En mi instituto, este curso hay 17 alumnos de Compensatoria y ni un solo profesor para atenderlos. Desde la dirección del centro, se ha pedido insistentemente -desde que empezó el año escolar- que se nos envíe, al menos, media plaza para atender las necesidades de estos alumnos con dificultades especiales, pero se nos dice que, debido a los recortes (esos que según Figar no existen), eso no es posible. Así pues, esos 17 alumnos no pueden ser atendidos como se merecen, y desde el departamento de Orientación, el claustro y Jefatura de Estudios se hace un esfuerzo enorme por integrarles, aunque sepamos que sin un grupo de Compensatoria donde puedan desenvolverse y aprender de verdad, ese objetivo roza lo imposible.
"Solo" son 17 alumnos, solo 17 vidas -17 familias, 17 futuros, 17 historias personales- cuyas posibilidades se ven mermadas por unas instituciones que consideran que no hay que invertir en ellos, porque prefieren destinar el dinero a la educación privada y a la concertada religiosa. Instituciones que se escudan en la famosa -y mentirosa- cantinela de las dos horas de más para no admitir lo que realmente está sucediendo: que se está abocando al fracaso escolar a una gran parte de la población -sobre todo, a los que menos tienen y a los que más precisan de una educación de calidad- de modo que se fomente la franja social -cada vez mayor- entre quienes más tienen y quienes menos pueden.
En tiempos de crisis como los actuales, en un momento donde el paro sigue avanzando con cifras tan trágicas como escandalosas, cuando se nos anuncian recortes que harán subir de nuevo esos datos -sobre todo, si se escuchan las demenciales peticiones de más despidos por parte de la CEOE-, en tiempos en los que los padres necesitan más que nunca una escuela pública de calidad a la que poder llevar a sus hijos, se intenta debilitar el sistema y se contribuye a que todo haga aguas, en vez de buscar fórmulas que mejoren sus puntos débiles y, por supuesto, sin escuchar a quienes -docentes, alumnos, madres y padres- estamos implicados en él.
En mi centro son "solo" 17 alumnos los que han sido abandonados a su suerte por la Administración. "Solo" 17 personas a los que el buen hacer de mis compañeros intentará llevar por el mejor camino posible, a pesar de que la Consejería parezca interesada en lo contrario. El resto de alumnos, entretanto, se amontonan en clases de veintiocho o veintinueve chicos y chicas en la ESO y hasta de treinta y muchos -casi cuarenta- en Bachillerato. Ese es el modo, supongo, de fomentar la excelencia: alentando la despersonalización y el abandono, la no individualización de los alumnos, imposibilitando desdobles, refuerzos, apoyos...
En otros centros con un contexto sociofamiliar más difícil que el mío sé que la cifra de 17 se multiplica exponencialmente. Tanto que me cuesta poner un número que engloble a todos los adolescentes que están siendo víctimas de unos recortes que atentan contra su derecho a una educación pública digna, gratuita y de calidad. Porque no se trata de las famosas dos horas de más, se trata de los muchos profesores de menos.
Personalmente, y lo repito para quienes se obstinan en seguir desinformados, no tengo ningún problema en dar dos horas lectivas más -o tres, como este año-, pero sí quiero hacerlo en centros donde la biblioteca pueda estar abierta, donde los grupos no superen una cifra razonable de alumnos, donde los estudiantes con dificultades de aprendizaje -o con graves situaciones personales- puedan ser atendidos como corresponda. Quiero hacerlo en centros con orientadores, con profesores de Compensatoria, con compañeros que trabajemos codo con codo en la tarea educativa, que se impliquen... Compañeros que, como yo, seguramente tampoco puedan poner una cifra a los alumnos perjudicados, pero que seguro que sí pueden ponerles rostros. Caras. Miradas. Expresiones... Porque todos sabemos quiénes de nuestros chicos están siendo los más perjudicados, quiénes tendrán menos recursos, a quiénes se les pretende asfixiar en su contexto actual robándoles la opción de la movilidad social, de la progresión, de la mejora.
