domingo, 26 de junio de 2011

En positivo

Leo que Andreas Schleicher, coordinador del Informe PISA, opina sobre la educación en España. Independientemente de que esté de acuerdo con él en la necesidad del trabajo en equipo, por ejemplo, me molesta que opine con tanta ligereza sobre ciertas cuestiones que solo conoce desde fuera y, sobre todo, que la palabra PISA se haya convertido de unos años a esta parte en la única gran verdad educativa, como si a partir de esos informes se pudiera medir y cuantificar absolutamente todo lo que tiene que ver con la educación. En el caso de las destrezas lingüísticas, por ejemplo, PISA apuesta por la extracción mecánica de datos, la productividad a partir de textos y otras cuestiones que tienen más de cadena de montaje que de respeto por las Humanidades, así que permitan que muestre, al menos, mi escepticismo ante este tema. Por no hablar de la obsesión de las instituciones por someter a nuestros alumnos a pruebas basadas en el método PISA con las que hacer ranking no solo de adolescentes, sino -más aún- de centros educativos, como si esos exámenes (que me recuerdan a las estúpidas pruebas denunciadas en la cuarta temporada de The wire) dieran, realmente, la verdadera valía de esos colegios e institutos.

Entre las afirmaciones -temerarias- de Schleicher, me ha llamado la atención cómo insiste en que "los profesores en España están bien pagados". No les aburriré aquí comparando los sueldos de un docente en nuestro país con los que tiene en cualquier otro Estado europeo (símil que, por cierto, seguramente sea válido para casi todo nuestro mundo profesional...), pero sí me parece hilarante semejante aseveración. Y no, se equivoca Schleicher si cree que en España se invierte lo bastante en la educación (y mucho más, si piensa que son generosos con el profesorado), pero quizá por eso mismo me apetecía escribir hoy sobre por qué, pese a todo eso, me gusta mi trabajo. Y es que, cuando se aproxima el fin de curso y se avecina el (durísimo) año escolar siguiente (los recortes van a ser aún mayores), prefiero centrarme en qué me ha hecho feliz este año, un qué alejado de la nómina y centrado, como siempre, en los alumnos.

Estos son algunos de mis pequeños motivos para que me apasione esta profesión...

...La sensación diaria de ir conociendo y descubriendo a los alumnos, la lucha cotidiana por aproximarlos a mi materia, a lo que quiero transmitirles y el intercambio de aprendizaje que surge de esa cercanía.

...La colaboración de los chicos en actividades de los más diversas: periódico escolar, grupo de teatro, grabación de cortos y hasta de book-trailers para mi novela... Sus ganas de participar, de ser protagonistas, de tomar una voz que no siempre les damos.

...El debate, fuera y dentro del aula, sobre temas que van más allá del libro de texto. La solidaridad que han mostrado con movimientos como el 15M a pesar de que les tachemos de apáticos. Su voluntad de empezar a tomar decisiones como adultos y sus ganas de informarse para poder hacerlo.

...Los pequeños grandes regalos que, sin motivo alguno, me ofrecen con una generosidad enorme. Una foto enmarcada de un grupo al que he querido mucho -lo confieso-, una tarjeta llena dedicatorias especialmente significativas, un cuaderno para colorear para burlarse de mi incapacidad pictórica cada vez que trato de hacer un dibujo en la pizarra o un manual de cocina para principiantes dada mi -célebre- inutilidad culinaria.

...Las visitas a final de curso de algún padre para reconocer la labor realizada y con el único fin de comentar que tal o cual asignatura le ha servido a su hijo para engancharse a la lectura, o para animarse con el alemán, o para tomarse con algo más de humor los estudios.

...Los reencuentros con antiguos alumnos, ya sean reales o virtuales, y la sensación de poder seguir evolucionando con ellos, con lo que ahora escriben, con lo que ahora empiezan a ser.

...La posibilidad de estar siempre cerca de lo que viene, de la vida más inmediata, de una edad donde todo es vehemente y próximo, real y excesivo, sin los matices y los velos de hipocresía o de sociabilidad -llámenlo como quieran- que ponemos los adultos. La opción de volverse algo más ingenuo, de dejarse llevar por su capacidad de sorpresa y de acción.

Y sí, claro que podría hacer otro listado con lo que no me gusta (y quién no), pero hoy prefiero dejarme llevar por parte de lo que me da este trabajo. O, mejor dicho, por parte de lo mucho que me dan mis alumnos. Y que, mi muy estimado señor Scheicher, no tiene nada que ver con ese abultado salario del que usted habla y del que, por cierto, mi entidad bancaria no tiene noticia.

2 comentarios:

  1. La gente se acostumbra a hablar de aquello que sólo conoce desde fuera. A criticar.
    Lo que no aprenden es a disfrutar lo que tienen. A quedarse con lo bueno como haces tú.

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  2. En realidad, hay que ser positivos en todos los aspectos de la ida, el optimismo debe hacernos seguir. Y en nuestra profesión, estoy seguro de que, en una balanza, priman más los aspectos positivos que los negativos. Una sola cosa de valor ha dicho el tal señor: que hay que cambiar la forma de afrontar la enseñanza en muchos sectores, desde la administración a nosotros mismos.
    Un saludo y enhorabuena por todas tus reflexiones.

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