Cada vez que entro en un aula, justo antes de coger el borrador para limpiar el encerado, dedico unos segundos a observar qué han escrito o dibujado los chicos en el cambio de clases.
En realidad, no se necesita más que echar un rápido vistazo a la pizarra para descubrir un sinfín de informaciones -un sinfín de trazos- que, de puro cotidianas, nos suelen parecer irrelevantes. Y, sin embargo, en cada uno de los trazos -a veces hechos con tiza, a veces tan solo silueteados con el dedo- se encuentran muchos datos que me ayudan a entender un poco mejor a quienes se sientan frente a mí cada día.
Trazos de su agenda social: cumpleaños, victorias deportivas, premios literarios o simples motivos de alegría que quieren compartir con los demás. Signos de convivencia, de la vida que el grupo -siempre desde su identidad compleja y múltiple- tiene en común.
Trazos de sus emociones o de sus ganas de sentirlas: corazones, flechas, iniciales, emoticonos, los dibujos eternos de los que ni siquiera la generación de la blackberry puede -afortunadamente- prescindir. Trazos, en definitiva, de su forma de ser, de su visión del mundo, de esa fuerza adolescente que dejo que me contagien cuando entro en el aula, porque cada uno de esos corazones (como en aquella canción de Radio Futura) es síntoma de su vehemencia, de su energía, de esas voces que los adultos -sus profesores, sus padres- no siempre sabemos escuchar.
Trazos -a veces oscuros y difíciles- de su convivencia, de problemas enterrados en el ruido del cambio de clases, encerrados en cajoneras de los que no quisieran salir: nombres de alumnos con caricaturas hirientes, insultos semiocultos en una esquina del encerado, burlas cuyos códigos no siempre nos son interpretables pero ante las que no podemos permanecer impasibles y hemos de tomar algún tipo de actitud: reconducir, orientar, encontrar la causa de problema y evitar que suceda. (¿Lo hacemos o borramos deprisa la pizarra para no tener que ver nada en ella?).
Trazos, por último, donde pueden leerse situaciones mucho más graves, fobias y odios que no pueden caer en el silencio y que no debemos borrar como si jamás hubieran estado allí pintados: insultos homófobos, racistas, machistas o esvásticas cuyo significado, a menudo, ignoran. Y no se trata de caer en el tremendismo ni de sacar de quicio lo que, a menudo, no es más que un acto provocador del que no miden su dimensión real, sino de hacerles conscientes de la semántica que hay tras cada uno de esos signos, evitar que los reproduzcan en un calco de lo que ven en la televisión, o de lo que oyen en la calle o en sus casas, o de lo que leen en ciertos foros de internet donde han aprendido que el insulto es el sinónimo del debate.
Por eso, supongo, dedico unos segundos a mirar la pizarra antes de borrarlo todo para empezar a dar mi clase, porque -en términos virtuales- sus trazos son los trend topics del aula ese día. Y quizá, también por eso mismo, me inquietan tanto las mañanas en las que me encuentro con la pizarra limpia y vacía de signos, porque esa ausencia suele ser sinónimo de desidia, o de apatía, o de abatimiento. Síntoma de que esa mañana los profesores no hemos conseguido despertar en ellos ni una décima de la vehemencia y la pasión que encierran. Personalmente, los prefiero cuando garabatean corazones o felicitaciones de cumpleaños en su código tuenti. Entonces sé que todo va bien, que ni siquiera el gris que les rodea en más de una materia, en más de una clase o en más de una asignatura ha podido con ellos.
Me ha encantado su artículo. Me parece que su actitud frente al alumnado -que aunque en menor tamaño, personas son- me ha conmovido y espero sinceramente que más de un profesor comparta esa idiosincrasia y ese positivismo que, estoy seguro, es capaz de trasmitir a sus alumnos.
ResponderEliminarSu pensamiento seguro será de apoyo a las nuevas generaciones que crecen tan alejados de la realidad y que dedican su tiempo al aprendizaje frío, íngrimo y lejano que aporta el Internet.