Por eso, mañana 17 de diciembre volvemos a la calle. A manifestarnos para exigir una educación pública digna y de calidad. A gritar que no nos conformamos. A quejarnos de la ceguera de nuestros gobernantes, que han decidido hundirnos para siempre en la crisis -quizá eso es lo que pretenden: es cómodo someter a un pueblo inculto y dividido por una gigantesca fractura social- atacando el que debería ser uno de los pilares de nuestra sociedad: la educación.
"Solo" son 17 alumnos, solo 17 vidas -17 familias, 17 futuros, 17 historias personales- cuyas posibilidades se ven mermadas por unas instituciones que consideran que no hay que invertir en ellos, porque prefieren destinar el dinero a la educación privada y a la concertada religiosa. Instituciones que se escudan en la famosa -y mentirosa- cantinela de las dos horas de más para no admitir lo que realmente está sucediendo: que se está abocando al fracaso escolar a una gran parte de la población -sobre todo, a los que menos tienen y a los que más precisan de una educación de calidad- de modo que se fomente la franja social -cada vez mayor- entre quienes más tienen y quienes menos pueden.
En tiempos de crisis como los actuales, en un momento donde el paro sigue avanzando con cifras tan trágicas como escandalosas, cuando se nos anuncian recortes que harán subir de nuevo esos datos -sobre todo, si se escuchan las demenciales peticiones de más despidos por parte de la CEOE-, en tiempos en los que los padres necesitan más que nunca una escuela pública de calidad a la que poder llevar a sus hijos, se intenta debilitar el sistema y se contribuye a que todo haga aguas, en vez de buscar fórmulas que mejoren sus puntos débiles y, por supuesto, sin escuchar a quienes -docentes, alumnos, madres y padres- estamos implicados en él.
En mi centro son "solo" 17 alumnos los que han sido abandonados a su suerte por la Administración. "Solo" 17 personas a los que el buen hacer de mis compañeros intentará llevar por el mejor camino posible, a pesar de que la Consejería parezca interesada en lo contrario. El resto de alumnos, entretanto, se amontonan en clases de veintiocho o veintinueve chicos y chicas en la ESO y hasta de treinta y muchos -casi cuarenta- en Bachillerato. Ese es el modo, supongo, de fomentar la excelencia: alentando la despersonalización y el abandono, la no individualización de los alumnos, imposibilitando desdobles, refuerzos, apoyos...
En otros centros con un contexto sociofamiliar más difícil que el mío sé que la cifra de 17 se multiplica exponencialmente. Tanto que me cuesta poner un número que engloble a todos los adolescentes que están siendo víctimas de unos recortes que atentan contra su derecho a una educación pública digna, gratuita y de calidad. Porque no se trata de las famosas dos horas de más, se trata de los muchos profesores de menos.
Personalmente, y lo repito para quienes se obstinan en seguir desinformados, no tengo ningún problema en dar dos horas lectivas más -o tres, como este año-, pero sí quiero hacerlo en centros donde la biblioteca pueda estar abierta, donde los grupos no superen una cifra razonable de alumnos, donde los estudiantes con dificultades de aprendizaje -o con graves situaciones personales- puedan ser atendidos como corresponda. Quiero hacerlo en centros con orientadores, con profesores de Compensatoria, con compañeros que trabajemos codo con codo en la tarea educativa, que se impliquen... Compañeros que, como yo, seguramente tampoco puedan poner una cifra a los alumnos perjudicados, pero que seguro que sí pueden ponerles rostros. Caras. Miradas. Expresiones... Porque todos sabemos quiénes de nuestros chicos están siendo los más perjudicados, quiénes tendrán menos recursos, a quiénes se les pretende asfixiar en su contexto actual robándoles la opción de la movilidad social, de la progresión, de la mejora.
Por eso, mañana 17 de diciembre volvemos a la calle. A manifestarnos para exigir una educación pública digna y de calidad. A gritar que no nos conformamos. A quejarnos de la ceguera de nuestros gobernantes, que han decidido hundirnos para siempre en la crisis -quizá eso es lo que pretenden: es cómodo someter a un pueblo inculto y dividido por una gigantesca fractura social- atacando el que debería ser uno de los pilares de nuestra sociedad: la educación.