La honestidad de mis alumnos nunca deja de sorprenderme. Y es que, en cierto modo, no dejo de envidiar esa forma de ver de la vida tan alejada del cinismo que -parece- nos envuelve a todos con los años. Por eso, supongo, me hizo gracia el comentario de uno de mis alumnos de alemán de 1º de la ESO que, ante mi pregunta de "¿os parecen justas vuestras notas?" no dudó en levantar la mano para responder, con rotundidad, que "no". Imaginé que me esperaba una sucesión de pueriles reproches para exigirme una subida de la calificación, pero me encontré con todo lo contrario: "Merecía menos nota, profe. El examen lo hice fatal". Y así, de modo breve y demoledor, resumió lo que opinaba sobre su nota media.
Pero si, por un lado, me gustó ver ese espíritu autocrítico y honesto (es un chico estupendo, la verdad); por otro, me apenó comprobar que, curso tras curso, muchos profesores les convencen de que esa ecuación es real y justa: "nota del curso = examen final". Una fórmula cómoda -no exige demasiado (o ningún) seguimiento del alumno- en la que solo importa el resultado de una prueba (como mucho, de una prueba por evaluación y algún parcial en medio), más allá de que dicha prueba sea más o menos fácil, de que el alumno esté más o menos inspirado, de que le coincida con más o menos exámenes y de que el contenido de la prueba en cuestión demuestre con más o menos veracidad el dominio del alumno sobre esa materia.
Ahora, cuando más de un insensato aspira -literalmente- a convertir los centros de estudio en imitaciones de los centros de alto rendimiento deportivo (¿nos hemos vuelto locos?), imagino que esa ecuación se volverá aún más firme y general. Basta con echarle un vistazo a la importancia que se da a las notas de Selectividad o a las pruebas de diagnóstico en comunidades como la madrileña, donde un examen de contenido más que arbitrario (basado, eso sí, en esa Biblia académica llamada PISA, que nadie parece atreverse a replicar) se considera el mejor medidor posible del nivel real de nuestros alumnos (y de sus centros).
Por todo ello, era lógico que mi alumno estuviese convencido de que su examen final le impedía tener una buena nota en mi asignatura, de manera que su desconcierto no era más que el resultado de unos cuantos años de darse de bruces con gente que confunde lo que se escribe en un examen con todo lo que se sabe o se ha aprendido sobre la asignatura en cuestión y que, por supuesto, no valora nada más que ese tanteo final, independientemente de (sigamos con el símil deportivo) cómo se haya jugado el partido.
Pero una nota de curso no puede ser solo un examen (ni siquiera un puñado de ellos), una nota debe aludir a todo un proceso, a un recorrido, a nueve meses en los que hemos tenido a ese alumno frente a nosotros. Nueve meses que hemos de valorar de un modo mucho más complejo, general y, sobre todo, activo. Porque es cómodo limitar las medias a un par de pruebas. Una comodidad antipedagógica que les enseña que no importa jamás el cómo, sino tan solo el qué. Una comodidad que les invitará a ser igualmente prácticos y a no esforzarse más que en ese sprint final donde deben darlo todo para que su boletín refleje lo mucho que saben -durante unas horas- de la materia en cuestión. Luego, por supuesto, lo olvidarán, porque una vez vomitado en la hoja de examen, no tendría demasiado sentido retener todas esas palabras inútiles que casi nadie -o, al menos, poca gente- les pidió usar ni practicar ni aprovechar en los nueve meses restantes, donde se les leyó en voz alta el libro de texto con una contumacia casi sádica.
No me fue difícil hacerle entender a mi alumno que sí que merecía su (buena) calificación en alemán. Me bastó con enseñarle la hoja de excel donde estaban anotadas todas sus notas a lo largo del curso. Notas por trabajo diario, por participación, por dramatizaciones en clase, por murales, por pequeñas pruebas escritas y redacciones entregadas durante el curso... Un sinfín de calificaciones y anotaciones que, en su caso, habían ido siempre en progresión ascendente, dando prueba de cómo cada vez no solo se esforzaba más sino que, sobre todo, dominaba un poquito mejor el idioma. Curiosamente, la única nota más mediocre era la del examen final, realizado en una fecha complicada porque cierto profesor de otra materia les puso un control de última hora haciéndoles coincidir demasiados exámenes en la misma semana. Cuando se tienen doce años tal vez sea lógico que ese tipo de presión y estrés les supere. ¿O no?