Como alumno de la ESO que fui le contesto que gracias, y le seguiré en los artículos que decida compartir en este blog.
Saludos.
Fernando, ¡me ha encantado tu post! Yo diría que es como una caricia, como un guiño hacia tus alumnos. Y esa misma ternura es lo que más me ha gustado de tu novela.
ResponderEliminarGracias por haberme hecho disfrutar tanto leyendo tu novela y por seguir haciéndolo en cada una de tus entradas en este blog.
Alejandro, Guillermo, muchas gracias... De verdad.
ResponderEliminarIncreíble :)
ResponderEliminarQué maravilla de post. Gracias, Fernando
ResponderEliminarExcelente artículo. La verdad es que no me había parado nunca a pensar en la cantidad de información importante que podemos encontrar en la pizarra.
ResponderEliminarSe me ocurre que de ahora en adelante echaré fotos a las pizarras para inmortalizar esa información y analizarla si llegará el caso.
Igual 5 minutos de tiempo pueden resolver muchas cosas.
¡¡Enhorabuena!! Y gracias por tu reflexión.
Muy bonito, ya tienes una nueva seguidora
ResponderEliminarmuy lindo, encantador.
ResponderEliminarEnhorabuena por el post Guillermo! Sin duda deberiamos ser capaces de ver más allá de los simples actos o palabras de nuestro alumnado, dejandonos envaucar por su ilusión, por sus miedos, inquietudes, fatigas... solo así podremos conseguir que nuestras aulas, nuestros centros, nuestro alumnado y nuestras familias se sientan que realmente son el centro de nuestro trabajo, donde realmente, se conviertan en los protagonistas de su propio aprendizaje.
ResponderEliminarGracias una vez más!
Has conseguido que me emocione. Yo también a veces he pensado esas cosas, pero no se me había ocurrido colgarlo en la red. Original, emotivo, una maravilla. Muchas gracias.
ResponderEliminarFantástico, precioso, hondo y realista... y rezuma humanidad...
ResponderEliminar"fuerza adolescente que dejo que me contagien cuando entro en el aula, porque cada uno de esos corazones (como en aquella canción de Radio Futura) es síntoma de su vehemencia, de su energía, de esas voces que los adultos -sus profesores, sus padres- no siempre sabemos escuchar"
¡GUAU! Me gustaría llevar esto impreso y colgarlo en las puertas de todas las aulas.
Gran, gran post. Muchas gracias por escribirlo, y sobre todo, por sentirlo.
Maria
¡Que bonita entrada! Me encanta oír hablar de la educación que sale de dentro... la que deja a un lado las quejas, los análisis, los currículos, la que no busca culpables ni se pone medallas... la del educador que quiere educar y centra su atención en las señales que le facilitan el camino. La del maestro que quiere a su alumno y lo observa con ternura. ¡Enhorabuena Guillermo! necesariamente tienes que disfrutar mucho de esta apasionante profesión.
ResponderEliminar(Y enhorabuena de mi parte a tus alumnos... les ha tocado la lotería)
Un abrazo
Carmen (@flosflorum)
Que es verdad, que vivimos en el mismo lugar físico, pero las historias que vivimos nosotros y las de ellos no tienen nada que ver. Pienso que debemos limpiarnos los oídos, para ser más sensibles a sus sentimientos. Nuestro tiempo ha pasado, ahora es el suyo. Hay que conseguir que piensen, que critiquen, que se enamoren, que vivan y que vivan con todas sus fuerzas. Trabajar con adolescentes, aunque difícil es maravilloso.
ResponderEliminarUn abrazo soñador, me has hecho soñar.
Ángela (@profesoratecno)
Gracias a todos. De verdad. Qué estimulante es leer comentarios como los vuestros.
ResponderEliminarque razón tienes, en esta generación, donde parece imposible motivar a los alumnos, deberíamos parar a pensar, los profesores, que estamos haciendo mal...
ResponderEliminarUna bonita reflexión la de este artículo, en el aborágine del día a día, hay algo más... que no deberíamos pasar por alto..
Gracias.