Cualquier iniciativa que repercuta en una mejora de la calidad de la enseñanza,
como montar un grupo de teatro o una revista escolar,
es algo que depende únicamente de las ganas que tú quieras ponerle.
Ni medios, ni horas extra, ni compensaciones en tu horario de trabajo. Nada.
La edad de la ira
Cuando se bareman los méritos docentes para asignarnos centro a los profesores, existe una casilla que recibe el curioso nombre de "actividades de especial dedicación". Supuestamente, esta categoría premia aquellas tareas que llevamos a cabo de forma no remunerada con el único objetivo de motivar a nuestros alumnos o de profundizar en ciertas áreas o disciplinas curriculares o extracurriculares. Dicho fuerzo, se ve premiado con la generosísima cifra de 1 crédito por actividad, lo que nos lleva a la comprobación de que el único criterio que realmente se valora por parte de la administración educativa, es el de la paciencia y el aguante: cuantos más años se resista en un centro -aunque la implicación allí sea cero- más puntos se obtendrán. El mérito, por tanto, no consiste en hacer, sino en mantenerse.
Pero, por si esta falta de motivación no fuera suficiente, resulta que ese único crédito -exiguo y miserable- ni siquiera es fácil de conseguir, ya que solo son "actividades de especial dedicación" aquellas que forman parte de un escogido y arbitrario listado. De este modo, las cinco horas semanales que dedico, por ejemplo, al grupo teatral que he formado con mis antiguos alumnos de la asignatura del Taller de Teatro, no constituyen una "actividad de especial dedicación" (es más, no sé cómo no me hacen pagar a mí por ello...), salvo que me apunte -sí o sí- a un certamen de la Comunidad de Madrid, fomentando -una vez más- la competición por encima del trabajo, el disfrute o la búsqueda de lenguajes y formas dentro y fuera del escenario.
Tampoco me darán ese crédito por las cinco -a menudo, son muchas más- horas semanales que dedico a la revista de mi instituto, una publicación que creé -gracias a la imprescindible colaboración de dos madres y de muchos de mis alumnos- hace ya tres años. No hay categoría alguna para eso en el baremo, así que supongo que elaborar un periódico escolar no supone ningún beneficio para los chicos y chicas que trabajan en él.
En definitiva, la implicación en esta tarea de la enseñanza depende -solo y exclusivamente- de la voluntad que le pongamos quienes creemos en ello, sin que ningún tipo de reconocimiento, de pequeña compensación que nos demuestre que ese esfuerzo extra sí es tenido en cuenta, sí es valorado, sí es comprendido. Afortunadamente, los alumnos saben compensar y agradecer con creces lo que nuestras instituciones educativas son incapaces de valorar. Todo sea por ellos, por esos adolescentes a los que se denosta impune e injustamente. Esos adolescentes atrapados en un sistema que los frustra tanto como nos limita a nosotros.