, desde hace unos años, asistimos perplejos y aterrorizados. Un resurgir de la violencia, de la intolerancia, de la caza del diferente que es responsabilidad de todos frenar. Y debemos hacerlo con armas que no sean las suyas, armas que -como decía hoy el primer ministro noruego Jens Stoltenberg- han de ser más democracia, más apertura, más progreso. Beligerancia desde la creencia firme en unos principios que tenemos que defender y hacer aún más sólidos cuando la barbarie intenta hacerlos oscilar y quebrarse.
Las aulas son uno de los frentes desde los que se ha de librar esa batalla, uno de los lugares. Porque allí, entre esos niños y adolescentes a quienes damos clase, hemos de afrontar un aprendizaje tan difícil -y tan necesario- como el de la convivencia. Un aprendizaje que, en la escuela pública, huye del adoctrinamiento, porque en nuestros centros no hay una línea ideológica impuesta desde la dirección -como en los privados o concertados-, sino una mezcla de gentes que, tras aprobar unas oposiciones (con nuestros respectivos y heterogéneos, se lo aseguro, bagajes políticos y personales), ejercemos la docencia. Así que las aulas son un mosaico plural en el que, más allá de etiquetas o siglas, muchos de nosotros intentamos inculcar en los chicos valores como la tolerancia, como el respecto, como la aceptación de aquel que no piense ni sienta del mismo modo que ellos. Valores que hay quien quiere dar por asumidos y que, sin embargo, cada vez son de recordatorio más urgente y necesario.
Hace no mucho, el PP confundió ese mensaje de tolerancia con una forma de politización, así que se levantaron en armas contra la Educación para la Ciudadanía igual que ahora lo hacen contra la hora de Tutoría. A cambio, eso sí, se siguen respetando las horas de religión con la que se catequiza -con dinero público- a los alumnos que lo desean, mientras que el resto pierden de una a dos horas semanales en materias no evaluables que nada les reportan (valga como ejemplo la famosa y fallida MAE). Así pues, parece obvio que se puede transmitir un mensaje religioso en un aula (¿no deberían dejarse las creencias religiosas -sean cuales sean- al margen de la educación pública?), pero -curiosamente- no se pueden trabajar cuestiones como la xenofobia, la homofobia, la discriminación sexual, el funcionamiento del sistema democrático y otros tantos temas que forman parte de esa vilipendiada Ciudadanía (¿de veras andamos tan sobrados de civismo?) y que ya tampoco podrán abordarse en la extinta tutoría, aun cuando la realidad del aula -donde esos problemas se presentan con más frecuencia de la que puedan imaginar- nos exija hacerlo.
Sigo siendo un ingenuo, lo sé, porque sigo pensando que las aulas pueden mover el mundo. Sigo creyendo en la tiza como instrumento de cambio. Sigo -como muchos de mis compañeros- dejándome la piel en lo que hago porque me parece que sí conduce a algún lugar. Me bastaría, a veces, con que mi trabajo sirviera para que mis alumnos no dieran el bochornoso espectáculo que han dado desde ayer algunos de nuestros políticos y periodistas, manipulando a su conveniencia la tragedia noruega y llenándola de etiquetas o de acusaciones aberrantes ajenas al dolor de tanta gente. De tantas familias. Me conformaría, supongo, con ser capaz de formar ciudadanos que, el día de mañana, hagan declaraciones como las de ese primer ministro noruego que hoy proponía que el arma contra la masacre y la barbarie fuera más democracia.
Por eso, porque esta sociedad está cada vez más desquiciada, más airada, más violenta, no pienso quedarme cruzado de brazos esta vez. Porque puede que esta batalla -la de los #profesoresinEsperanza de la Comunidad de Madrid- sea pequeña, pero ha de ser representativa y ejemplar. Ha de ser el comienzo de una revolución que dignifique la educación, que devuelva su esencia a las aulas, que haga creer en ellas a nuestros alumnos, comprensiblemente escépticos ante cuanto ven. Si asistimos pasivos al desmantelamiento de la escuela pública, el único aprendizaje de nuestros chicos será que, en realidad, nada sirve de nada, que todo se queda en el discurso, que volvemos a ser solo palabras arrastradas por el viento por las redes sociales, qué más da.
Así que, para que esas palabras sigan siendo hechos, este martes 26 de julio habrá una reunión a las 18 h. en el IES San Isidro de Madrid (C/Toledo, 39). Podéis seguir la información al respecto bajo los tags de Twitter #profes26j y #profesinEsperanza. Allí nos vemos, ¿no?
P.S. La ilustración de hoy es cortesía de Manuel Cuenca. Gracias de nuevo por convertir en imágenes nuestra voz.
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