Lo siento, pero yo no quiero construir "alumos de élite". Ni fomentar la competitividad insana entre ellos. Ni premiar a los del diez y abochornar a los del cero. Yo lo que quiero es ayudar a crear alumnos que crean en la filosofía del trabajo, del esfuerzo (cotidiano, no solo en modo sprint), de la lucha por aquello que deseen conseguir. Alumnos críticos, valientes, activos. Alumnos que no se conformen con tragar cuanto les decimos, sino que nos ayuden a exigirnos también a nosotros mismos. Alumnos que sepan que la cultura del todo vale es lamentable, que el proceso importa, que el camino -Machado siempre- ha de recorrerse paso a paso y que si se hace con honestidad, con osadía y con esfuerzo hay gente dispuesta a premiarte por ello.
Esa, para mí, es la futura elite, una elite que no creerá en la cultura del pelotazo, que no especulará con conocimientos, emociones o capital, que sostendrá sus principios y que los basará en sus ansias de superación y en la solidaridad con el que tengan a su lado. Porque la competitividad puede fortalecerse desde la motivación, desde la lucha por superarse siempre a uno mismo, sin pisar a nadie, sin fomentar la ostentación o la pedantería, sin frustrarles cuando les cueste alcanzar un objetivo (ayudémosles para que se aproximen a su consecución) y, sobre todo, sin hacerles creer que son parte de un ranking, ni de un gran slam deportivo, ni de un listado de números donde el mejor examen será el que ocupe el mejor puesto. Eso no tiene nada que ver con la educación. O, por lo menos, con la educación que yo defiendo.
Me parece un fantástico post. Lo dices todo y muy clarito. :)
ResponderEliminarPerfecto. Y lo difícil que es hacerles entender a los menos honestos que por mucho que aprueben un examen, no aprobarán la asignatura sin el proceso correcto que tan bien describes, (que jetas se hacen).
ResponderEliminarUn saludo
Qué claro y qué importante lo que expones. En mi materia hay otra trampa más y es la evaluación continua que parece propuesta para ayudar al alumno e integrar los contenidos, pero que se convierte en "si se te ha atragantado la geometría me da igual que domines el resto de los contenidos, no apruebas ni por asomo".
ResponderEliminarYo también voy con la hoja de excel porque no sé evaluar sin tener en cuenta el total, yo como alumna sufrí ese tipo de prácticas y no pienso repetirlas como profesora.
En cuanto a lo de los centros de alto rendimiento, leí el artículo de El País el otro día y me quedé un poco tocada: Una introducción enorme con citas de Ortega y Kant y luego esa propuesta que no tengo ni idea de en qué consiste. Solo espero que si de verdad van a implantar algo así nos formen e informen porque me temo lo peor
Qúe contenta estic,sempre he intentat fer-ho així.Àngels.
ResponderEliminarHay esperanza no?
ResponderEliminarFantástico post!!
Gracias a todos por vuestos comentarios -Sinclair, Arual, Loli, Angels, José Luis-: estoy muy de acuerdo con lo que decís. ¡Un saludo!
ResponderEliminarP.S. Sinclair, experimenté la misma perplejidad que tú ante ese artículo de El País. Estoy intentando sacar tiempo para escribir sobre él, pues me pareció francamente peligroso lo que en él se exponía (y el modo en que se hacía).
Buena entrada tocayo. En tu linea. Pero, ¿te has dado cuenta de que somos muchos los profes "idealistas" que hablamos todo el día de la cultura del esfuerzo, del trabajo en equipo, de la satisfacción por la faena bien hecha, del respeto inter e intrapersonal... ?
ResponderEliminarA lo que iba, me da la sensación que nadie o casi nadie nos entiende. Los profes estamos "out of side". Me comprendes?
un cordial saludo y dale caña a tu nuevo libro. :)
Yo estoy encantada de que haya profesores como vosotros. Creo que sois muchos y os tenéis que hacer oir. Me alegra mucho ver esto de que todo el trabajo cuenta, porque en mi época no era así..y es a día de hoy que mi hijo adolescente viene con un 4.80 en algún exámen...y digo...hala ya has suspendido!...pero luego veo que han tenido en cuenta todo el resto de trabajos..y ...alehop! en la nota final está aprobado..casi me dan ganas de llorar...porque su esfuerzo es grande, pero el nuestro como padres de 3 hijos también, porque no es lo mismo ser madre de uno (que le puedes dedicar muuucho más recursos y tiempo y paciencia) que madre de 3. Doy gracias pues a este nuevo sistema de evaluación por desarrollo, por trabajos...etc. Doy gracias a profesores como vosotros que evalúan teniendo en cuenta muchos más factores, pero sin regalar nada, que ésa es una de las frases que más repito.."nadie te va a regalar nada, todo depende de tu esfuerzo".Saludos a los "EDUCADORES" CON MAYÚSCULAS!
ResponderEliminarSencillamente, un escrito fantástico. Para leer y para enseñar.
ResponderEliminarEnhorabuena, Fernando.