lunes, 6 de agosto de 2012

Ahorrar en tolerancia, recortar en igualdad

Las palabras "igualdad", "sexismo", "homofobia", "racismo" y "pobreza" han salido del temario de Educación para la Ciudadanía por ser consideradas "adoctrinamiento ideológico". Según esta inteligentísima medida, prevenir la discriminación y la intolerancia es adoctrinar, de modo que los profesores debemos dejar a nuestros alumnos a su libre albedrío y respetar que marginen a quien les parezca bien en función de su sexo, religión, raza u orientación sexual.

De acuerdo con este principio, imagino que los tutores deberemos cruzarnos de brazos cuando nos encontremos con un caso de bullying por cualquiera de estos motivos. Supongo que intervenir en el aula y tratar de frenar esos problemas -cotidianos y, a veces, muy graves- será un ejercicio de adoctrinamiento absolutamente irresponsable, cuando nuestra misión es acudir al aula, explicar nuestra asignatura, hacer oídos sordos a los problemas de los estudiantes y olvidarnos de que estamos educando a un montón de niños y adolescentes que necesitan de nosotros una gran dosis de implicación.

Por supuesto, quienes apoyen esta medida de nuestro Ministerio, serán los mismos que luego nos acusarán a los docentes de no hacer nada más que leer el libro del texto en clase, los mismos que repetirán hasta la saciedad lo vagos que somos y lo poco que trabajamos, sin prestar atención a que la mayoría de nosotros -y sé de lo que hablo- tenemos un vínculo muy fuerte con nuestro trabajo y con la responsabilidad que este implica.
Resulta obvio que con esta medida no se consigue ahorro alguno, salvo en tolerancia y en convivencia -eso sí-, de modo que su coartada habitual no sirve en este caso. Pero, sobre todo, lo que más llama la atención es la absoluta ignorancia sobre la vida en las aulas que demuestran quienes han tomado esta decisión. Su profundísimo desconocimiento de cómo son los colegios e institutos actuales, donde es indispensable abordar temas como la convivencia, la tolerancia y el respeto ante la enorme diversidad de vidas, familias, mentalidades y formas de ser que encontramos en ellos.

En cualquier caso, todo esto no es más que otra cortina de humo para que nos entretengamos discutiendo mientras ellos atestan las aulas, suben tasas, hacen la educación más inaccesible para los que menos tienen y deterioran, salvajemente, la educación pública. Porque, en el fondo, por mucho que ellos tachen palabras como "misoginia", "pobreza" u "homofobia", muchos docentes seguiremos abordándolas en nuestras clases. ¿Acaso se puede explicar la poesía de Lorca y de Cernuda sin aludir a la igualdad, a su compromiso vital y social? ¿O el Lazarillo? ¿O los ideales del Quijote? No, es imposible impartir una buena clase de literatura sin hacer alusión a la vida, sin relacionarla con nuestros alumnos -¿cómo pretendemos que nos entiendan y que nos sigan, si no lo hacemos?-, es imposible dar una buena clase sin plantear un debate continuo y necesario sobre todo lo que Wert llama "adoctrinar" y que, quienes creemos en la igualdad y en la tolerancia, llamamos "educar".

Ellos, se ve, prefieren instructores, autómatas distantes que jamás se impliquen en sus clases ni en lo que en ellas suceda. Lógicamente, no han pisado un aula en mucho tiempo, de modo que no tienen ni idea de hasta qué punto esa implicación es necesaria, urgente e inevitable. Nuestro trabajo encierra una responsabilidad demasiado importante como para no hacerlo. Y la tarea de educar no consiste en vomitar conceptos para que los alumnos los memoricen, sino en formar de manera integral a nuestros estudiantes, dándoles los instrumentos para pensar y reflexionar por sí mismos, con una visión del mundo y de la cultura lo suficientemente personal -ellos han de ser quienes elijan su camino- y amplia como para que el mundo en el que vivan -y en el que viviremos- sea mejor que este.

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